Estos son los condenados (Joseph Losey)

Joseph Losey fue uno de los grandes autores americanos víctimas del boicot instaurado por la caza de brujas de Joseph McCarthy lo que le obligó a emigrar a Gran Bretaña en busca de las habichuelas cinematográficas negadas en su país de origen. Cineasta de gran personalidad y gran director de actores, ya había dejado muestras de su talento en Estados Unidos filmando obras tan magnas como El muchacho de los cabellos verdes, El merodeador, M o El Forajido. Sus singulares películas ‹noir›, de gran calado social, reflejaban con gran acierto la rabia que imperaba en una parte de la sociedad americana en los años de post guerra. Desgraciadamente el nombre de Losey únicamente suele mencionarse cuando se recuerda la trilogía que rodó en los años sesenta con el dramaturgo Harold Pinter (El sirviente, Accidente y El mensajero) dejando en el olvido magníficas muestras de cine puro de autor como El otro señor Klein, Galileo, El criminal o Eva, todas ellas de una intensidad difíciles de encontrar en otros cineastas de su generación.

Estos son los condenados, es una joya del cine bizarro. Producida por la mítica Hammer, la película es una extravagancia alejada de la línea de producción de la compañía británica ya que Losey aprovechó la oportunidad que se le presentaba de dirigir una historia de ciencia ficción para lanzar una crítica a la caza de brujas, denunciando los juegos de poder ejercidos en secreto por las altas esferas de un Estado paranoico que utiliza la excusa del miedo al Holocausto Nuclear para ejecutar experimentos antropológicos alejados de los mínimos niveles de ética que deben exigirse a un país democrático. Losey recurre a una insólita miscelánea de géneros diseñando una original autopista de varios carriles surtida de Free cinema, ciencia ficción con dosis de terror psicológico y cine de denuncia social con toques surrealistas. Si lo comentado no fuera argumento suficiente para impulsar el visionado de la película añado que el ‹cocktail› perfilado por Losey es además de explosivo super entretenido, por lo que hará las delicias de los amantes del cine subterráneo. Como dato llamativo destacar que la película sufrió los tijeretazos de la censura debido a la violencia (para la época) de alguna de sus escenas y el nada edulcorado retrato de la infancia que proyectó Losey.

El guión, basado en una novela de H.L. Lawrence, se divide en dos partes claramente diferenciadas. En la primera Losey utliza los recursos del Free Cinema para narrar las peripecias de una banda de pandilleros liderada por King (interpretado por la joven estrella de la Hammer Oliver Reed) dedicada a cometer fechorías y vagar sin rumbo por las calles londinenses. Este clan de macarras tiene un miembro muy especial en Joan, la joven y atractiva hermana de King. Joan seducirá a Simon Wells, un millonario americano, que acabará siendo víctima de un salvaje atraco ideado por King y sus secuaces. King y Joan son huérfanos y sostienen una relación de dependencia mancillada por la atracción sexual que King siente por su hermana (guiño a Scarface de Howard Hawks). Paralelamente Losey nos presenta a dos personajes de la alta sociedad londinense, una escultora pop y un alto funcionario del Gobierno Británico compañeros de cama ocasionalmente, que conversan acerca de un extraño experimento llevado a cabo bajo el más estricto secreto de sumario. Joan se topará nuevamente con Simon y cansada del férreo control de su hermano aprovechará la oportunidad que se le presenta para escapar en barco junto con su pretendiente. Con este evocador talante finaliza la primera parte de la cinta caracterizada por sus reminiscencias al más puro cine social británico reflejando una visión nihilista de una juventud atraída por la violencia y carente de todo afecto, elemento éste que emparenta la cinta de Losey con la legendaria La naranja mecánica de Stanley Kubrick.

La segunda parte abraza la atmósfera inconfundible de género de ciencia ficción y terror. Simon, Joan y King acabarán recalando en una enigmática cala en la que se ha construido un área militar de acceso restringido. Descubriremos que el Gobierno está experimentando con unos niños especiales a los que se les ha aislado del mundo exterior obligándoles a vivir desde su nacimiento en una especie de cueva. Los tres extraños arribados a esta zona secreta descubrirán a estos infantes moradores y tratarán de liberarlos del control autoritario que ejercen los miembros de la administración que rige los destinos de los niños. Averiguaremos que los inocentes bisoños son utilizados como cobayas con el fin de crear una raza superior capaz de subsistir a un inherente Holocausto Nuclear.

Losey plantea una metáfora del totalitarismo que los Estados ejercen contra sus ciudadanos dotando a la historia de las necesarias dosis de terror psicológico gracias a la consecución de un clima claustrofóbico y paranoico apuntalado con escenas de alto suspense filmadas en el interior de la cueva. La película se beneficia de unas magníficas muestras de humor negro en la que destaca la genial idea de emplear secadores de pelo como medio de transmisión de mensajes “instructivos” a los niños (original forma de describir el lavado de cerebro) e igualmente cabe reseñar la sutileza con la que Losey va descubriendo los secretos que esconde el guión, haciéndonos creer en un primer momento que los niños son zombies para destaparnos posteriormente la auténtica naturaleza de los infantes.

Todos los personajes que aparecen en la película presentan una alarmante carencia de libertad en la que el amor es desbancado por el fanatismo y la violencia, elementos éstos muy presentes en el cine de Joseph Losey al que encuentro bastantes puntos en común con el estilo hierático y provocador de Michael Haneke. Me hipnotizaron las magníficas escenas de exterior captadas en la primera mitad del film que se ensalzan por la estupenda fotografía de Arthur Grant y las intensas interpretaciones del elenco de actores, especialmente las de los niños, prueba del dominio escénico que poseía Losey cincelado en los escenarios londinenses. La escena final está salpicada del típico juicio pesimista de Losey, que consigue estremecer al espectador forzándole a escuchar unos desesperados gritos de auxilio emitidos por unos indefensos personajes que desconocen que sus peticiones de clemencia acabarán perdiéndose en el viento y el oleaje.

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