Denis Côté… a examen

El cine documental de Denis Côté se caracteriza por el silencio tanto musical como verbal, contando únicamente con los ruidos registrados. Bestiarie es un gran ejemplo de su mutismo. En esta película que presenta una serie de espacios de reclusión animal la carencia de indicaciones verbales y la nulidad de un guion explicativo o didáctico suponen un discurso muy distinto al de cualquier documental sobre zoos o safaris.

Côté construye, a partir de tres escenarios, un cuadro genuino que muestra la cautividad en su dimensión más íntima y reflexiva. Capaz de ir mas allá de la contemplación realista, la imagen del canadiense se centra en pequeños detalles de las jaulas y recintos donde las fieras se encuentran. Pero no es mediante la observación ‹voyeurista› que las ideas sugeridas van tomando un sentido crítico e incluso revelador. La relación entre el Parc Safari de Quebec, una sala de dibujo y un taller de taxidermia se complementan para dar un sentido preciso a la obra. Estos tres espacios, en los que se reinterpreta la figura de los animales, son filmados minuciosa y concienzudamente para alejarlos de cualquier configuración atractiva sin perjuicio de intentar captar toda la fuerza que dan de sí. Mediante planos que se asemejan también a jaulas, que “encarcelan” determinadas partes de los animales (una pata, un hocico, una cabeza) se disecciona cada rasgo de sus facciones y movimientos gracias a la estabilidad impoluta y prolongada en el tiempo de los mismos planos. Pero Côté no recurre a dicha prolongación por mero capricho, sino que dota a cada uno de la duración necesaria para que capten la esencia de lo mostrado e inviten, al mismo tiempo, a reflexionar dentro de un marco inquebrantable. Se podría decir que el cineasta se preocupa de que cada encuadre revele la situación de la propia imagen y se centre en un determinado núcleo para hacer del movimiento del animal algo tremendo.

Gracias a una progresión que propone una meditación sobre el hombre y la naturaleza y la deslocalización de la misma, se establecen una serie de paralelismos entre lo claustrofóbico de una jaula y lo siniestro de un cerco o valla al aire libre. Guardando relación con lo seguro y lo peligroso de ambas barreras entre hombre y bestia. Hay multitud de elementos que separan a las personas que acuden al parque de los animales que allí viven, pero la falsa cercanía que las vidrieras reforzadas y los establos representan se quiebra en un único plano destacable. En él se ve a un hombre que permanece parado y tenso al lado de dos camellos gigantescos. Esta escena no solo es importante por enfrentar en el mismo espacio al humano y al animal por primera vez, sino que además es el detonante de una serie de secuencias en las que multitud de visitantes entran al parque, mostrándose otra cara del cautiverio. ¿Dónde está ahora el lado “salvaje” de la valla? ¿Quién es el animal enjaulado?

La destreza formal que Côté demuestra en Bestiaire es tan acertada para definir el tiempo en el espacio de la sociedad moderna como lo era la de Benedek Fliegauf en Vía láctea (Tejút, 2007) o la de Nikolaus Geyrhalter en Nuestro pan de cada día (Unser täglich Brot, 2005). Como en ellas, aquí el sonido, con ausencia de música y palabra, es la clave para desarrollar toda la acción subyacente en torno a unos planos tan premeditados y nada azarosos que muestran la perspectiva cercana de un montón de bestias aterrorizadas o simplemente impasibles. Un bestiario digno de estudio que empieza con el modelo artística pasa por la reclusión, la muerte, la resurrección en forma de trofeo o adorno y termina en un limbo tan grande que engloba a la totalidad de las especies.

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