Dejad que el río fluya (Ole Giæver)

Una de las cosas que, no por habitual, no deja de sorprenderme, es comprobar en la realidad y en la ficción que la presencia policial nunca suponga nada bueno. Impresionante sobre todo cuando alguno de ellos pide luego comprensión y empatía porque sufre mucho al reprimirte. Y no es que Dejad que el río fluya vaya sobre cómo la policía ejerce de crisol del fascismo incluso en democracias, pero al final me acabo preguntando ¿por qué tanta gente tiene claro que todos los políticos son iguales pero no comentan nada sobre la violencia policial o su capacidad para normalizar porrazos, disparos de pelotas de goma o desahucios a ancianas de 80 años?

Basada en unos hechos reales que tuvieron lugar entre 1979 y 1981, Dejad que el río fluya cuenta la historia de una joven llamada Ester que, tras conseguir un trabajo temporal como profesora en Alta (al norte de Noruega), se reencuentra con su familia y sus orígenes más reprimidos. Porque, a pesar de ser noruega en términos de papeles y pasaporte, Ester es sami, un grupo étnico que habita en Laponia “de toda la vida”.

Desde una frialdad innegablemente nórdica, con un ligero granulado que nos lleva a décadas pasadas, el director y guionista noruego Ole Giæver consigue trasladarnos a finales de los 70 con una fidelidad visual que sorprende por estática, estética y sobre todo por un ritmo tranquilo y apacible que no desentona con el desarrollo de la trama ni impide aburrirse. Porque, como buena película nórdica, cuanto mayor sea la frialdad mostrada, más ardiente es lo que oculta.

En este caso, y a pesar de la falta de contexto histórico, ese ardor helado queda perfectamente reflejado en la figura de Ella Marie Hætta Isaksen —actriz y cantante sami—, con un trabajo actoral contenido que crece en intensidad desde lo plano a algo mucho más desenvuelto. Consciente de que su personaje está intentando ocultar su identidad sami durante el primer acto de la película, mientras redescubre lo que significa para ella serlo y se debe enfrentar a una lucha más colectiva que pretende evitar la destrucción de los hogares del pueblo sami. Todo esto al tiempo que sufren el trato vejatorio de una panda de “racistoides” tremendamente educados.

Leyendo un poco por ahí, he sabido que lo que cuenta Dejad que el río fluya fue un acontecimiento fundamental porque supuso un punto de inflexión en las políticas del gobierno noruego que afectaban a los samis y otros pueblos indígenas nórdicos, quienes durante años fueron víctimas de unas políticas de “noruegoización” bastante forzosas. Esto es algo que en la película se puede ver en el papel de la madre de Ester, quien, además de eliminar esa parte de identidad de su persona, ha sufrido una educación violenta y agresiva para doblegar cualquier intento o posibilidad de desear recuperarla.

Sin embargo, en el desarrollo todo cambia con la llegada de Mihkkal, el primo de Ester y el único personaje que no quiere ser asimilado como noruego y se siente orgulloso de ser sami en mente y forma de vestir. Es con él con quien Ester se manifiesta contra los planes del gobierno de construir una presa que aislará al asentamiento sami del río, incorporando a la historia elementos relacionados con este pueblo indígena y los enfrentará al capitalismo que se pasa por el forro cualquier idea cercana al ecologismo o que aplasta cualquier valor humano positivo con el peso del dinero y la deshumanización de lo distinto.

De ahí el título de la película. Dejad que el río fluya es a la vez un relato histórico de un vado nacional, porque el asunto de la presa se convirtió en un “hasta aquí” para los samis, y una intensa descripción psicológica de un pueblo herido por mostrar una cultura propia y distintiva, un lenguaje poético extraño y un estilo de vida nómada premoderno único. Al mismo tiempo, no sólo se dibujan los prejuicios embrutecedores del entorno civilizado, sino también los problemas modernos tardíos de una minoría étnica en la sociedad actual.

Es un tema muy interesante y que, contado como está contado, silenciosamente, muestra la complejidad de quienes quieren ser y estar, obligados a confrontar el deseo de ser como los demás noruegos, parte de un todo, de una nación unificada, y al mismo tiempo de querer ser lo que son en mente y forma de vida (y de entenderla). De ahí que Dejad que el río fluya sea dramática en su objetivo, indignación y ambientación, pero nunca realmente melodramática, demonizante y antagónica hacia las partes involucradas.

Lo cual no significa que yo, como espectador, no haya decidido demonizar a varios personajes o “colectivos”. Porque me da igual que la policía noruega actúe contra los manifestantes con precaución y disciplina o que nada esté planteado en blancos y negros. Es inevitable que tomes partido, que veas a los nacionalistas de Noruega como los culpables y los que deben cargar con la vergüenza. Porque a veces aceptamos que las limpiezas étnicas no sean tales porque tuvieron lugar hace más de 100 años (en este caso parece que empezaron en el siglo XIX, con el nacimiento del nacionalismo noruego), pero en las actitudes más presentes se sigue rozando el ‹apartheid›, o al menos eso parece que ha habido si te pones a leer otras historias sobre encuentros con los pueblos nórdicos del norte que viven al otro lado de las fronteras de Suecia, Noruega y Finlandia.

Al parecer, de nuevo leyendo por ahí, he visto que el propio Ole Giæver tiene ascendencia sami, lo que quizás haga de la experiencia algo incluso más personal y estimulante, pues el propio motor narrativo de la película está en cómo se es consciente de la historia sami y del sentido de la identidad, alternando entre el autodesprecio y la autoafirmación, pero sin nunca llegar a ser excesiva.

Podéis ver Dejad que el río fluya en Filmin:

https://www.filmin.es/pelicula/dejad-que-el-rio-fluya

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