Apichatpong Weerasethakul… a examen (III)

Una casa en mitad de una aldea y, de repente, una extraña neblina empieza a manar de su interior. Una escena que bien podría entroncar con esa filia del cineasta tailandés en torno al fantástico, pero de la que sin embargo se puede sustraer un vínculo desde el que emparentarla con los primeros trabajos de Apichatpong Weerasethakul; aquello que se podría concebir como un elemento irreal, más cercano a la evolución que ha ido sosteniendo la obra del asiático, se desprende sin embargo de unos matices que Vapour parece ir moldeando a lo largo de su metraje. No se antoja casual, pues, que en la primera secuencia donde aparecen aldeanos (del pueblo donde, por cierto, reside el propio cineasta), nos encontremos con dos niños fingiendo jugar al fútbol o, dicho de otro modo, haciéndolo sin balón, evocando de alguna manera aquellos relatos imaginados por el pueblo en su primer largometraje, Mysterious Object at Noon, sugiriendo así la prolongación de una realidad fantaseada y, en este caso, representada por los personajes que se encuentran bajo el manto de esa densa niebla.

Es así como en Vapour se produce una suerte de (re)disposición de aquellos componentes habitualmente situados por el autor de Memoria en un universo más cercano a lo ilusorio, en un plano que sin embargo podría manifestarse de modo más terrenal. De ello se derivan una serie de viñetas que, resultando nada más y nada menos que situaciones cotidianas, encajarían bajo esa particular tesitura —que no es otra que la de una fumigación que se produce una vez al año en aquella aldea— en un marco muy distinto, deviniendo un conato de ficción que verdaderamente moldea el propio espectador; y es que, lejos de intentar condicionar la mirada con algo más allá de la particularidad que produce esa coyuntura en sí, el cineasta huye de toda sonorización que pueda inducir u orientar de algún modo la perspectiva del público, logrando que Vapour emerja como algo más que una experiencia con una predisposición determinada que no sea la de comprender las posibilidades del lenguaje: un lenguaje que el tailandés ha sabido interpretar como algo más que un eje de transmisión, y que ha logrado poner en valor cuestionando más allá de simplemente disponer un tono a través del que encontrar una forma desde la que personalizar sus imágenes.

Vapour se erige así como una propuesta encauzada desde un prisma más experimental: no tanto en lo narrativo, desde el que Weerasethakul moldea un cortometraje sin grandes aristas en ese aspecto, como sí de la forma en que reimagina sus estampas, adoptando vasos comunicantes con la ficción en aquello que podría tener simplemente un tratamiento documental, pero que sin embargo a través de las imágenes que consigue sustraer el cineasta, deriva en una experiencia distintiva; no tanto inmersiva, en especial por esa decisión de prescindir de cualquier elemento sonoro, pero cuanto menos capacitada para explorar desde uno de los parapetos de la obra del tailandés, lo visual, unas connotaciones de lo más interesantes. Como es obvio, con Vapour estamos ante un trabajo muy particular que huye —por su carácter ensayístico— de cualquier ficción (o no) en largo dirigida por él, si bien parece contemplar una etapa muy específica —ligada, en cierto modo, a su Cemetery of Splendour— que, en Memoria —y su cortometraje Blue, inmediatamente anterior al citado largometraje—, precisamente tiene ese sonido aquí ausente como protagonista. Una ocasión, en definitiva, de continuar rastreando los meandros de un mundo que, incluso en piezas que se podrían antojar testimoniales como esta Vapour, otorgan cierto sentido a una obra que, por suerte y más allá de determinados rasgos característicos, continúa expandiendose con una capacidad de sugestión digna de elogio.

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