Catherine Corsini… a examen

Fijar y respetar los límites en las relaciones personales supone uno de los grandes desafíos en los vínculos de cualquier naturaleza que creamos en el transcurso de nuestras vidas. Mucho más cuando se generan y mantienen expectativas creadas artificialmente que mediatizan nuestra forma de comportarnos y lo que esperamos de los demás. En el mundo del arte, en el que las vidas íntimas y el aspecto profesional forman un todo difícil de separar, se amplifican las complicaciones. Catherine Corsini, que ya ha explorado cómo afectan los distintos contextos sociales o políticos y el paso del tiempo a varias parejas de mujeres en títulos de su filmografía tales como La belle saison (2015) o La fracture (2021), lo hacía también en uno de sus primeros largometrajes, La répétition (2001). En este filme, la actriz Nathalie (Emmanuelle Béart) se reencuentra con su mejor amiga de la infancia Louise (Pascale Bussières), años después de que esta cortara cualquier contacto con ella sin dar más explicaciones. Tras el impacto inicial y el recelo de retomar su amistad, comienzan a verse y compartir las dificultades que atraviesa Nathalie al estar ligada sentimentalmente a un director de teatro que la considera su fuente de inspiración.

De hecho, tras su separación, él mismo reconoce que sin deseo no puede tener ideas. Nathalie quiere trabajar para otro afamado dramaturgo, Walter Amar (Jean-Pierre Kalfon), con el que su amiga arregla una cita para interpretar la protagonista de su adaptación de las obras de Frank Wedekind sobre el personaje de Lulu que Louise Brooks interpretaría en la película de G. W. Pabst, Pandora’s Box (1929). Un personaje cuya expresión libre de su sexualidad provoca la tragedia para quienes la rodean y para ella misma, sin pretenderlo. La cineasta utiliza esto para construir un paralelismo con Nathalie, sus ambiciones artísticas y su ambivalente amistad con Louise. Al estar tan habituada a tener que representar distintos roles diseñados específicamente por otras personas y ejecutar sus instrucciones minuciosamente sin salirse del libreto, ella misma es incapaz inicialmente de tomar decisiones para si misma de manera autónoma. Incluso en una reunión de trabajo con su nuevo director, interpreta erróneamente la situación como un contexto en el que debe someterse sexualmente a su director, sin pensar siquiera si es lo que él quiere, sino porque entiende que es lo que se espera de ella como intérprete a su servicio.

Lo mismo sucede en su amistad con Louise, influida por lo que esta proyecta sobre ella, atrapada en una vida gris de clase media acomodada con un marido que no la satisface. Su ambigua dinámica se va intensificando a la vez que las manipulaciones, mentiras y desencuentros. La extrema proximidad emocional y también física destruye hasta cierto sentido de individualidad en Louise creando una peligrosa codependencia. Corsini filma este desarrollo argumental con una magnífica gestión de las elipsis y de la perspectiva psicológica del relato, del paso del tiempo a través de un uso de la cámara siempre muy consciente de sus cuerpos, del sentido oculto de la interpretación de sus gestos y miradas —con un manejo preciso del tono, que cambia de lo luminoso a lo más perverso y retorcido, expresión de lo que es capaz el corazón humano cuando este ve peligrar la cercanía con el objeto de su adoración—. La répétition explora así la fragilidad y el difícil equilibrio de nuestras emociones cuanto más nos acercamos a otra persona, exponiendo nuestros auténticos anhelos y las implicaciones que supone para el otro cumplir con el papel que les asignamos independientemente de lo que sientan. Un peligroso juego al que sólo se puede responder con la distancia deliberada y el silencio consciente. Unos recursos que subvierten las posiciones de las protagonistas en su demoledor y contenido final, en el que los ojos de ambas registran el dolor de la ausencia, el amor y el peligro que suponen la una para la otra.

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