La pasajera (Raúl Cerezo, Fernando González Gómez)

La Pasajera es, desde luego, una de esas propuestas a las que no se le puede achacar que sea deshonesta. Sus propósitos, su tono, y hasta sus influencias se ponen de manifiesto rápido y sin demora alguna. Incluso podríamos decir que es casi uno de los puntos fuertes de film, ir al grano sin contemplaciones con toda la baraja puesta encima de la mesa. Decimos casi, eso sí, porque ese retrato directo acaba por convertirse también en una rémora. Cuando el cliché es autoconsciente y se usa a modo de bromazo y contraste, funciona, pero cuando no hay otro matiz, como es el caso, agota.

Raúl Cerezo y Fernando Gónzalez Gómez nos embarcan en un relato de ciencia-ficción mínimo, donde un viaje en furgoneta a manos de una especie de versión algo más sofisticada de Torrente, acaba convertido en una especie de ‹survival› frente a una invasión extraterrestre. Bajo la tonada incesante de pasodobles —Suspiros de España, fundamentalmente— que funcionan casi como leitmotiv, el film pretende parodiar y contrastar a su protagonista, un ex torero, patriota, casposo, machista y nostálgico de los ochenta, con el resto del pasaje femenino. La idea es poner sobre el tapete, de forma más o menos desenfadada, temas como el feminismo o el machismo para que la relación y el conflicto tomen cuerpo cuando asome el peligro.

Un retrato no exento de problemas, ya que, a pesar de su tono claramente paródico en hipérbole, no deja de ser cariñoso hasta el punto de que llega un momento en que es difícil discernir dónde empieza la ironía y dónde la admiración. Al final las bromitas, se transforman en una suerte de chicle estirado que, al igual que ciertos momentos de la trama, entran en un bucle repetitivo innecesario y agotador.

Todo parece desarrollarse a trompicones, a golpe de ideas y de gags más o menos fallidos. Algo que ocurre también con sus influencias. Lo que empieza como una entrada en The Twilight Zone acaba por ser un remedo de La Invasión de los Ultracuerpos mezclado con The Hidden. Eso sí, sin heavy ni Ferraris. Aquí lo que hay es una vieja furgoneta Ebro (la Vane), rock kalimotxero y Paquito el Chocolatero.

El conjunto pues termina pareciendo una broma de barra de bar de pueblo, con carajillo largo de brandy Soberano, purito Reig y Carrusel deportivo en la radio. En este sentido no se puede negar que en cuanto a atmósfera y sensorialidad funciona perfectamente, ya que uno casi puede palpar el tufo a ranciedad que desprende. Por lo demás, dejando de lado incoherencias narrativas, sucesos ‹random› y un alargamiento patillero y cansino de la trama, estamos ante una obra que es a la ciencia-ficción lo que ver un video de los Fruitis con Gazpacho y Mochilo en Youtube. Algo que en su día «lo petaba» (como dice el protagonista de la peli) pero que ahora da entre grima y pena y que no da ni para una celebración irónica del ‹tracking› del VHSRip.

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