François Ozon… a examen (IV)

Uno de los puntos vertebradores de la filmografía de François Ozon es su querencia por jugar con el punto de vista y la dimensión subjetiva del relato. Desde la proyección psicológica en la narrativa a través de la metaficción presente en Swimming Pool (2003) al juego de espejos por fragmentación supeditado al giro argumental y el efecto sorpresa en el espectador de L’amant double (2017) —pasando por la exploración de los mecanismos de la construcción de la propia narrativa en Dans la maison (2012)—, Ozon busca el realismo a través de la autenticidad psicológica en la representación de sus personajes e historias. Una concepción del realismo que choca con la idea tradicional de mantener la verosimilitud en la recreación mimética de los elementos propios de nuestra realidad. Lejos de agotarse, las distintas aproximaciones posibles a este tratamiento lúdico de la narración son ciertamente inabarcables y, dando un paso suficientemente lejano en el tiempo, Sous le sable (2000) sirve para poner en perspectiva estos otros ejercicios estilísticos posteriores que van más allá de la mera experimentación.

Charlotte Rampling interpreta en este film a Marie, una mujer de mediana edad que lleva casada 25 años con su marido Jean. En la tradicional y rutinaria visita anual de la pareja en las vacaciones de verano a su casa, cerca de la costa en el suroeste de Francia, Jean desaparece. Ya desde antes del suceso se introduce un motivo y componente simbólico recurrentes en su metraje: los reflejos de la protagonista y los espejos. Una dualidad visual que expresa a la perfección la reacción de esta mujer ante la ausencia y posible muerte de su esposo. Por un lado, Marie es consciente de la pérdida, de la muerte, del final de su vida tal como la ha conocido durante tantos años. De sí misma. Pero ante este vacío y evitando enfrentarse al duelo, su visión de la realidad se disocia y sigue viviendo como si su marido siguiera con ella, esperándola al final de cada día en su hogar. No deja de hablar de él en sus conversaciones y de tenerle en cuenta incluso cuando sus amistades le presentan a un pretendiente interesado en conocerla. Esta negación consciente de la realidad se convierte en el centro de la película a través de la presentación repleta de ambigüedad de un personaje incapaz de seguir adelante, refugiada en una fantasía construida para sobrevivir a duras penas. Una fantasía que también hace imposible dejar atrás lo que ya es el pasado y afrontar el dolor para darle sentido a su existencia.

A diferencia de los otros ejemplos mencionados previamente en el uso de la narración subjetiva por parte del director, aquí es la contradicción explícita entre dos realidades irreconciliables, inevitablemente discordantes, y su papel en la caracterización del personaje principal lo que funciona como motor del relato. Como espectadores sabemos en todo momento la verdadera naturaleza de las apariciones de Jean y se trata más de intentar desentrañar la conexión —o la distancia— existente entre el trauma y el conflicto con las fuerzas externas que intentan hacerla entrar en razón. El misterio de la desaparición o su muerte, los motivos por los que Jean podría haberla provocado deliberadamente, no suponen más que un desvío emocional que permite acercarse más a su descripción psicológica. La falta de respuestas y la inconclusión son recursos que permiten a Marie evadirse y cuanto más radical es la verdad entrando desde el fuera de campo y transformando la duda en certeza, más intensa es su reacción de rechazo, más se materializa la visión espectral de lo que ha perdido. Sous le sable deja así sin respuesta la propia cuestión que plantea sobre la materialidad del aspecto emocional e interno de nuestras vidas, enfrentándolo a una perspectiva objetiva externa incapaz de satisfacer unas necesidades mediatizadas por el paso del tiempo, la costumbre y unos vínculos emocionales que perduran más allá de lo racional.

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