Hamlet (Grigori Kozintsev)

Allá por el año 1964 se cumplía el 400 aniversario de una de las obras magnas de la literatura y el teatro mundial: Hamlet de William Shakespeare. Recordada es la versión teatral con Richard Burton como Hamlet y las diversas reposiciones de la película que Sir Laurence Olivier dirigiera en 1948. La Unión Soviética no quiso dejar pasar la oportunidad de celebrar el aniversario de la inmortal obra y para ello puso a disposición de uno de sus mejores baluartes, el ucraniano Grigori Kozintsev, toda la maquinaria de la Lenfilm para construir una obra con la que alcanzar la posteridad en el cine y demostrar así al mundo occidental el potencial de la industria cinematográfica soviética. Kozintsev ya había dado muestras de su maestría adaptando con magníficos resultados el Quijote de Cervantes y no desaprovechó la oportunidad que se le presentaba logrando la que es considerada por muchos la mejor adaptación jamás filmada de una obra de Shakespeare: Hamlet.

La virtud de la obra de Kozintsev va más allá de su extraordinaria fidelidad al texto de Shakespeare. Lo que diferencia al Hamlet de Kozintsev del resto de adaptaciones cinematográficas del libreto , desde las primeras obras mudas pasando por la obra de Olivier a las posteriores de Tony Richardson y Kenneth Branagh (omito la pésima versión que hizo Zeffirelli, chusquera y zafia como pocas a pesar de los nobles esfuerzos del bueno de Mel Gibson), es sin duda su perfecta traducción al lenguaje cinematográfico, huyendo pues de esos tics teatrales que caracterizan a las mencionadas. Y es que Hamlet de Kozintsev es puro cine, partiendo de una magnífica dirección de producción que fusiona salvajes escenarios naturales a pie de mar con ostentosos decorados en el interior del castillo, pasando por la fotografía puramente soviética en la que prevalecen espléndidos planos medios que abrillantan la belleza de los cielos y parajes naturales o finalmente ese montaje que empalma dinámicamente tomas sin abusar de esos planos secuencia tan característicos de las adaptaciones literarias.

Kozintsev traslada a la pantalla con maestría la historia de traición, venganza y odio que posee la tragedia shakesperiana gracias a un gran plantel de actores que cumplen con extrema precisión su papel en la representación. Destaca Innokenti Smoktunovsky cuya interpretación rebosa fuerza intimista e histriónica exhibiendo toda la magia, locura y dolor que atesora el personaje. Su monólogo intimista sobrepasa los límites de la introspección lanzando destellos de emoción para hipnotizar al espectador.

La película se divide en dos partes simétricas de una hora y once minutos cada una. Ya con la primera secuencia (el violento romper de las olas contra la costa bajo la sombra del castillo) Kozintsev marca distancias con el resto de versiones llevadas al cine. La primera parte abarcará desde la llegada a caballo de Hamlet al castillo tras el anuncio de la muerte del Rey hasta la representación bufonesca de la escena del asesinato del monarca y posterior maquinación del padrastro del protagonista para enviarle a Inglaterra. Destacan en esta parte la escena inicial en la que observaremos a Hamlet cabalgar poseído por la locura en un maravilloso ‹travelling›, así como la mencionada escena del monólogo y finalmente la escena cumbre del film: la aparición del fantasma del regente.

La aparición del espectro bien podría enmarcarse en el género fantástico. La música, el rodaje en paralelo de la celebración del ruidoso y festivo baile con silenciosos de los caballos espantados por la oscura noche adquieren toda su magnitud para sorprender al espectador con un fotograma cumbre en la historia del cine donde una figura de un aparecido emergerá con su ondulante capa. No me cabe duda que contemplar la estampa del fantasma a cámara lenta danzar sobre las escaleras del castillo acompañado por la música barroca compuesta por el maestro Shostakovich impactará al más avezado espectador.

Fantástica también resulta la puesta en escena de la representación bufonesca. La pantalla dará un vuelco para convertir la luminosidad inicial en una tenebrosa oscuridad según la atmósfera psicológica que Kozintsev desea otorgar a la escena. La bella fotografía pintada con la única iluminación de los rayos desprendidos por unas antorchas chocará con esos planos cortos de las caras de los protagonistas cuyos rostros se desfigurarán conforme avanza la pantomima diseñada por el príncipe Hamlet con objeto de desenmascarar a su tío.

La segunda parte arranca con la escena en la que Hamlet reprocha a su madre su traición que se conectará acto seguido con el asesinato de Polonio. Visualizaremos el enloquecimiento de Ofelia, así como el suicidio en el lago de la ida enamorada de Hamlet en una escena hermosa desde el punto de vista pictórico que capta la esencia del mejor dibujo de Millais. Contemplaremos la partida de Hamlet en barco a Inglaterra (episodio donde Kozintsev utilizará su pericia técnica para rodar escenas navales sin mostrar ningún barco navegando en la mar), y para concluir visualizaremos el retorno de Hamlet con su mística reflexión al percatar la compañía del cráneo del antiguo bufón de la corte, sirviendo éste como perfecta presentación para esgrimir el último acto donde tendrá lugar el mítico duelo a esgrima entre Hamlet y Laertes.

El duelo es otro de los cénit de la película. En ningún instante el autor de El Rey Lear descubrirá lo que todos sabemos: que el sable de Laertes está impregnado de un poderoso veneno que causará la muerte a su adversario con tan solo una dulce caricia en su piel. Igualmente no confesará el contenido ponzoñoso de la copa de la que bebe la reina. El duelo a sable es espectacular al nivel de cualquier duelo del más nombrado cine de capa y espada. Comenzará a modo de juego de niños para terminar en una feroz y brutal lucha a sable rodada con enorme fuerza con una cámara en continuo movimiento que dinamiza la batalla de los contendientes.

Puro cine. Eso es el Hamlet de Kozintsev. Nunca antes un director había captado la esencia cinematográfica del clásico literario. Y es que el revestimiento del film emana cine. Tanto la barroca y espectacular banda sonora de Dmitri Shostakovich que complementa cada escena con mágicas melodías, como esa fotografía donde sombras y luces acompañan la trama. Pero también esos escenarios naturales con predominio del sonido y del temperamento del mar que requiebra su agonía como una maldición insigne que persigue a Hamlet. Kozintsev despoja a Hamlet de paredes y techos, situándole en parajes agrestes y escarpados evitando así el triste encorsetamiento que la puesta en escena de tono teatral incorpora.

En este sentido el realismo estremecedor dibujado por Kozintsev se complementa con unas magnéticas escenas oníricas moldeadas con un lenguaje en verso fácilmente inteligible. Resulta increíble que con estos mimbres la obra de Kozintsev sea quizás el Hamlet menos visto. Y es que Olivier afirmó cuando vio el resultado del film que éste era la mejor obra cinematográfica jamás realizada de un texto de William Shakespeare. No le faltaba razón al gran actor y director británico. En la humilde opinión de un servidor esta obra mantiene el status que le otorgó Sir Laurence. Harán falta muchos años de cine para poder igualar en belleza y calidad artística la cumbre de la cinematografía de ‘Sir’ Grigori Kozintsev: Hamlet.

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