El veredicto (Jan Verheyen)

Durante los primeros minutos de El veredicto, parece que vamos a asistir a una de esas clásicas películas sobre la venganza de un hombre que lo ha perdido todo. Así sucede cuando Luc, en lo que parecía una noche cualquiera de su feliz vida, recibe un golpe durísimo del que le cuesta recuperarse. Más aún cuando la Justicia le niega la posibilidad de redimirse en los tribunales. Es entonces cuando Luc planea actuar por su cuenta y al margen de la ley. Y es en ese momento cuando nos damos cuenta de que la película tal y como la concebíamos al principio se ha terminado, y que lo que acaece a partir de entonces es una mezcla de drama judicial y crítica al sistema legal de las democracias occidentales.

En efecto, la película que dirige y escribe el belga Jan Verheyen no escatima en golpear toda la estructura de un proceso judicial (desde la víctima hasta el mismo ministro de justicia) para abrirnos los ojos frente a las numerosas brechas que merman el aparato penal de Bélgica. No es casualidad tal elección argumental, ya que como bien se nos recuerda en los créditos finales, en el país de Tintín y el buen chocolate muchos criminales quedan libres tras errores judiciales. Un tema que a primera vista puede parecer algo espeso para ser tratado en una obra de ficción, pero que Verheyen resuelven con habilidad. Facilita al espectador que penetre en la atmósfera el filme durante una primera parte que combina la esencia dramática con escenas puramente de acción y, cuando aquél está bien metido de lleno en la trama, el director saca a relucir toda su artillería argumental en torno al tema descrito, mediante una amplia verborrea por parte de abogados, jueces, fiscales y demás gente del sector judicial.

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En esos largos discursos es donde entra en juego la verdadera cuestión de El veredicto, puesta de relieve mediante un «laissez faire» acertadísimo respecto del director. Un signo de auténtico realismo, ya que Verheyen no ha querido cortar ni un ápice de los mismos, como sin duda sucedería en otra película más palomitera. Huelga decir que el espectador que en este momento no haya quedado enganchado por la película estará K.O. técnicamente, puesto que en tales disertaciones no se esconde sino lo visto anteriormente desde un punto de vista más profundo.

El papel protagonista recae en un Koen De Bouw quizá poco conocido fuera de sus fronteras. Más célebres son los secundarios Johan Leysen y Veerle Baetens, a la que vimos en Alabama Monroe y que aquí tiene posiblemente la escena más impactante de la obra. Sin embargo, es evidente que esta no es una película que requiera demasiado de su reparto. Ninguna actuación en particular provoca un reconocimiento especial, así como tampoco se puede criticar a intérprete alguno. Perfecto resumen de esto el que aporta De Bouw, que mantiene el mismo rostro lívido durante casi toda la cinta y aun así no se le puede reprochar que lo esté haciendo mal.

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Resulta también notorio que una película que usa (y abusa) del diálogo omita cualquier palabra de más en un final que, al menos a quien escribe, le resulta decepcionante. No se puede comentar demasiado sin caer en el spoiler, pero basta con recordar escenas anteriores para sentir que el desenlace no está a la altura del resto de la obra. Tampoco se puede decir que la crítica al sistema sea al cien por cien cristalina, ya que algún que otro enfoque exagerado (esas conversaciones del ministro con el fiscal…) le resta un poco de credibilidad al conjunto. Pero sería erróneo el no señalar a El veredicto como una película interesantísima en su forma, pedagógica en su fondo, que engancha fácilmente y que goza de una credibilidad muy amplia. Recomendable, eso sí, sólo para aquellos capaces de tolerar con gusto largas sesiones de alegatos y proclamas en el ámbito penal.

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