Alabama Monroe (Felix Van Groeningen)

Refiriéndose a ella como «la película de moda en Europa»; aventurándola algunos como una de las nominables a los Oscar en categoría de mejor película de habla no inglesa y posible ganadora; habiendo cosechado los premios otorgados por el público en la Berlinale, en el festival de Cine de Quebec y en el SEEF de Sevilla y, suponiendo tal reconocimiento para una película el haber logrado, sin duda, su mayor recompensa, no es menos cierto que gran parte del éxito de Alabama Monroe radica en su estela de cinta americana y en el color de la industria del cine de Hollywood. El omnipresente estilo musical del folclore country que acompaña toda la narración podrá confundir al espectador sobre los orígenes de la cinta. Siendo belga y haciendo gala de una narrativa visual profundamente estética la película es todo lo entrañable que pueda ser el mundo del ‹bluegrass› y de la música country como todo lo chirriante que pueda resultar al alejarse tan tajantemente de la idiosincrasia belga y del cine europeo por ende.

Tratándose Cineuropa de un festival que premia las producciones europeas, Alabama Monroe parece calzada a la fuerza en las cintas de sección oficial a competición. No es demérito de la película su devoción norteamericana, pero resulta extraño comprobar que una vez más, el público se rinde incluso en festivales alejados de los circuitos comerciales de aquel cine, a producciones que, sintiéndolo mucho, no suponen mucho más de lo que ya nos ofrecen masticado cada día en cualquier multisala de un centro comercial.

Narrada mediante un sinfín de saltos en el tiempo en un montaje repleto de idas y venidas del pasado al presente y viceversa, Alabama Monroe es, sin embargo, la película más plana y lineal de todas las proyectadas en el festival. La cinta de Felix Van Groeningen está profundamente calcada al sistema tradicional de hacer cine, sometiendo todos los elementos de esa estructura argumental clásica al rígido esquema planteamiento-nudo-desenlace. Algo que no habría ni que mencionar de no ser porque esta película se bate el cobre con La postura del hijo, La Jalousie, The Japanese Dog, La gran belleza u otras en este certamen, que tan acostumbrados nos tiene a un lenguaje cinematográfico cuando menos, diferente al utilizado en esta ocasión.

La propuesta belga de Van Groeningen es, de nuevo, visualmente muy atractiva. Su banda sonora, a cargo de Bjorn Eriksson, seguramente su plato fuerte. Sus actores principales, Johan Heldenbergh (Didier) y Veerle Baetens (Elisa), especialmente ella, son enormemente carismáticos y protagonizan una bonita historia entre dos que se aman. La pareja vivirá su romance rodeada de ‹bluegrass› en lo que podría ser a las afueras de una ciudad belga lo más parecido a un rancho en Alabama. Y es que él, es un romántico enamorado del folclore americano, de su música y admirador de lo libres que él cree,  son los hombres allá. El discurso cambiará radicalmente en cuanto avance la película. Como sea, Elisa y Didier viven un idílico enamoramiento y una elección de vida aparentemente poco convencional que de pronto, se confrontará a la dura realidad de la enfermedad de su hija Maybelle.

Lo difícil que resulta que un niño aprehenda la idea de la muerte, el varapalo que supone abrir los ojos a esa realidad inconcebible en la mente de un pequeño, el desconcertante tránsito a la madurez cuando el niño descubre la estafa y el engaño tras la pérdida de su inocencia, la dificultad de transmitir a un niño, para que duerma tranquilo, la idea de un cielo protector una vez extinta la vida, la necesidad del ser humano de buscar culpables ante un revés de la vida… Son elementos que dan mucho juego a un guión que sin embargo, por falta de sutileza, acaba resultando ramplón.

Alabama Monroe está muy llena de vida pero también muy llena de clichés. Sin venir muy a cuento por la ruptura forzada entre la primera y la segunda parte de la narración, se convierte por un momento en un panfleto político. Digamos que la travesía emocional de los amantes protagonistas se seca de pronto dando paso a mundanos debates sobre lo público y social. Pero es que la cinta no ha tenido en ningún momento desde su inicio vocación de cine social. Al contrario, la cinta ha sido una narración casi poética sobre la seducción y la pasión del enamoramiento. De ahí el gran problema. Lo que conservaban de especial Didier y Elisa al principio, desaparece para dejar que se conviertan en seres con poco brillo. Lo que le ocurre a los personajes, en definitiva, le ocurre a la película, que se deja arrastrar hacia un melodrama familiar muy cerca de caer en el estropicio.

América no es el paraíso que Didier creía. América es la potencia que posiblemente ralentice la libertad de investigación de los científicos y genetistas que ensayan sobre embriones humanos en la búsqueda de la curación de algunas enfermedades. Este discurso, que irrumpe sin que nadie lo espere, crea cierto sentido del ridículo en el espectador, no por la denuncia en sí, sino por lo desatinado e invasivo que resulta. La poca sutileza del director y su incapacidad para evitar caer en el cliché fácil hacen que finalmente uno se quede con la desagradable sensación de que la película ha perdido las formas. Pero quizás la primera parte de Alabama Monroe compense el desequilibrado final. Júzguenlo ustedes mismos.

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