En nombre del bien
Este viernes llega a las salas españolas A Hero, el nuevo drama del director iraní Asghar Farhadi (premiado en dos ocasiones al Oscar a mejor película extranjera). Galardonado con el gran premio internacional del jurado en el pasado Festival de Cannes, el filme presenta a un Farhadi menos inspirado en el apartado visual, pero tan eficaz como siempre en el momento de abordar los dilemas morales que caracterizan su narrativa, en este caso, quizá algo recargada.
El protagonista de la historia es Rahim (Amir Jadidi), un hombre de mediana edad que se encuentra preso por culpa de unas deudas a las que no puede hacer frente. Durante un permiso de dos días tiene la oportunidad de zanjar definitivamente sus problemas económicos gracias a unas monedas de oro que su novia ha encontrado perdidas en una parada de bus. No obstante, Rahim decide devolver las monedas en vez de intentar pagar a su prestamista y, cuando su acción se da a conocer a los medios de comunicación, termina convirtiéndose en una figura famosa; un héroe idolatrado por las masas simplemente por haber cumplido con su deber.
Antes de empezar, Farhadi presenta ante el espectador una frase que, seguramente, debe entenderse no tanto como una dedicatoria sino más bien como una declaración de intenciones: «En nombre del bien». Más allá de cuestionar la posibilidad de que el cineasta muestre unas pretensiones desmedidas al iniciar su película con una declaración de carácter tan grandilocuente, cabe recapacitar sobre el motivo que lleva a Farhadi a plantear su relato desde esta premisa. Previamente, nos referíamos a la acción de Rahim no como un acto bondadoso, sino como aquello que el personaje “debe” hacer. En el filme, Farhadi nos sitúa en un contexto social donde el deber moral es recompensado individualmente porque cumplir con él es percibido como una excepción inesperada. Sin embargo, la misma percepción de excepcionalidad sobre el acto moral llevado a cabo por Rahim es lo que termina suscitando dudas en la población que, además, se incrementan y propagan por las redes sociales. Son los “rumores” a los que se alude constantemente a lo largo de la cinta. Los rumores que terminan convirtiendo a Rahim en un héroe que debe demostrar la veracidad de las acciones que él asegura haber cometido.
En el cine de Farhadi nada es lo que parece. Cada uno de sus conflictos está sobrecargado de capas y capas de significación bajo las cuales se hallan los secretos que intentan ocultar frágilmente unos personajes plagados de matices. Son los matices que divisamos en la mirada entre Rahim y su prestamista, Bahram (Mohsen Tanabandeh). En un plano-contraplano, la mirada cabizbaja y humillada de un Jadidi desolador se cruza entre cristales transparentes (efectivamente, esas múltiples capas de significado) con la de un Tanabandeh rígido, pero también dolorido por las medidas que se ve obligado a tomar.
La magnífica habilidad de Farhadi para desplegar un coro de voces contradictorias y confrontadas las unas con las otras resulta clave para entender el retrato social propuesto por el autor iraní. No duda en otorgar un dramatismo —a veces un tanto desmedido— a una narración en constante tensión, pero también entregada a cada uno de los personajes que aparecen. Farhadi es consciente de su omnipotencia, de la mirada privilegiada que, como cineasta, de vez en cuando le permite esconder la información necesaria para añadir cierto atractivo a su inescrutable narrativa. Por eso, en muchos momentos tampoco duda en dotar de un valor moral a las declaraciones de cada personaje, aunque ello suponga paralizar momentáneamente el desarrollo de su historia. Así pues, en A Hero, cada gesto, palabra o imagen importan por encima de cualquier giro dramático.
Desde el momento en el que al inicio de una película Farhadi muestra una frase como «En nombre del bien», se obliga a sí mismo a filmar “bien” esa película, no para recibir los halagos de cualquier crítico, sino porque ese es su deber moral como cineasta. Fijémonos, por ejemplo, en la división del plano final del filme, donde se fragmenta el cuadro en dos secciones: a la izquierda, a oscuras y decaído, Rahim afronta definitivamente su destino fatal; a la derecha, reencuadrado a través de una puerta abierta e iluminado por la luz resplandeciente de un nuevo día, un hombre deja atrás la cárcel. Luz y oscuridad, libertad y prisión, bien y mal. Dialécticas expresadas en un plano fijo compuesto meticulosamente en lo que podría interpretarse como una decisión moral; una renuncia ya no solo al artificio formal, sino a la finalización terminante de una historia que siempre sigue hacia delante: la de un ser humano.