Alacrán enamorado (Santiago A. Zannou)

El discurso inicial lanzado por el personaje de Javier Bardem marca las pautas de ese universo descarnado en el que vive el protagonista; realzado por una situación que no hace más que acrecentar y conferir fuerza a unas consignas que no son más que una mera excusa para soliviantar la violencia racial y empujar a esos jóvenes a alimentar una situación donde el único favorecido, como no podía ser de otro modo, es el charlatán tras el atril, Alacrán enamorado parte con la difícil papeleta de tratar una temática delicada, que bien podría convertirse en un arma de doble filo debido a la multitud de aristas que posee una cuestión ante la cual Zannou muestra distintas perspectivas intentando no caer en el conformismo pero tampoco en la demagogia más pueril a la que podría dar pie un tema como el que nos ocupa.

El primer acierto de Zannou a ese respecto es el de definir a la perfección sus personajes, sin extrañas dobleces ni caer en un sentimentalismo al que no puede dar pie la película debido a unas posturas más bien extremas que, sin embargo, no acuden al peor de los maniqueísmos y se sostienen gracias a una construcción realmente lograda, que siempre busca ser consecuente con lo que el espectador conoce acerca de los distintos caracteres que se muestran en pantalla, y en pocas ocasiones vira en dirección errónea.

Otro de sus logros es el de no hacer del pretexto deportivo uno de sus ejes incurriendo en otra de esas historias en que el deporte sirve como medio para llevarnos a una supuesta superación personal. Aunque sí es cierto que en ese marco el protagonista parece encontrar un nuevo núcleo en el que integrarse a la vez que se aleja de todo aquello que lo fue lastrando como persona en el pasado, se comprende a la perfección esa búsqueda de un seno familiar que en su caso nunca existió: las pocos indicios (esa conversación con Carlomonte en los vestuarios, la única secuencia en el salón de la casa donde vive el protagonista) nos conducen a uno desestructurado que fue precisamente lo que indujo a Julián en la búsqueda de uno nuevo encontrándose así en el epicentro de una banda de neonazis que fueron, como ellos mismos se autoproclaman, sus únicos “hermanos” ante la carencia de una atención adecuada por parte de sus lazos familiares más cercanos.

Encontrar ese nuevo núcleo a través del cual reconducir su actitud y disminuir los efectos de una violencia que realmente no lleva a nada, no es sin embargo tan fácil como podría parecer. Julián, habitual junto a sus compinches del gimnasio regentado por un antiguo campeón, Carlomonte, y el dueño del lugar, empezará con mal pie cuando durante un enfrentamiento contra un púgil negro, Luis (el llamado “hermano” de Julián), decida interceder de un modo poco ortodoxo. A partir de ahí, serán vetados y sólo la firme promesa de Julián de no volver a las andadas con la condición de que hagan de él un boxeador servirá para que le admitan nuevamente en el lugar. Un lugar que se convertirá en una segunda casa para él: pronto empezará a mostrar su lado más afectivo y gracias en especial a la dureza de Carlomonte, a dejar atrás un pasado a olvidar mientras inicia una relación con Alyssa, una encargada mulata del gimnasio que no admitirá violencia alguna fuera del ring en esa relación.

Pese a ello, la paciencia de Julián quedará en entredicho en alguna ocasión debido al poco tacto de su entrenador, quien sigue sin admitir que una figura como la suya, al que sigue despreciando y denominando nazi incluso cuando ha mostrado síntomas de mejoría, entre en ese lugar que es como un santuario para Carlomonte, bajo cuyo techo incluso vive tras las intempestivas noches donde se refugia en la bebida anhelando un pasado ante el cual empequeñece y le sirve para auto-compadecerse, buscando así una excusa con tal de no dar un paso al frente y seguir con su malograda vida. Ante esas situaciones, Julián buscará volver al encuentro de una antigua familia, la integrada por sus compañeros, ante la cual desistirá al ver que siempre obtiene la misma respuesta: una violencia de la que cada vez está más alejado y que cada vez parece tener menos lugar en su existencia.

Ante dos personajes tan bien perfilados como el protagonista y ese ex-campeón alcohólico, quizá se echa en falta una mayor cantidad de matices en los personajes de Alyssa y Pedro (el dueño del gimnasio), quienes si bien obtienen algunas pinceladas acerca de sus personajes —ella, como ya he comentado, rechaza la violencia de raíz, mientras él cree en las segundas oportunidades sin importar la edad o condición y se siente satisfecho con el trabajo que realiza— no poseen una mayor profundidad que si encontramos en sendas historias de redención de quienes se podrían considerar protagonistas absolutos del film, hallando una muy buena réplica en las interpretaciones de Álex González y un inconmensurable Carlos Bardem, que a nivel interpretativo lleva buena parte del film, todo ello teniendo en cuenta que incluso secundarios como Miguel Ángel Silvestre (Luis) cumplen con nota.

Las causas y consecuencias, pues, quedan analizadas por Zannou con tenacidad, quien describe ese miedo ante la falta de cobijo o comprensión de Julián como una de las principales claves para comprender qué le había llevado a esa situación; en ese sentido, el cineasta no busca dar sobreexplicaciones, de hecho, los pocos apuntes que señalan la raíz de los problemas se dilucidan en apenas un par de secuencias (las ya citadas sobre el seno familiar del protagonista) y algún que otro acertado diálogo, quedando patente que lo más interesante para Zannou es, además del relato social en sí, la historia que hay detrás de esos dos personajes, que les terminará llevando a una expiación.

En definitiva, Alacrán enamorado posee los elementos esenciales como para no tener que forzar el guión, que se centra acertadamente en esa relación complementaria y apunta con inteligencia a unas bazas que encuentran incluso en una resolución que podría rechinar la mejor de sus virtudes ante esas dos secuencias conclusivas que cierran una de esas cintas que bien merece la pena no dejar pasar de largo.

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