El original | Desaparecida – Spoorloos (George Sluizer)

El término ‹thriller› deriva del verbo ‹thrill›, entre cuyos múltiples significados se encuentra “estremecer”.

Cierto es que al enfrentarnos a una cinta englobada dentro de este amplísimo género que es el thriller, pocas veces —cada vez menos— nos topamos de bruces con ese estremecimiento. Ese desasosiego que, una vez aparecidos los créditos finales de la película, hace que nos retorzamos en nuestro asiento, incómodos y con el vello de la nuca erizado.

Por suerte, la cinta que nos ocupa cumple los requisitos propios del género, y lo hace con creces.

Spoorloos —también conocida como Desaparecida o The Vanishing, su título internacional—, posee un primer acto que podría hacernos malinterpretar lo que nos espera a lo largo de su historia al presentarnos un conflicto visto en numerosas ocasiones. Una pareja holandesa —Rex y Saskia— pasa unas idílicas vacaciones fuera de su país cuando, un secuestrador —Lemorne—, rapta a la chica haciéndola desaparecer sin dejar rastro, con la consiguiente búsqueda por parte del otro integrante del matrimonio.

Sí. He desvelado la identidad del secuestrador. Y es que aquí comienza lo atípico, y lo que hace de este filme una experiencia tan fresca y absorbente.

En Desaparecida la gran incógnita no será quién —resuelta en los primeros compases— sino el cómo, el porqué de las motivaciones del secuestrador y el qué, en referencia a lo que le ha ocurrido a la víctima.

Con esta premisa, el director George Sluizer consigue tenernos atrapados a la historia gracias a la manera de dosificar la información lentamente, haciéndonos llegar las respuestas con cuentagotas, desarrollando la trama con una progresión lenta —acorde al ritmo del montaje y la puesta en escena— que nos desesperará, en una agonía que culmina con un redoble en un final de esos que son difíciles de olvidar.

No terminan aquí las virtudes y peculiaridades de la cinta.

En su estructura, Desaparecida va alternando el punto de vista de la historia constantemente para ir otorgando sentido a todas las preguntas aún en el aire, dando lugar no sólo a un protagonista múltiple, sino también a dos historias radicalmente opuestas con temáticas muy diferentes entre sí, que terminarán por converger en los que posiblemente son los mejores momentos del metraje.

Por un lado, el filme nos cuenta la historia de Rex, el marido de la secuestrada, y su cruzada a lo largo de los años ya no por buscar justicia, sino por dar sentido a los acontecimientos y despejar finalmente su mente de las dudas que compartimos con él desde nuestra posición de espectadores.

Los fragmentos de Rex tratan el tema de la obsesión de un modo similar al que ha heredado actualmente Christopher Nolan en sus películas, con un protagonista atormentado por algo que le conducirá por caminos autodestructivos mientras intenta poner fin a sus conflictos.

Por otro lado, se nos presenta la historia del señor Lemorne, construyendo la que, sin duda, es la parte más estremecedora del filme. Estos fragmentos se centran en definir la figura del sociópata y explicar no sólo su meticuloso modus operandi, sino también sus motivaciones de una manera tan lógica, sencilla y racional que pone los pelos de punta. Y es que ahí radica la miga del personaje del señor Lemorne; en que es un tipo sencillo al que podríamos cruzarnos por la calle o incluso cruzar un par de frases con él sin percatarnos de toda la maldad que alberga en su interior.

Precisamente, la peculiar figura de Lemorne le sirvió al dibujante Brian Bolland para inspirar su historia corta An Innocent Man, englobada dentro del universo de Batman visto bajo el punto de vista de otro de estos “sociópatas cotidianos”.

En resumidas cuentas, Desaparecida es una cinta que hace honor a su catalogación dentro del género del thriller. Es sencilla en su base y ejecución, con un ritmo pausado y exasperante, pero sorprende muy gratamente en su desarrollo y especialmente en su excelente desenlace, funcionando infinitamente mejor que el posterior y edulcorado remake americano —dirigido por el propio Sluzier— de 1993.

Una joya muy a tener en cuenta.

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