El ejército desnudo del emperador sigue marchando (Kazuo Hara)

El ejército desnudo del emperador sigue marchando

La película arranca mostrándonos un tranquilo amanecer en la ciudad japonesa de Kobe. La cámara se fijará en una pequeña tienda que como cada mañana abre sus puertas con los primeros rayos de sol. A continuación irrumpirán en pantalla los dueños de la tienda: dos sexagenarios de apariencia modesta y enternecedora. El hombre responde al nombre de Okuzaki Kenzo, mientras que su mujer parece tan tímida que ni siquiera se atreve a exponer su caligrafía individual.  El sosiego que desprende esta escena bucólica dará paso acto seguido a la celebración de una extraña boda tradicional japonesa a la que el matrimonio Kenzo acude como invitado. En mitad del rito Okuzaki se presentará al espectador con un pequeño discurso pronunciado bajo su cargo de intermediario nupcial. Así descubriremos que bajo el semblante apacible del tendero se esconde en realidad un anarquista que peleó bajo la bandera del Emperador en la II Guerra Mundial —siendo uno de los pocos sobrevivientes a la carnicería que tuvo lugar en tierras de Nueva Guinea— y que tras regresar a su patria derrotado moral y físicamente ante las aberraciones experimentadas, mudó su sumisa adscripción nacionalista hacia los terrenos de la lucha social y la recuperación de la memoria histórica, hecho que le llevó a cometer tres asesinatos (entre ellos el de un agente de bolsa), así como toda una serie de actos obscenos y atentados contra miembros del gobierno nipón entre los que se incluye el intento de asesinato a golpe de honda del Emperador Hirohito.

Esta carta de presentación suministrará la información esencial acerca de la poliédrica semblanza del protagonista absoluto de este prodigioso y magnético documental japonés, para bajo esta premisa seguir los pasos de este defensor de las causas perdidas a lo largo de un trayecto que durará cinco escarpados años, centrándose en la quimérica lucha  emprendida por Okuzaki Kenzo por desentrañar los sucesos que acontecieron en el Frente de Nueva Guinea en los momentos finales del conflicto bélico, donde los mandos superiores del escuadrón al que pertenecía nuestro singular héroe decidieron eliminar a los soldados rasos que aún permanecían con vida para obtener de sus cuerpos la carne necesaria para mantener iluminada su vida. De este modo, con el único arma de una cámara que no se apartará en ningún momento de la espalda de Kenzo, e igualmente de los incisivos interrogatorios llevados a cabo por el antiguo soldado en sus visitas a los hogares familiares de sus superiores aún vivos, la película lanzará una incisiva y enigmática visión de esa sociedad japonesa víctima de los nocivos efectos de la II Guerra Mundial poseedora aún de sangrantes heridas que supuran odio, olvido, culpa y porque no decirlo la omisión de responsabilidad ante los crímenes de guerra cometidos en nombre del honor y la patria.

El ejército desnudo del emperador sigue marchando

El género documental posee muchas y magistrales piezas de arte capaces de cautivar con sus verídicos retratos del mundo los ojos más opacos a la contemplación de las ruinas y miserias que acompañan la existencia humana. Sin embargo, he de reseñar que El ejército desnudo del emperador sigue marchando es sin duda una de las piezas más extrañas, fascinantes e inolvidables jamás realizadas en este género dotado de infinidad de obras dignas de merecer los anteriores calificativos. ¿Qué es lo que me maravilló de este documental para haberse convertido tras su visionado en una de mis películas favoritas de todos los tiempos? Seguramente no será su revestimiento visual o técnico, ya que la película huye de todo preciosismo estético adoptando pues la máscara de un reportaje periodístico, de modo que no será extraño que el espectador capte la presencia de los micrófonos colgados sobre las cabezas de los interlocutores de una conversación o que la cámara se mueva con los pasos del cameraman para disgusto de esos paladares exquisitos que buscan siempre el plano perfecto. Pero tampoco la linealidad de la historia, ya que Kazuo Hara no orientará al espectador con carteles temporales para ofrecer una guía fácil, sino que la película se construye con pequeños fogonazos difuminados en el tiempo y en el espacio protagonizados por un Okuzaki Kenzo cada vez más obsesionado con su reto imposible de abrir los ojos a la dormida sociedad japonesa de finales de los ochenta en su lucha individual contra el sistema capitalista y el idioma tradicional japonés que usa los vínculos familiares y políticos para oprimir la libertad de sus ciudadanos. Episodios en los que Kenzo será acompañado en su quijotesca aventura contra esos robustos molinos de viento en primer lugar por los hermanos de dos de sus compañeros asesinados por los comandantes del ejército a los que Kenzo acudirá a visitar para extraer su reconocimiento de culpa, y posteriormente por su mujer y un antiguo compañero de aventuras anarquistas que suplirán el rostro de los iniciales hermanos de los que se desprenderá nuestro sexagenario al considerarlos poco implicados en su investigación.

El ejército desnudo del emperador sigue marchando

No, no son por tanto los esquemas puramente cinematográficos los puntos que convierten a este documental en todo un hito de la historia del cine. Para mí las principales virtudes y robustas fortalezas que emanan de esta obra de arte provienen de la personalidad del protagonista. Y es que la película supone la representación especular de la personalidad de uno de esos últimos samurais que aún seguían en pie en ese Japón mitad ancestral mitad occidental de los años ochenta, que con el paso de los años se desprendió totalmente de su aura más arraigada. La película por tanto ramifica todo un atestado alrededor una forma de vida en peligro de extinción por la presencia voraz de esa modernidad tejida a través de la prostitución vestida con el oloroso papel del dinero, resultando pues una radiografía hipnótica y altamente sugestiva acerca del crepúsculo de un ecosistema totalmente desaparecido en nuestros días. Me impresionaron esos interrogatorios diseñados por Kenzo en los que con firmeza, pero con respeto, destapa las vergüenzas de sus entrevistados, los cuales a pesar de ser destripados y humillados ante la exposición de sus criminales actos pasados por parte de nuestro particular Quijote, dialogarán con total naturalidad con su enemigo incluso esbozando una respetuosa sonrisa a su fustigador dialéctico. Inolvidable para un servidor también permanecen esas violentas peleas a golpe de judo mantenidas por Kenzo y uno de sus superiores que no acepta de buena gana la presencia de este incómodo reportero. Y es que a diferencia de las luchas barrio bajeras del mundo occidental la batalla física protagonizada por estos tranquilos moradores de la tercera edad desprende honor, dignidad y acato del código bushido. Así, los contrincantes conservarán pues siempre el saludo, la hospitalidad y los honores con el opositor a pesar de haber peleado violentamente a patada limpia o aunque nuestro Kenzo acuse directamente de comisión de crímenes de guerra a los veteranos oficiales retirados de la vida militar y perfectamente integrados en la vida social japonesa sin haber rendido sus cuentas ante los ojos de la justicia.

El ejército desnudo del emperador sigue marchando

Este es otro de los puntos que me cautivan del film: el invisible hilo que separa la justicia de la ley. En este sentido, la película traza una objetiva mirada que destapa la cobardía de la sociedad japonesa para restregar en su memoria histórica con el fin de localizar a los culpables de las atrocidades cometidas en la II Guerra Mundial contra esos pobres jóvenes que fueron engañados y enviados al frente a luchar bajo la bandera del fascismo y la barbarie. Y para elevar ese velo de mentiras no hay un arma mejor que un personaje tan complejo como Kenzo, un ser humano en lucha permanente contra el sistema y consigo mismo, libertario y libertador, ardiente combatiente en contra de las injusticias, un caballero samurai que emprende en solitario una aventura que no augura un final esperanzador, en definitiva un personaje de un romanticismo exacerbado… si bien poseedor igualmente de una cara oscura y violenta que trata de conseguir sus humanistas fines con medios para nada pacíficos que incluyen el intento de asesinato. Una persona maquiavélica para la que el fin justifica los medios, por muy brutales que éstos sean y que por tanto recorrerá en nuestra mente un trayecto que transcurre desde la inicial simpatía hacia un lógico distanciamiento ideológico a medida que las armas utilizadas por este anti-héroe reviertan hacia un lado más obsceno y peligroso.

Kazuo Hara fue uno de los mejores documentalistas del cine japonés. Director de cuatro documentales de reminiscencias descomunales, fue sin duda uno de esos cineastas revolucionarios, rebeldes y mordaces que amanecieron en el Japón de finales de los sesenta. Su talante se halla profundamente reflejado en El ejército desnudo del emperador sigue marchando. Hara, con el inestimable apoyo financiero de Shohei Imamura que hizo posible que la película fuese edificada tal y como deseaba su prodigioso documentalista amigo, realizó como han calificado algunos el documental de los documentales, mimetizando a través de las imágenes captados con su humilde cámara su temperamento con el de Okuzaki Kenzo en su cruzada vivida durante cinco largos años. Pero sin tomar partido ni prejuzgar para un lado ni para otro, sino dejando que las imágenes fluyan por sí mismas para que sea el espectador el que tome conciencia bajo su estricta responsabilidad de la razón y los motivos que llevaron a este antiguo soldado imperial a convertirse en un marginado del sistema morador de cárceles y prisiones construidas con barrotes y rejas físicas, pero también psicológicas. Así Hara realizó un documental puramente japonés, en el que con preguntas incisivas pero no explícitas lanzará a sus compatriotas una agresiva radiografía que muestra el carácter crepuscular de una índole  atávica y resignada a su sino, así como los complejos y la ausencia de justicia existente en una sociedad ciega por la irradiación cultural occidental a la que no le interesa por tanto echar la vista atrás para contemplar sus miserias. Sin duda uno de los documentales más importantes de la historia del cine, idolatrado entre otros por ese guerrero también con querencia a lo políticamente incorrecto que es Michael Moore.

El ejército desnudo del emperador sigue marchando

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