Bosque maldito (Lee Cronin)

El peso del hueco en la tierra.

Existe un comportamiento social que corretea entre la línea que separa lo aceptable y lo reprobable —siempre según la mirada acusatoria que lo contemple—, que se ha convertido en uno de los paradigmas del cine de terror actual. Lo bueno es que lo asociamos con terror ante la inquietud que nos genera aunque se emplace en un mero drama. Lo mejor es que surja este estado errático como diálogo posible cuando nos encontramos con las barreras de la corrección y la no ofensa a diario en los libretos de casi cada película.

Madres imperfectas. Madres que no aceptan a sus hijos. Madres que cuestionan sus comportamientos. Madres que no quieren ser madres. Madres paranoicas. Madres infelices. Definitivamente, cualquier madre que se salga del delantal impoluto y la sonrisa perenne que, por cierto, tanto miedo nos ha dado en otros momentos de nuestras vidas.

La solícita hembra conciliadora ha desaparecido y nos encontramos ante una oleada de mujeres que se mueven entre la sobreprotección inabarcable y el miedo infundado al no reconocer los ojos del infante. Este pequeño detalle permite crear una nueva rama con la que explotar el terror en el hogar, el miedo a la nada más absoluta, que se mimetiza con los miedos más mundanos del espectador, consiguiendo que realmente el suspiro ahogado en la sala resuene por encima de los sustos creados a base de subidas indecentes de sonido.

Existe otro hito, reservado para el cine de terror irlandés, y no es otro que el dominio de las atmósferas. Crear un entorno donde el mero movimiento de la cámara, el sonido envolvente y los espesos parajes que conforman sus mapas nos introducen en ambientes que se perciben oscuros, extraños, impactantes.

Como los títulos son innumerables y las comparaciones excesivas, nos centramos ahora en el debut de Lee Cronin, que ha quebrado la integridad materna a su modo en Bosque maldito (con un título original mucho más intrigante, The Hole in the Ground). Muchos son los incentivos de la película, incluida su procedencia ‹irish›, encontrando a una madre y un hijo solos en una gran casa a reformar en medio del bosque. ¿Acaso no invita a que algo malo ocurra?

Bosque maldito refuerza los lazos madre-hijo, elaborando con calma su relación al tiempo que insiste en la soledad de los mismos. La energía de Seána Kerslake, su protagonista, es el estímulo en el que se centra el director para confeccionar un diario de sobresaltos e incógnitas ante el comportamiento de su hijo. En una evolución de las antiguas leyendas irlandesas, donde no es tan importante una explicación de los hechos como una posible solución, Cronin consigue con muy pocos elementos y mínimos efectismos mantener el suspense, donde la perfección infantil empieza a chocar con la vulnerabilidad maternal, convirtiendo el film en el perfecto producto para asustadizos y un interesante juego para curiosos de los renovados formatos de terror, que respiran al mismo ritmo que los clásicos, esos que nunca nos han fallado.

Para ello los escenarios son vitales, envueltos en los tonos ocres que acompañan a toda su fotografía, tanto las intrigas que generan los vecinos y el extenso bosque que les rodea, como una casa que está en pleno cambio (mostrando solo la interacción de la madre sobre ella) y que invita a pensar que algo más puede esconder, Bosque maldito sabe manejar una desesperación creciente sin grandes aspavientos que distraigan,  aunque todo lleva a una conclusión precipitada, por muy apropiada que resulte, que rompe la intimidad para interceder por el folclore y el terror más puro.

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