Asghar Farhadi… a examen (III)

En la víspera del último miércoles de cada año se celebra en Irán el Festival del Fuego, un remanente de las tradiciones del zoroastrismo. En esta antigua religión el fuego representa la luz y la sabiduría de Dios y se ponía énfasis en la lucha entre el bien y el mal, la luz y la oscuridad, la vida y la muerte. Para el zoroastrismo la elección y la responsabilidad individual son la base para acercarse o alejarse del camino correcto y considera a las personas las únicas responsables de ello, que sufren los castigos o las recompensas que merecen. El bien y el mal son entonces consecuencia directa de los actos de cada uno. Toda su doctrina se sintetiza en la frase «buenos pensamientos, buenas palabras, buenos actos». Es durante este día festivo que transcurre la acción de Fireworks Wednesday (Asghar Farhadi, 2006). No es ninguna casualidad que utilice esta fecha como contexto temporal, si tenemos en cuenta la filmografía de un cineasta obsesionado con las dinámicas sociales de su país, así como las contradicciones en las relaciones personales mediatizadas por un código moral institucionalizado, incluso en su régimen político, a nivel burocrático. En esta película seguimos a la joven Rouhi (Taraneh Alidoosti) hasta la casa de Morteza (Hamid Farrokhnezhad) y su esposa Mozhdeh (Hedieh Tehrani), donde es enviada para realizar tareas de trabajo doméstico.

Es a través de los ojos de Rouhi que descubrimos a un matrimonio mal avenido a punto de viajar con su hijo a Dubai de vacaciones al día siguiente. En el transcurso de la mañana descubre las sospechas de infidelidad por parte de Mozhdeh, que se van incrementando por distintos indicios, como llamadas telefónicas de números desconocidos o el olor de perfume que encuentra en la ropa de su marido —implicándose personalmente en la situación presa de las circunstancias, en las que debe posicionarse—. Las desigualdades socioeconómicas se describen desde su entrada en el bloque de viviendas residenciales, cerrado al exterior por una reja que no le permiten atravesar sin más. ¿Cómo pueden saber sus verdaderas intenciones? Esto le interpela una vecina que abre la puerta pero la deja fuera para que sea otro quien se responsabilice. La desconfianza y los prejuicios de esta clase media acomodada hacia los estratos más bajos forma una parte fundamental incluso en la trama de infidelidad, en la que la principal sospechosa es la vecina de la puerta de al lado, Simin (Pantea Bahram), que mantiene un salón de belleza ilegalmente en su propia casa, donde recibe a sus clientes para indignación de los demás inquilinos, que no quieren a desconocidos en el edificio.

Como es habitual en Farhadi, los abundantes diálogos y los vínculos entre los personajes son los que establecen en su relato los discursos que aborda, más allá de la composición de los planos individuales o la escenografía, que aquí está muy delimitada por espacios de la casa de donde Rouhi parece no poder escapar para desentenderse de unos problemas que le son ajenos. La red de secretos y mentiras se teje según avanzan las horas del día y pasan distintos personajes por el apartamento de la pareja, incrementando la tensión entre todos los implicados. La mentira aparece aquí como un instrumento de autopreservación o como herramienta de protección hacia los otros. Usada de forma bienintencionada puede evitar repercusiones trágicas, pero buscando únicamente el propio interés lleva a la degradación moral absoluta.

¿Ha sido realmente Morteza infiel a Mozhdeh? Al director parece interesarle más cómo se construye la confianza y el papel que tiene nuestra percepción subjetiva al margen de la existencia de pruebas que la respalden. ¿Es responsable Simin de la traición del marido a su esposa o una víctima más de una estructura social que castiga más a una mujer separada, que intenta salir adelante con un modesto negocio? La mirada de Rouhi establece el centro moral de la narración en todo momento y revela en su desenlace la complejas y ambiguas resonancias de sus actos y decisiones durante un interminable día —en el que ha tenido que llevar a cabo todo tipo de recados y favores sacrificando sus propios intereses—, mientras atraviesa las calles de la ciudad repletas de hogueras, que simbólicamente elude el coche de Morteza al transportarla hasta su prometido, en el que encuentra la certeza del amor sin necesidad de palabras o explicaciones.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *