Entrevista a Asier Altuna, director de Amama

Antes de que Amama fuese galardonada en el Zinemaldia 2015 con el Premio Irizar al Cine Vasco, tuvimos la oportunidad de charlar con su director, Asier Altuna, y que nos contara un poco cómo realizó su película más importante hasta la fecha. En un tono amistoso y distendido pero con un tiempo muy limitado, encontramos a un cineasta vasco de la calle, con el que se podría hablar horas y horas con una caña y unos pintxos delante. Intentó contar y profundizar más aun en la película, sin embargo, es un hombre de imágenes y la entrevista es un claro ejemplo de que la mejor opción es ir a ver la película, pues para conocer Amama hay que observar, no escuchar.

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La película Amama, ¿tiene algo de autobiográfica?

La historia que se cuenta no tiene nada que me haya pasado a mí o a mi familia. Pero bueno, hay muchas cosas que me suenan ¿sabes? Es un mundo que conozco a la perfección porque yo soy parte de ese caserío. Aunque vivo en la ciudad yo nací en un caserío, pero nunca he dejado de ir y siempre he estado ahí. De alguna manera hay mucho de atmósfera de mi infancia. Cuento una historia que sucede en el País Vasco de manera muy clara, y es que casi están abandonados, o se vuelven chalets, agroturismos o se caen directamente, cosa que pasa en el barrio donde yo nací, miras alrededor y no hay nadie que se dedique a eso. En la mayoría de las casas vive gente mayor sola y de alguna manera es un mundo que conozco muy bien. Es una película que siempre he querido hacer por esa cercanía, creo que es un tema que me ponía mucho por lo visual, pues yo soy una persona muy imaginativa e iba imaginando secuencias e imágenes. De repente llega el momento de rodar Amama, pues llevo años, desde los cortos, picando el tema. Es una historia familiar y estos temas siempre parecen ser muy autobiográficos con mucho conflicto y mucho lío, más en un caserío tan tradicional. Es un tema muy cinematográfico y es una maravilla, después de tantos años, poder enfrentarme a esta historia.

¿Qué piensa Amama?

(Risas) Eso es lo que me gusta, que haya misterio. Que nadie sepa ciertamente lo que piensa y que cada uno imagine qué pasa por su cabeza. Creo que hay momentos en los que incide en la trama, muy poquitos. Dos momentos: cuando le aparta la mirada a su hijo y después cuando éste está cenando y no le quita ojo. En esos momentos es consciente y está pidiendo un cambio a su hijo. En los otros creo que de alguna manera es el alma de todos los antepasados que ven cómo se desvanece todo ese mundo. Amama está ahí pero realmente no está, presente y ausente a la vez. Ella también toma decisión de irse al bosque, ella es consciente. Aun así siempre lo dejo abierto y me parece que es bonito el hecho de que haya misterio y suspense.

¿Por qué la decisión de comenzar la cinta con un flashback de lo que pasará prácticamente al final?

Es una imagen surrealista, no sólo por el comienzo, que es poderoso, sino también por lo que representa la cuerda que arrastra. Es una imagen, es surrealismo, de donde me viene el personaje, aquel que se va, que lo mismo no tiene tanta importancia, pero la imagen me pone. Es muy difícil meter esa imagen dentro de una narración y poniéndola al principio funciona y arranca, te da el tono de la película y pistas de lo que vas a ver para estar abierto a visualizar cosas extrañas. ¿Por qué lleva esa mujer esa cuerda detrás?

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¿Cómo surge el tema visual de los colores unidos a las personalidades representadas en la naturaleza?

Es un juego cinematográfico. Me interesaba mucho contar la herencia, el cómo una generación marca el destino de los hijos. Siempre busco imágenes poderosas. Entonces de repente, a raíz de un poema de Kirmen Uribe que habla de la relación entre padre e hija muy dura, cuentas la historia al final pero de otra manera. De ahí empecé un poco a buscar una manera de contar, visualmente, lo que te transmite. Realmente, no tengo claro cuando me vino esa imagen. Lo que sé es que todo se fue armando, de repente los árboles en las primeras versiones no tenían nada que ver, nada simbólico, y al final cuando visualicé la imagen de las tres personalidades con colores armé todo el lío de la narración. Es un juego, pues mientras escribo el guion voy jugando, buscando cosas y poniendo más importancia a la imagen que al diálogo.

La protagonista Amaya graba a su abuela en forma de documental con una cámara Super-8, ¿es una manera de expresar el pasado cinematográfico que estamos olvidando?

Bueno, ahí hay algo de nostálgico. Me apetecía tener esos elementos en la película, que yo pudiera jugar. Me permitió crear ese personaje de artista, que me diera pie a poder meter este tipo de imágenes, o como la cuerda, que puedes creer que son imágenes creadas por la propia Amaya en un momento dado. Alguno puede pensar que todo ese mundo tan surrealista de la abuela pintando es una exageración. Es como una imagen pasada por el filtro de una persona. Toda esa primera parte, quiero imaginar, que está filtrada a través de Amaya. ¿Qué pasa con la Super-8? Joder, pues que al darle a la tecla de la cámara es una maravilla y me permití el lujo de que un rato del rodaje fuese un poco libre, tenía la justificación del personaje de Amaya ahí, y se convirtió en una fiesta eso de darle a la tecla y hacer secuencias sin saber muy bien cómo iban a casar esas imágenes con las demás. Fuimos a montaje, el guion estaba escrito, pero no sabíamos si las íbamos a quitar o perdurarían en la película. Así el montaje se convierte en algo muy creativo, no solamente montando secuencias, sino que hay espacios donde puedes jugar mucho. Hasta que encontramos que cada pieza se quedase en su sitio en la narración, pues esto de experimentar es un poco de desequilibrados, tardamos mucho tiempo, pero cuando lo vimos dijimos “hostia, esto está de puta madre”, a pesar de que tenía a todo el equipo diciéndome “quita esos planos que son un lío”. Pues no, hay que luchar hasta el final para que luego veas las imágenes y sea una puta maravilla. Ser libre para hacer lo que te dé la gana.

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Al visualizar la película queda constancia de que los personajes femeninos priman sobre el argumento y encandilan, ¿cómo conoció a Iraia Elias y a Amparo Badiola y por qué decidió que serían las protagonistas de la película?

Quitando a Klara Badiola, que es la madre, y a Kandido Uranga, el padre, que desde el guion ya estaba muy claro que eran ellos los que ocuparían esos papeles, los tenía muy visualizados, todos los demás me vienen a través de la descripción del personaje. Amaya es el color negro, entonces busco a una chica morena, ojos grandes y negros, y me encontré con Iraia que la vi haciendo una obra de teatro y me quedé flipando. A parte de que es morena y tiene mucha fuerza. A partir de ahí decidí que los actores que iban a hacer de hijos ya no iban a ser conocidos, aunque para mí lo son, pero fuera del País Vasco igual no. Pero por ejemplo, Ander Lipus o Amparo son actores de teatro que no han hecho nunca cine. Fui un poco jugando con la intuición. Como encontramos a Amparo fue anecdótico, pues la encontramos en la calle y me quedé flipado con su imagen, me atreví a entrarla y bueno luego ha sido una maravilla porque, aparte de bella y elegante con arrugas maravillosas, es una “crack” de mujer. Es una mujer vital de ochenta y cinco años, que ahí donde va crea buen rollo y se adaptó al rodaje espectacularmente. Es un gusto verla en el cine, con esa imagen tan bella.

Pues hasta aquí la entrevista. Muchas gracias por dedicarnos tu tiempo Asier.

Muchas gracias.

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