Dawson City: Frozen Time (Bill Morrison)

Se pregunta Carlos F. Heredero en su columna del número de abril de la revista Caimán: Cuadernos de Cine acerca del estatuto de la imagen fílmica actual y las fronteras, cada vez menos definidas, que hasta ahora han venido separando convencionalismos y estructuras como forma de categorización cinematográfica. Animación y ficción real. Imagen analógica e imagen digital. Ficción y no-ficción. Polos de un mismo imán cuya atracción paulatina se debe a un cine decidido a plantear retos antes que soluciones a un espectador cada vez más involucrado en su descodificación. En medio de esta teoría cinematográfica, algo nebulosa pero que, afortunadamente, no cesa en su evolución, Dawson City: Frozen Time se presenta como uno de los híbridos que participan de este juego. El último documental de Bill Morrison se sirve de recursos de archivo, fotográficos y videográficos, para narrar, entorno a la noticia de un insólito descubrimiento, un colosal relato que abarca casi un siglo de la historia reciente de los Estados Unidos.

A mediados de los setenta, un pastor eclesiástico de Dawson City desenterró por casualidad varias cajas de madera del socavón de lo que, en su día, fue una piscina comunitaria mientras nivelaba el terreno como ayuda para la construcción de un edificio. El contenido de aquellas cajas no era otra cosa que kilómetros de celuloide perteneciente a películas perdidas de las primeras décadas del séptimo arte. Este acontecimiento marca el estallido de un gigantesco flashback que nos lleva de golpe a finales del siglo XIX donde, a no mucha distancia de aquella futura piscina, unos pocos afortunados descubrieron a orillas del Yukon unas diminutas perlas doradas. Estamos ahora en la región del Klondike, Canadá, en plena fiebre del oro. Aquellos aventureros que expoliaron los alrededores y enriquecieron el área de Dawson City en pocos meses permitieron a sus habitantes, una vez el expolio llegó a su fin, mejorar las infraestructuras del pueblo y abrir, entre otras cosas, un cine familiar, a su vez destino final de aquellas películas que allí se proyectaban debido a la situación geográfica de la región, en el límite septentrional del territorio de distribución cinematográfico de América del Norte. Pasaron las décadas y Dawson City se transformó en un enorme almacén de rollos y rollos de nitrato de celulosa que, de cuando en cuando, incendiaban el pueblo por su frágil condición ignífuga. Algunos de ellos acabaron siendo enterrados en cajas en el fondo de un badén que en su día se usó como piscina y el resto lanzados al río como solución final.

La magia de la anterior epopeya y su fuerza de trascendencia en el documental se deben al modo en que el cineasta entronca lo que cuenta con cómo lo hace. Tratándose sobre una reflexión acerca del valor de las imágenes perdidas en el tiempo y sirviéndose de la preciosa analogía entre el descubrimiento de las bobinas perdidas y el de las pepitas de oro en el cauce del rio separados por muchos años, Morrison construye su historia a través de pequeñas escenas, planos, tiros de cámara, que rescata directamente de las películas encontradas en Dawson City, junto con instantáneas de la fiebre del Klondike tomadas por uno de sus principales retratistas, Eric A. Hegg. Acompañado en todo momento por la banda sonora de Alex Somers, instrumentista y colaborador en la etapa actual del grupo islandés Sigur Ros, cuya composición no convencional contrasta con la simpleza formal del material visual aunque al mismo tiempo su turbia atmósfera otorga una sensación de suspensión en el tiempo, el ascenso y caída del pueblo a orillas del Yukon está narrado mediante fragmentos de Chaplin en La quimera del oro, de adaptaciones de Jack London, de cortos reportajes de valor noticiario y de imágenes de archivo montadas al uso de Ken Burns, confiriéndole a la ficción un absoluto poder de veracidad (el material que retrató la realidad anteponiendo una distancia ficticia funciona ahora como único reflejo de esa realidad, comprometiendo la verdad de sus imágenes con la verdad del significante). De nuevo entra en escena esa frágil frontera de los convencionalismos cinematográficos que, tras un siglo, sigue empeñada en diferenciar, en este caso, el relato de ficción del documental. Digamos que Dawson City: Frozen Time es, volviendo a la columna de Heredero en la Caimán, un saludable y necesario antídoto para que intentemos sacudirnos las viejas telarañas de nuestra mirada en pos de otras perspectivas.

Puedes ver Dawson City: Frozen Time en Filmin en el siguiente enlace:

https://www.filmin.es/pelicula/dawson-city-frozen-time

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