Girlhood (Céline Sciamma)

Girlhood

Si bien la adolescencia —o el paso a la misma— ha sido eje central del cine de Céline Sciamma, entre otras cosas debido a esa trilogía con que inicio su carrera —iniciada por Lirios de agua y prolongada en Tomboy—, los componentes capaces de moldear un periplo vital no han hecho sino ir cobrando importancia en una obra cuya evolución es tan coherente a nivel formal como conceptual. Así, aquel contexto —tanto social como familiar— que en Lirios de agua se ceñía al ámbito escolar y más adelante tomaría en Tomboy una magnitud indisociable debido a la decisión de Laure de hacerse pasar por un niño cada vez que salía de su casa, establece en esta Girlhood un peso primordial para comprender no sólo la dirección hacia la que (en parte) Sciamma pretende guiar los focos, también para reforzar las bases de un cambio inminente. No resulta casual, pues, que este nuevo trabajo nos lleve de los primeros compases adolescentes bordeados en sus dos trabajos anteriores a una etapa ya más avanzada en esa adolescencia y, por tanto, de sensaciones tan contradictorias como la huida o la maduración.

Es precisamente esa huida, esa intención de dar un paso al frente para poder sostener el peso de un escenario asfixiante, la que lleva a Marieme a entablar relación con tres muchachas, una banda que parece hacer y deshacer a su antojo en la que encontrar algo más que amistad, también una cierta complicidad implícita que probablemente no existiría en otro entorno debido al ámbito social en el que se mueven. Sciamma comprende pues en Girlhood que el marco no debe tener sencillamente una función supletoria, y que su carácter puede gobernar directamente en las decisiones que tome la protagonista del film, dando así un nuevo paso y confiriendo a través de la disposición de un universo tan particular como real, la condición común a una etapa como la que nos ocupa. No obstante, y lejos de recrearse, de crear innecesarias descripciones que incurran en lo explícito, acierta la cineasta logrando que con simples detalles el mundo de Marieme quede expuesto y las vicisitudes del mismo sean comprendidas por el espectador; es así como el contexto social, pese a estar más presente que nunca, queda empequeñecido ante lo que realmente interesa a Sciamma.

Girlhood

El magnetismo de esa relación entablada por Marieme y reforzada por la autora de Tomboy en un apartado —el visual, que incurre de nuevo en la ya catártica y habitual escena del baile, aquí con el celebrado momento engalanado con el Diamonds de Rihanna— donde continúa puliendo defectos, no es sino señal inequívoca de que Girlhood funciona como debe hacerlo. Ello, unido a unas magníficas interpretaciones —la aparición de un nombre con la fuerza interpretativa de Karidja Toure dota de una frescura inusitada al conjunto—, donde esa complicidad queda reflejada a la perfección con momentos de un poderío innegable —como esa conversación entre Marieme y Lady después de la decisión de la primera por acudir a la pelea—, hacen de Girlhood una de esas perlas que, si bien no se termina de afianzar debido precisamente al último acto, merecen la pena. Y es que ese tramo en el que Sciamma debe refrendar el resultado y redondear un discurso cuyas conclusiones son prácticamente una consecución lógica, se pierde en un devaneo que no deja de ser comprensible por el marco que decide tejer la cineasta, pero donde no cuaja sus mejores minutos al trastocar esa armonía que tan lejos había llevado un trabajo de una de las que desde ahora será, sin lugar a dudas, nombre a seguir del cine del país vecino.

Girlhood

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