Experimenter: La historia de Stanley Milgram (Michael Almereyda)

«Por favor, continúe.
El experimento requiere que usted continúe.
Es absolutamente esencial que usted continúe.
No hay alternativa, debe continuar.»

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Y lo haces, continúas pese a que sientes que no está bien infligir dolor al prójimo porque así está estipulado. ¿O tú estás seguro que pararías?

Experimentar, el ejercicio del científico. Cuatro frases que han convertido a Stanley Milgram en el hombre estaca, del que cada astilla que se desprende de él sigue encendiendo fuegos, sin posibilidad de convertirse en figura obsoleta. Almereyda no se anda con rodeos, abre la puerta y nos introduce directamente, sin preámbulos, en la sala donde todo debe suceder. Una máquina que parece controlar el infierno y un incauto voluntario. Poco a poco se nos convierte a nosotros en un sujeto de estudio más en su polémico ejercicio, el Experimento Milgram, donde sólo quería saber si la obediencia es suficiente para justificar cualquier acto, incluido el mal.

Experimenter: La historia de Stanley Milgram no es un biopic al uso, no se trata de ensalzar (o dilapidar) los actos que conforman un nombre, en este caso el del psicólogo devoto del comportamiento humano como grupo que fue Milgram. La intención es anticipar los resultados a los propios datos y que el hombre, convertido en leyenda, sea directamente quien nos hable de los pasos que entrelazan sus conocimientos.

Peter Saasgard con un acento seseante nuevo en su paladar, toma lo de directo de forma tan literal como para hablar a la cámara, y Almereyda es tan atrevido como para convertir la película en una sala de estudio. Combina momentos familiares, explicaciones de algunos de sus más afamados estudios de una forma práctica y actos de puro conformismo social con escenarios de cartón piedra, voz en off o retratos que dan ritmo a Experimenter, un relato que confirma con detalle nuestra necesidad de seguir las pautas y aún así se abre a las preguntas, las suspicacias y el inconformismo que debía formar parte del investigador —un desconocido, como cualquiera que ya no pueda hablar en la actualidad en primera persona para refutar lo mostrado—.

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La solución es mostrar las distintas vías que toma el hombre como ser racional ante cualquier contratiempo. Un resultado como cualquier otro en el que entra el cine y la opción visual para recalificar el estudio. Por ejemplo, como contrapunto al hombre experimental, siempre pausado, analítico, espectante… está su esposa, una Winona Rider extrovertida y vitalista, con un rostro como recién estrenado (cada vez es más difícil reconocer a algunas actrices). Presencias figurativas que le aportan calidez a la paridad de estas palabras: autoridad-obediencia.

Se podría decir que conocemos a Milgram en la película por casualidad, justificando que su nombre aparezca en ese experimento que parece conquistar al director, y son algunas piezas del mismo las que toman cierto protagonismo en el modo en que aparecen en pantalla. Su experimento no tendría forma sin la habitación y la máquina, del mismo modo que otros estudios no habrían resultado sin cartas con destinatarios, cámaras fotográficas o simples guiones televisivos. El tema es introducir al hombre en un festivo escenario donde dilucidar una sensación que aumenta nuestra curiosidad. Lo que Experimenter nos suscita es que la opinión prevalecerá al resultado, ya que si un estudio genera más preguntas es porque tanto el hombre individuo y como la masa tendrá comportamientos que siempre sorprenderán.

Una historia sobresaliente para un efectivo cuento de hadas sobre algunos datos reales.

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