Control en los caminos (Aleksey German)

Control en los caminos

Control en los caminos forma parte por méritos propios de ese grupo privilegiado de obras maestras revisionistas del cine bélico soviético que empezaron a realizarse a finales de la década de los sesenta, y que por tanto sentaron las bases fundacionales de ese cine soviético de carácter más crítico y reflexivo que exaltador del heroísmo patriótico que empezó a asaltar las filmotecas de medio mundo allá por la década de los setenta. Y es que películas de la talla de La ascención de Larisa Shepitko o Masacre: ven y mira le deben buena parte de sus cimientos filosofales a esta seminal obra dirigida en 1971 por el muy, pero que muy, interesante Aleksey German, cineasta poseedor de una impresionante fuerza visual adquirida gracias a las magistrales enseñanzas impartidas en la escuela de cine moscovita por Grigori Kozintsev (maestro del cual German aprendió los principales mandamientos de su cine) así como una poesía narrativa muy crítica e introspectiva, hecho este que provocó que algunas de las mejores cintas de German (como es el caso de esta Control en los caminos) sufrieran la censura y el embargo por parte de las autoridades comunistas. Igualmente lleva estampado el sello de German una de las películas más emblemáticas del cine soviético de los ochenta, Mi amigo Iván Lapshin, otra cinta muy polémica que metía el dedo en la llaga exhibiendo la irracionalidad y deshumanización existente en la burocrática y gris sociedad comunista de la segunda mitad del siglo XX.

La película ostenta un grado de malditismo irrefutable sencillamente porque su exhibición en cines soviéticos fue prohibida durante más de quince años, siendo reestrenada en los años ochenta tras la ascensión al poder de Gorbachov con su autoproclamada perestroika. La causa de la prohibición resulta fácilmente comprensible tras la culminación del visionado de la cinta, puesto que Control en los caminos constituye un frío y temperamental documento impregnado de una elevada carga ideológica que cuestionaba la rigidez dictatorial existente entre los mandos intermedios de un Ejército Rojo que ejecutaba cualquier halo de censura en su interior, exterminando de manera sumaria cualquier indicio de rebelión o traición dentro de sus miembros. German tuvo la osadía de describir a los heroicos miembros del ejército soviético como unos seres mezquinos e interesados que no titubeaban en enviar a una muerte segura a aquellos compañeros que desafiaban las decisiones del aparato, una inteligente y para nada soterrada metáfora de las prácticas llevadas a cabo por parte de los gobernantes comunistas de aquella época (justo a principios de los setenta fueron famosas las purgas efectuadas por el partido comunista checoslovaco inducidas desde Moscú que recíprocamente también serían perpetradas en la propia Unión Soviética), lo cual convertía a la cinta en una peligrosa arma arrojadiza de denuncia.

Control en los caminos

Partiendo de un espléndido guión de talante autobiográfico escrito por el novelista ruso Yuri German (basado en las vivencias de su padre en el frente oriental de la guerra), Aleksey German edificó una película totalmente alejada del tono patriótico que cabría esperar de una cinta soviética que sitúa el motor de su acción en medio de las batallas acontecidas en la fase más cruel de la II Guerra Mundial. Así la heroicidad impostada que ostentaban cintas muy populares como por ejemplo El cuarenta y uno o El padre de un soldado no encuentra ningún hueco en la cinta de German, siendo pues el realismo exacerbado apoyado en una visión profundamente religiosa del sacrificio y el perdón los esquemas filosofales que dibujan la espina dorsal de la cinta. Este punto conecta intensamente la cinta de German con la anteriormente mencionada La ascensión de Shepitko, así como la gélida y espeluznante fotografía en blanco y negro de los nevados parajes rurales soviéticos que ostentan ambas obras maestras.

La cinta narra la historia de un desertor del ejército rojo, el oficial Lazarev (interpretado con una frialdad que asusta por el siempre convincente e inquietante Vladimir Zamanskiy), un traidor a su patria que harto de los ultrajes cometidos en las filas nazis decidirá entregarse a sus antiguos compañeros para luchar mano a mano junto con los partisanos. Lazarev se muestra como un soldado de talante glacial de modo que apenas se atisban signos de consciencia humana en su comportamiento, siendo la venganza y el odio hacia los alemanes los únicos motores que parecen mover su existencia. Este odio, que se acompaña de un valeroso temperamento inerte ante la cercana presencia de la muerte, será divisado por el teniente partisano Lokotkov, un bondadoso y veterano oficial cansado del ambiente vil e inhumano presente en el frente, que aceptará de buen grado la oportunidad que se presenta, gracias al hecho de contar en sus filas con un informador de primera línea como es Lazarev, para llevar a cabo así alguna arriesgada misión dentro de las líneas enemigas. Sin embargo, la cercanía mostrada por Lokotkov hacia Lazarev no será mutuamente aceptada por los restantes oficiales partisanos los cuales observarán con cierta desconfianza al traidor Lazarev. De este modo tras una emboscada en la que varios miembros partisanos son aniquilados por los nazis, Lazarev será acusado de desleal y condenado a muerte en un juicio sumarísimo. No obstante, la mediación de Lokotkov logrará que el frío soldado sea perdonado, siendo enviado Lazarev a continuación a una misión suicida consistente en la destrucción de la vía de aprovisionamiento ferroviario diseñada por el ejército nazi. Así es como Lazarev resucitará de sus propias cenizas para dar fe de su verdadera condición de héroe de la patria a pesar de los recelos de sus superiores.

Control en los caminos

Control en los caminos discurre dentro de los márgenes del cine introspectivo y trascendente que tan buenos resultados otorgó al cine soviético de los setenta, apoyado en una fotografía magnética de tintes oníricos que dibuja panoramas dantescos muy próximos al mundo de las pesadillas y del apocalipsis pero que igualmente sabe pintar un cuadro hiperrealista muy cautivador. Son muchas las referencias que emanan de la columna vertebral del film. Así el talante silencioso y desalmado del Lazarev recuerda a aquellos asesinos a sueldo brotados del polar francés (resulta imposible no acordarse del taciturno Alain Delon en esa obra cumbre del noir europeo que es El silencio de un hombre). Igualmente German, refundó los mandamientos del cine de misiones temerarias del cine americano de los sesenta, forjando una cinta rocosa en la que la acción deja paso al estudio pormenorizado de los personajes así como al dibujo de los conflictos de interés que nacen dentro de las venas de un colectivo que lucha por un bien común no siempre igualmente reconocido por parte de todos sus miembros. Asimismo del espíritu del film aflora una aureola mística que adopta parte del imaginario bíblico (la resurrección de Lázaro, la condena injusta de un mártir llevada a cabo por unos fariseos con galones rojos movidos más por el interés y odio personal que por el beneficio del grupo, el martirio de los justos, etc..) que convierte al mismo en un disidente de la línea admitida por parte de los gobernantes soviéticos de la época.

A pesar de que la cinta ostenta espectaculares escenas bélicas, insertadas principalmente en la última media hora de la misma, German apuesta por dar el protagonismo de su film a otro tipo de batallas invisibles en las que las conversaciones y la dialéctica hacen las veces de esos afilados cuchillos manchados de la sangre del enemigo tras una dura batalla en las trincheras. Y es que no recuerdo ninguna película soviética tan compleja, en la que el verdadero héroe de la misma es realmente un traidor a la patria reinsertado de mala gana por los héroes reconocidos en los libros de historia soviética, siendo las decisiones individuales alejadas de las órdenes de partido las que otorgarán la victoria en la batalla final. Control en los caminos es pues una película que apuesta por las segundas oportunidades y el perdón que explora los torcidos laberintos morales que aparecen de manera espontánea con el transcurrir de la mayor aberración ideada por el ser humano como es la guerra, resumiendo toda esta doctrina filosófica descrita con un magnetismo estético inigualable. Una obra maestra que se degusta con sumo gusto que permanecerá durante años de forma imborrable en la memoria del espectador.

Control en los caminos

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