El caso Fritz Bauer (Lars Kraume)

El sentimiento romántico que acompaña al derrocamiento de una dictadura es mucho más engañoso de lo que parece. Poderosos individuos que sirvieron al antiguo régimen seguirán manteniendo un puesto relevante en la administración pública democrática. Tal cosa no pertenece al campo de la ficción, sino que ha sucedido incluso con las peores muestras de autoritarismo. Hablamos de la Alemania de posguerra, ya librada del yugo nazi pero que en muchos sentidos todavía no parecía dispuesta a afrontar el horror de su pasado. Genocidas y criminales evadieron cualquier tipo de juicio y se mudaron a otras partes del mundo gracias el apoyo de varios personajes que, desde tierra alemana, hacían zozobrar cualquier intento de perseguir a sus protegidos.

El fiscal general Fritz Bauer, judío y antiguo socialdemócrata en la República de Weimar, obviamente no estaba contento con este panorama. Frustrado en la búsqueda de gerifaltes nazis, un día recibe con entusiasmo la carta de un hombre alemán que desde Argentina le informa que el novio de su hija es el retoño de nada menos que Adolf Eichmann, considerado el principal responsable de la masiva deportación de judíos a los campos de concentración para su atroz ejecución. Una noticia que en un ambiente totalmente democrático debería conllevar una rápida respuesta institucional para su pronta captura pero, en aquel momento, Alemania estaba lejos de ofrecer esa imagen.

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Todo esto se narra en El caso de Fritz Bauer (Der Staat gegen Fritz Bauer), una cinta dirigida por Lars Kraume y co-escrita por este junto al guionista Olivier Guez, de origen judío. El propio Kraume ha confesado que uno de los motivos que le llevaron a realizar esta película era la pretensión de responder ante el pasado de su país, unas palabras que se tornan como bastante honestas una vez visto el film.

Porque El caso de Fritz Bauer no posee ningún tapujo a la hora de sacar los trapos sucios de los funcionarios públicos germanos de aquella época. Los intentos por torpedear la búsqueda y captura de Eichmann se reflejan claramente desde el principio, en una crítica que no va dirigida únicamente hacia las clases institucionales, sino al conjunto de la sociedad alemana. La ciudadanía vivía por aquel entonces en un estado de aletargamiento, creyéndose que la nueva constitución reflejaba verdaderamente sus propias palabras de rechazo hacia las leyes nazis. El propio Fritz Bauer se queda sin palabras cuando una joven le pregunta de qué podría estar orgulloso un alemán. Es una muestra de las dificultades que puede tener un país si rechaza sistemáticamente resarcir a las víctimas de su oscuro pasado, situación que se representa bastante bien en la película.

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Estas virtudes quedan algo enturbiadas por una dirección bastante plana y académica. Kraume pone en liza una clásica estructura narrativa en la que trata de contar la historia utilizando las formalidades propias de estos biopics, incluyendo un rápido rodeo por la vida íntima de los protagonistas en la que no se ofrecen todas las respuestas que quizá merecían algunas preguntas. Tampoco escapa a la tentación de demonizar a unos y ensalzar abruptamente a otros, algo que en este caso va más allá de los juegos de cámaras, la punzante BSO o el propio papel, sino que la elección de casting ya parecía encaminada a ello (el tenebroso Sebastian Blomberg como nazi o el más atractivo Ronald Zehrfeld como fiscal ayudante, por ejemplo).

La mayor pretensión de Kraume con su obra es que esta no fuera demasiado farragosa, queriendo transmitir a todo el mundo el retrato de un personaje tan importante para su país como lo fue Fritz Bauer. Pero esa agilidad narrativa que demuestra El caso de Fritz Bauer tiene el problema de ir acompañada de una falta de profundidad bastante notable que, unida su escasa identidad propia, hace que sea difícil no quedarse con la sensación de que la película no es más que el croquis de un biopic al uso en el que se han pintado por encima retazos de la Alemania de los años 50. No obstante, es muy recomendable para aquellos que desee conocer cómo funcionaba la justicia en ese país durante aquellos años y, por ende, en cualquier país que desee seguir justificando errores (y horrores) del pasado.

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