Himala (Ishmael Bernal)

Si existe una película emblemática, multipremiada, querida y legendaria en la historia del cine filipino, esa es sin duda esta Himala dirigida allá por el lejano 1982 por el intelectual y no menos mítico Ishmael Bernal. No solo fue un éxito de taquilla sin precedentes en el momento de su estreno, sino que igualmente se alzó con numerosos premios, convirtiéndose en la primera cinta filipina exhibida en el Festival Internacional de Cine de Berlín. Además de todos estos agasajos, un punto resalta la importancia de Himala en la historia del cine oriental; el hecho de haber sido nombrada la mejor película de todos los tiempos de la región de Asia Pacífico en una votación llevada a cabo en 2008 en el marco de los Asia Pacific Screen Awards.

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Quizás uno de los grandes aciertos del film sea su espléndido y arriesgado guión ideado por el periodista y escritor filipino Ricardo Lee. Éste se inspiró en un caso acontecido en los años sesenta, partiendo de la imagen de una joven pobladora de la Isla de Lubang que afirmaba había visto a la Virgen María aparecida con un vestido blanco. Esta anunciación vino acompañada de toda una serie de supuestos milagros y sanaciones atribuidas a la niña, suceso que implicó un intenso movimiento de feligreses y desesperados enfermos terminales hacia el hogar de esta supuesta curandera sagrada con el consiguiente auge económico, comercial y de inteligentes y avispados aprovechados ligado a este lance. Así, el escrito concebido por Lee tomó prestado este punto de partida pasado, salpicándolo asimismo con una reciente investigación en la que el reportero estaba inmerso donde fue testigo de como otra curandera de barro alcanzó fama y riquezas gracias a la fe y la desesperación de leprosos e incapacitados quienes acudían en masa hacia la venta de esta farsante extirpadora de cáncer y otras enfermedades como última vía de esperanza con la que superar su desgracia y mala ventura.

Fascinado por el poder que la fe y las supersticiones permiten generar a tenor de la desesperación de un pueblo sumido en el caos y la miseria, Lee rubricó un complejo y profundo guión que fue moldeado en imágenes por una de las grandes mentes del arte filipino, el cineasta Ishmael Bernal, quizás junto con Lino Brocka el gran maestro del séptimo arte filipino clásico merced a su particular y poderoso universo femenino capaz de lanzar inteligentes denuncias alrededor de los vicios y defectos de una sociedad que actuaba como un verdugo para sí misma.

La película narra la historia de Elsa (Nora Aunor), una adolescente habitante del desdichado pueblo de Cupang —apartada localidad rural morada por una población campesina, supersticiosa y mayoritariamente analfabeta, creyente que todas las desgracias proceden de la voluntad divina—. De este modo Cupang se halla sumido en una prolongada y terrible sequía que ha acechado y destruido los cultivos de los pobres labriegos, la cual es considerada como una especie de maldición conectada con la presencia de leprosos en el pueblo. Pero de repente algo extraño surge del ambiente. Un eclipse de sol nubla el día para iluminarlo cual oscura noche. Y durante este fenómeno de la naturaleza, un prodigio parece haber surgido. Así, la joven Elsa asegura haber visto a la Virgen María cerca de un promontorio adornado con un curioso y deshojado árbol.

Tomada al principio como una especie de loca por parte de su madre adoptiva, hermana y también por el sacerdote del pueblo quien manifiesta su desconfianza en las falsas imágenes y mesías, un rumor lanzado por un amigo de la familia indicando que gracias a las manos de Elsa un enfermo originario de Manila ha sido súbitamente sanado provocará la explosión de una bomba de larga distancia, de modo que los murmullos sacudirán la presencia de todo un ejército de leprosos, ciegos, incapacitados y enfermos terminales que acudirán en masa a Cupang con la creencia de haber hallado ese átomo de esperanza al que le han sido conferidos poderes celestiales más allá de toda explicación racional.

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Este intenso movimiento económico (ya que no solo los pobres, sino que también ricos empresarios chinos acuden al lugar) y humano llamará la atención de un cineasta llamado Orly, quien con la intención de realizar un documental sobre los hechos que están teniendo lugar en Cupang arribará al municipio impregnado con una mirada escéptica y descreída. Debido a la multitud de visitantes que ostenta el pueblo, a Orly no le quedará otra opción que ser acogido en la choza propiedad de un viejo tendero arruinado y de su hija Nimia —amiga de la infancia de Elsa—, una bella joven que emigró a la capital y que ante la falta de oportunidades se vio obligada a ejercer la prostitución, pero que hastiada de su trabajo decidió regresar a su localidad natal. Sin embargo, el boom económico suscitado en torno a la sanadora, incluyendo puestos de venta de artículos religiosos y de agua bendita, será aprovechado por Nimia y su padre para abrir un local de cabaret y de prostitución con el que saciar el apetito sexual de curiosos y residentes.

Orly aparecerá como esa voz de la conciencia aún capaz de reflexionar y preguntarse cosas en medio de una atmósfera plagada de fanatismo, superstición, miseria y picaresca. Un ambiente devorado por la ambición y la sed de avaricia. Un entorno plagado de exaltación y levitaciones mentales, ideal para ejercer el control sobre aquellas mentes más débiles y maleables. Pero un ambiente también propicio para la construcción de un submundo criminal habitado por esos ladrones, maleantes y criminales que acuden ante el aroma del dinero y el estallido económico.

De este modo, un par de ladronzuelos asesinarán a uno de los pacientes de Elsa, un adinerado empresario chino aquejado de un cáncer terminal. Este hecho suscitará la duda en el pueblo acerca de la capacidad de Elsa para predecir las desdichas y curar las desgracias. Pero, un punto desatará el odio del pueblo. La muerte de varios feligreses contagiados por una epidemia de cólera que se desata en la ciudad. Una peste que servirá para quitar el disfraz de sanadora a una Elsa que a pesar de sus manos y cuidados se mostrará como un remedio incapaz de vencer la plaga de cólera y muerte que infecta al pueblo. Asimismo, un incidente grabado casualmente por Orly afectará a la imagen virginal de una Elsa moldeada como una especie de Virgen María terrenal. Una grabación que el intrépido director de cine ocultará al pueblo en un acto de dignidad y arrepentimiento, pero también de prudencia, ya que la ocultación de la verdad quizás se revelará como el arma más poderosa y eficaz para evitar el colapso y la aparición de los más bajos instintos de una sociedad colmada de odio y superstición.

Las continuas adversidades sucedidas provocarán una serie de fatalidades; entre ellos el suicidio de la hermana de Elsa incapaz de aceptar la humanidad de su adorado falso ídolo; por otro el cierre del santuario, y por consiguiente el abandono de feligreses y de nuevo la depresión económica; y por último el embarazo de Elsa, que será utilizado por su madrastra como una especie de anunciación bíblica con la intención de volver a restaurar el templo de devoción perdido. Pero Ishmael Bernal tomará este punto de no retorno como una oportunidad para crear uno de los finales más terribles, esclarecedores y potentes de la historia del cine. Una culminación de maestro, rodada con la pericia inherente a los grandes del cine neorrealista, que literalmente consigue poner los pelos de punta al espectador. Un remate inolvidable que combina el poder ideológico de El acorazado Potemkin con la maldita fatalidad de Alemania año cero. Sin duda uno de los finales más coherentes, hermosos, pictóricos, inspiradores, terroríficos e impactantes que un servidor recuerda haber contemplado.

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Y es que Ishmael Bernal no dejó nada en el tintero, legando a los aficionados al cine uno de los monumentos más magnéticos e intrigantes de la historia del cine. En este sentido, Himala se destapa como un fiel reflejo de su época, mostrando un archipiélago de Filipinas maldito, arrastrado hacia la perdición en virtud de sus vicios y supersticiones. Así, la cinta sabe pintar un pequeño paraje que retrata a unas Filipinas sumida en una anarquía consciente, condenada por sus creencias y su confianza ciega en la aparición de falsos mesías y sus correspondientes milagros como única medicina para salvar la existencia de una población afligida por la pobreza extrema.

La película describe con mucha sapiencia y precisión el fanatismo y la falta de cordura de unos parroquianos sumidos en su propia ceguera. Unos residentes que no saben ver la mentira y las falacias, sino que serán cegados mediante el arrebato ideológico y religioso, mostrando por tanto el ejercicio de la religión como una correa de opresión extirpadora de la libertad del ser humano. Pero Bernal igualmente lanzará dardos envenenados en contra del sensacionalismo de los medios de comunicación —en la figura de ese alter ego de Ricardo Lee que adoptará el nombre del documentalista Orly— ejercido por unos profesionales que no mostrarán ningún tipo de escrúpulos con el único objetivo de alcanzar sus objetivos, olvidando cualquier conato de solidaridad y humanismo.

A pesar de contar con varias escenas ciertamente espectaculares, como la procesión con la que Bernal cerró su film o ese portentoso arranque que muestra a la divina Nora Aunor de rodillas en pleno éxtasis rezando y mirando al cielo en la nocturnidad del eclipse de sol que será aniquilada por la repentina luz que alumbrará su angelical rostro, Bernal optó por una estructura narrativa y puesta en escena austera y ascética, inspirada en los dogmas del neorrealismo italiano, impregnando el ambiente con un fino halo descarnado gracias a la introducción en escena de enfermos y tullidos reales —inolvidable esa niña infectada con un horripilante tumor que deforma su rostro— y también en virtud a un ritmo milimétrico que aprovecha la belleza de los parajes naturales de las islas para introducir unos encuadres que evocan al cine soviético silente, pero también a ese séptimo arte de historias mínimas al puro estilo de Larisa Shepitko y los autores de la nueva ola rusa de los sesenta.

Amparado en un montaje preciso y muy bien articulado, unas panorámicas que quitan el hipo, y también un cuadro intimista que pone toda la carne en el asador apoyándose en la mirada y los ojos de una Nora Aunor que está sencillamente espectacular en su rol de ingenua marioneta empleada para explotar la comercialización de la fe y los supuestos milagros, la cinta se ganará el cielo en lo referente a su concepción formal. Señalar que Himala no resultaría tan espectacular sin la interpretación clarividente y limpia de impurezas de la gran Nora Aunor, quien construirá un personaje tan turbio como conmovedor al que es imposible no guardarle cierto cariño y compasión. Y es que otro de los puntos positivos que ostenta el film es su narración, la cual no tomará partido por ninguno de los personajes que aparecen en pantalla. De este modo, Bernal únicamente se dedicará a contar los hechos objetivamente permitiendo pues que el espectador sea quien reflexione acerca de los sucesos acontecidos. Y esto lo consigue con un estilo carente de pretensiones y fanfarronería. Partiendo desde la sencillez más compleja, —que incluye un cierto retrato satírico y honesto del calvario de Jesucristo en la persona de Elsa y sus fieles seguidores—, para destapar las mentiras que azotan la condición humana. Esa condición que achaca las desgracias a invisibles maldiciones y las bondades a regalos, también invisibles, procedentes del cielo o sus enviados, tal como indica la desesperada Elsa en su prodigioso y soberbio monólogo final. Un medio favorable para la irrupción de esos oportunistas Elmer Gantry que Richard Brooks relató en esa obra cumbre protagonizada por Burt Lancaster.

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En este sentido, Himala se alza por méritos propios no solo como la mejor película de la historia de Asia Pacifico, sino igualmente como una de esas piezas imprescindibles de cine social embutido en una especie de disfraz de cine religioso, que muestra cual fácil es manejar a las masas enfurecidas bajo la guía de una ideología o creencia visceral capaz de congregar una multitud desesperada por su pobreza y calamidad. Una plebe desatada que no tiene nada que perder, pues la vida adquiere la forma de un martirio continuo. Y en los alrededores de esta falacia, surgirá ese negocio que llenará los bolsillos de los más listos carentes de humanidad, benefactores de las pulsaciones incontroladas, congregadores de la doctrina ciega. Por todo ello no puedo dejar de recomendar una obra que resulta imprescindible para cualquier amante del cine más puro e inspirador.

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