Fabian (Dominik Graf)

Violencia, decadencia moral, crimen, pobreza y extrema polarización política. Las calles y los personajes de Berlín en 1931 vistos por el escritor Erich Kästner en su novela Fabian describían los convulsos últimos instantes de la República de Weimar, mediatizados por el ascenso e influencia del partido nazi que llevó a Hitler al poder en 1933. Ese mismo año —en el crepúsculo de la primera república federal constitucional en la historia de Alemania—, la novela de Kästner fue una de las obras víctimas de la quema masiva de libros organizada por el sindicato de estudiantes, después de haber sido clasificada como arte degenerado por los nacionalsocialistas y acusada de pornografía, a pesar de ser previamente censurada por la editorial que la publicó en un principio. La novela, representante del nuevo objetivismo. la adaptó al cine Wolf Gremm en 1980. Ahora, después de haber sido publicada en su forma íntegra, llega con el título original pretendido por el autor Fabian oder Der Gang vor die Hunde (Fabian: Going to the Dogs, 2021) y dirigida por Dominik Graf, que traslada sin complejos los recursos cinematográficos del material de partida en su concepción formal, incluyendo montajes y cortes rápidos.

Fabian (Tom Schilling) es un joven escritor que trabaja para una compañía tabaquera como redactor publicitario. Le vemos pasar el tiempo con su amigo Stephan Labude (Albrecht Schuch). En una de sus salidas nocturnas conoce a la aspirante actriz Cornelia Battenberg (Saskia Rosendahl), de la que se enamora. A través de los ojos de Fabian seguimos su rechazo a la perversión de las costumbres, la pérdida de empleo, los riesgos del compromiso político de Labude y el sacrificio de los principios para progresar socialmente de su amada, que los acaba por separar. Se puede considerar aquí tan protagonista a Tom Schilling como a las decisiones estéticas del cineasta, fuertemente vinculadas a capturar desde una perspectiva de realismo naturalista la ambientación de la época y la acción dramática de sus personajes. Para ello integra metraje de archivo de la época con tomas sobre la vida en la ciudad, sus calles y elementos monumentales como el desaparecido cine Beba-Palast Atrium —destruido por los bombardeos sufridos durante la Segunda Guerra Mundial— y planos realizados con super 8 en color tan característicos del momento y que contrastan con la textura abiertamente digital con la que está rodada principalmente la cinta, igualmente desaturada.

Además, se combinan planos abiertos de situación que siguen a los personajes y definen los espacios por los que transitan, con movimientos de cámara muy marcados y planos secuencias en los diálogos que capturan una teatralidad que subraya —junto al uso de la narración en off— un efecto de distanciamiento “brechtiano”. Esto resalta el artificio de la ficción de la que somos espectadores y potencia a la vez su autenticidad en el proceso, de estilo pseudodocumental por momentos, con la cámara en tensión muy cerca de los intérpretes. Una pretendida realidad histórica recreada a la que accedemos a partir de un plano secuencia subjetivo en la actualidad, que utiliza una estación de metro como pasaje temporal, en una brillante transición al pasado que provoca un efecto inmersivo. Los principios éticos del protagonista se ven desafiados constantemente ante el egoísmo, el hedonismo, la depravación y la transgresión de las normas sociales a su alrededor, amplificadas por la miseria y las tendencias totalitarias emergentes. La violencia está presente principalmente por omisión en el fuera de campo, desde el que irrumpe en ocasiones un pequeño hurto, una macabra noticia de sucesos o unas camisas marrones y esvásticas de las fuerzas paramilitares nazis. Individuos sin rostro que atemorizan a Fabian paseando con su madre o se llevan a alguien de una terraza donde pasa el rato con Cornelia, que se registra dentro de una asumida y espeluznante normalidad cotidiana.

Pero es en un detalle aparentemente anecdótico donde Fabian: Going to the Dogs focaliza un fatalismo inexorable para la sociedad alemana. Un presagio de que el destino ya estaba marcado de antemano tanto para el país como para Fabian, cuando un profesor de su universidad asume la muerte de un alumno como consecuencia de sus ideas políticas —y con ello la necesidad de un cambio político que acabe con la corrupción social imperante—, mientras le observan de forma amenazante un grupo de estudiantes nazis. Cuando la intelectualidad se doblega ante la deriva autoritaria no hay vuelta atrás. El propio final del personaje de Tom Schilling sintetiza de forma irónica esto cuando intenta salvar de ahogarse a un niño que ha saltado desde un puente al río. No hay ya espacio para la solidaridad y las buenas obras, para las intenciones nobles, para quienes creen en el amor y las personas. Los actos individuales y la virtud han visto subvertido su significado. La vida, el arte o el pensamiento disidente pueden ya desaparecer en el humo de una hoguera de manera deliberada y alentada por las masas. Unas masas para las que los seres humanos en concreto se han trasformado en una abstracción sobre la que imponer un modelo único de sentir, amar, percibir e interpretar el mundo.

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