La audición (Ina Weisse)

Al igual que ocurría con otra película de origen germano como Lara (Jan-Ole Gerster, 2019), en The Audition (Ina Weisse) nos encontramos en el centro de relato a una mujer, profesora de violín, que proyecta hacia los demás unos niveles de exigencia extremos casi inconcebibles. En este caso con el propósito de aprovechar el supuesto potencial que la protagonista Anna (interpretada por Nina Hoss) ha observado en un joven estudiante, para el que presiona su entrada en la academia de música donde enseña. La cámara la sigue en todo momento, desde el trabajo a su casa con su familia, explorando la idiosincrasia particular de las dinámicas con su marido y su hijo en una transición constante entre trabajo y vida personal cuyas barreras son indistinguibles. Ahí es donde se hace sólida esta película, en la descripción distante en su narración de un personaje al que es difícil acercarse. En su intento de explotar las posibilidades de su nuevo alumno se ve una escalada de intensidad en sus instrucciones, en su manera de entender la disciplina, en un trato alienante y deshumanizador que tiene que ver con las propias frustraciones y un pasado que la apartó por razones desconocidas de una carrera como intérprete brillante.

Esta inmersión en la mente de Anna lleva a crear otra dualidad entre su entorno de trabajo y su hogar. Por un lado tiene un estudiante con el ímpetu y las ganas de mejorar que no llega a sus aspiraciones de excelencia. Por otro un hijo que también estudia violín y no cumple las expectativas al intentar acercarse a su madre a través de la música. ¿Qué efectos puede tener vivir en una familia o una cultura para la que dar lo mejor de uno mismo nunca es suficiente si no se destaca por encima de los demás, si no se llega a unos estándares impuestos por las capacidades o los requerimientos de otros? The Audition genera un diálogo constante en sus imágenes —dentro de las propias contradicciones— de una madre que no ve a su hijo simplemente como tal, pero tampoco es capaz de sacar de su estudiante todo lo que su talento promete. Esto configura una doble proyección en la que el personaje de Hoss se ve en el abismo del fracaso. De un fracaso que no está dispuesto a aceptar ni como esposa, madre o profesora después del que experimentó como intérprete. Todo lo que vemos de ella es una necesidad absoluta de demostrar sus habilidades para tapar un pasado que ha determinado el resto de su vida sin tener otra opción.

El problema de este film es que deja demasiado de lado la relación madre-hijo —con la excusa de instrumentalizar una inexistente sutileza en el uso del fuera de campo— como para justificar narrativamente un final que juega a que el espectador tenga que reinterpretar lo visto hasta el momento a través de un giro bastante efectista. Un giro que expone las carencias formales de la directora, que también resuelve la cinta de manera bastante funcional sin aprovechar las posibilidades escénicas de la fisicidad de la interpretación musical, para sugerir una posibilidad tan radical como la que toma para su conclusión. Se podría considerar al mismo tiempo como una apuesta valiente por llevar hasta las últimas consecuencias su discurso, si no fuera por el doble rasero existente en la relación con su alumno, al que vemos machacar sistemáticamente y llevarlo a los límites y cómo termina demostrándolo públicamente.

Resulta imposible considerar esta película y Lara por separado, porque se revelan como dos soluciones diametralmente opuestas dentro de su conexión temática. Mientras la película de Jan-Ole Gerster tenía una mirada crítica respecto a esa idea de exaltar siempre los defectos y exigir más sin tener en cuenta la sensibilidad de cada uno, en The Audition se acaba por reivindicar el éxito o el fracaso propios como algo individual en el que nadie más en verdad tiene responsabilidad o influencia directa. Hasta tal punto que son los fracasados, los que no aguantan el éxito de los demás o no pueden tenerlo para sí mismos de una forma u otra, los que acaban siendo los villanos de la historia en lugar de tratarlos como igual de víctimas de una estructura social basada en una meritocracia inexistente y una cultura del esfuerzo inhumana. Una posición que se antoja muy hipócrita y totalmente ciega en su aproximación a un problema propio de la sociedad neoliberal, a la que sin embargo no alcanza en ningún momento con el punto de vista que desarrolla más por torpeza en la representación que por sus obvias intenciones.

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