Brillante Mendoza… a examen

Kinatay

Afincado en esa corriente de cineastas filipinos que han recorrido festivales sorprendiendo a todo tipo de cinéfilos, y entre los que se incluyen nombres como los de Lav Díaz o Raya Martin, Brillante Mendoza ha sabido medrar como cineasta en una carrera que con su debut, El masajista, ya se llevó su primer galardón en un festival europeo, Locarno, y con títulos como Foster’s Child, Lola, la recién estrenada en nuestro país Cautiva o Thy Womb, con la que consiguió hasta dos galardones de la cita veneciana, ha continuado dando pasos en una filmografía donde hemos podido encontrar obras de toda índole que no han cejado en retratar la condición de un país, el suyo, aunque en ocasiones hallando en la atmósfera una de las virtudes capitales de su trabajo.

Es el caso de uno de sus últimos largometrajes, Kinatay, que suponía la segunda incursión del filipino en el submundo criminal tras Tirador (Slingshot), y consiguió en Cannes, festival donde fuera el primer cineasta de su nacionalidad en participar en la Sección Oficial solo unos años antes con Service, el galardón a Mejor director, que repetiría meses más tarde en su paso por el Festival de Sitges.

En ella, Mendoza nos pondrá tras los pasos de Peping, un muchacho de 20 años con un hijo y una boda en ciernes con su novia de 19 años. Estudiante en una escuela de criminología, Peping pronto introducirá al espectador en un universo descarnado, ese que le sirve para ganar un dinero extra que le permita seguir con su vida. Poniéndose en contacto con Abyong, un compañero de su clase, aceptará un importante trabajo que le llevará a pasar una de esas noches que Peping no olvidará fácilmente.

Kinatay

Adscrita a un estilo en cierto modo hiperrealista que puebla el film y define en cierto modo las inquietudes de Brillante Mendoza, Kinatay arranca precisamente con la escena que dará paso a la boda entre el protagonista y su novia. Así es como observamos un retrato que nos lleva a las calles de Manila con un cierto componente social que ya se advierte en los diálogos iniciales, en especial en esa ceremonia donde las palabras de quien los desposará parecen más dirigidas a dotar de cierta aspereza la culminación de ese compromiso, que a iniciar una celebración como la que debiera conllevar una coyuntura de ese tipo.

Ese tono en el que básicamente Mendoza compone el marco de una introducción que poseerá más trascendencia de lo que en un principio pudiera parecer, se verá corrompido por la llegada del anochecer y, con ella, los negocios que Peping lleva por su propia cuenta. A partir de ese instante, el autor de Lola dirige sus recursos en otro sentido y, ya sea con planos más cerrados, anárquicos e incluso desenfocados, o aprovechando una incisiva fotografía, logra componer bien pronto una asfixiante atmósfera que acompañará al joven aprendiz en esa fatídica jornada nocturna que traerá consecuencias insospechadas para Peping.

Kinatay

El universo en el que se moverá tanto el protagonista de Kinatay como el espectador a partir de ese momento, define sus lindes con un trazo capaz de arrojar un potente contraste entre ese primer tercio de film que nos muestra el día a día de Peping y lo que vendrá a continuación, y transformar las mismas calles de la ciudad, pero bañadas en esta ocasión por la luz artificial, en un viaje que se antoja sin retorno a los confines de esa población.

Opresiva, atmosférica y cruenta, la obra de Mendoza se transforma en un potente relato capaz de intensificar unos hechos que en el fondo son la crónica de un acontecimiento criminal cuyas consecuencias resultan mucho más perturbadoras de lo habitual. Pero dentro de esa aparente simpleza se esconde la urgencia y viveza de un discurso que hace de lo común de una situación como esa, algo tan terrorífico como en realidad resulta, y en la raíz de ese thriller parece distorsionar las bases del género para sumergirnos en un horror más palpable.

Kinatay

En esa coyuntura, el cineasta sabe generar escenas que supuran incomodidad y llevan hasta las últimas consecuencias su planteamiento, siendo sostenidas con un pulso que permite a Mendoza generar momentos de mini-clímax verdaderamente eficaces, logrando que tanto los juegos con el fuera de campo como la perseverancia al fijar el plano resulten recursos tan valiosos como poco contradictorios pese a avanzar en terrenos distintos. Esa particular creación refuerza no sólo una sensación de terror puro en el que tanto la truculencia de las imágenes como el aspecto psicológico de la tesitura en que se encuentra Peping resultan igual de sustanciales, sino también el valor de una disertación donde corruptelas y crímenes encarnan un paisaje desolador que, lejos de cerrar con una impactante estampa, quizá el más fácil y cómodo de los recursos, su autor sabe culminar con una imagen que, de tan cotidiana, resulta todavía más estremecedora que lo vivido minutos antes.

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