Seven Veils (Atom Egoyan)

Atom Egoyan es un cineasta que tuvo su momento dulce —es decir, que esa cosa llamada crítica y esa otra cosa conocida como público de pronto se dieron cuenta de que existía y que les molaba— desde mediados de los noventa hasta la llegada del nuevo milenio, con títulos cómo Exótica (1994), El dulce porvenir (1997) o El viaje de Felicia (1999). Poca broma, esas tres obras por sí solas sostienen cualquier filmografía, ahí es nada.

Es cierto que su nombre se ha diluido en los últimos años y que ya no tiene el tirón de antes, pero es que salvo un puñado de cineastas ya nadie tiene el tirón de antes. Aquellas películas consideradas medianas, con presupuestos no tan holgados a los márgenes de Hollywood, están desapareciendo de las carteleras. Se siguen haciendo, creedme, pero ahora hay que salir a buscarlas. La prueba viviente de lo que digo es que la nueva cinta de Egoyan, y en el mundo autoral tal vez el nombre siga significando algo, llega a España sin pasar por cines, sin cobrar los 20.000 de la casilla de salida y directamente a Filmin.

Jeanine, una directora de orquesta interpretada por una maravillosa Amanda Seyfried —a la que tenía perdida la pista pero prometo ante La Constitución que no volverá a suceder— tiene que volver a montar la obra más famosa de su antiguo mentor, la ópera Salomé. Pero la cosa debe complicarse. El caso es que la obra originaria fue creada a través de juegos e ideas donde la propia Jeanine participó de pequeña, y revisitar y modificar un pasado que se atisba inquietante cuanto menos hace mella en su estado emocional, ya de por sí trastocado y al límite. A su alrededor una serie de personajes viven conflictos personales y las tensiones psicológicas se entremezclan con los temas de la obra, de forma que los personajes de la mencionada ópera actúan como espejos o proyecciones de sus emociones.

Y aunque Egoyan teje poco a poco una historia que no pierde el interés, es en su tramo final cuando uno comienza a preguntarse a dónde diablos quiere llegar el cineasta con la historia. Porque sí, Amanda Seyfried está reivindicable, pero la cosa pinta peor con el resto de personajes, perfilados a placer para ser reflejos de la ópera Salomé y puntos narrativos (a A le sucede B, por tanto ocurre C, que es lo que quería D). Peor aún es esa voz en ‹off› que tiene que añadir el director para que entendamos el pasado de nuestra protagonista. Es decir, todo el trabajo de cabecita loca a punto de explotar de Seyfried se va un poco al cuerno con la voz en ‹off›, pero es que si no, no llegaríamos a entender su pasado. O peor aún, quedaría insinuado y como hay quien no lo pillaría, pues te lo cuento todo. Esta contradicción, entre cierta sutileza de la cinta, que se adentra en un terreno tenebroso en los recuerdos de Jeanine y sus traumas —y la verdad es que el personaje tiene traumas como para coleccionar— se va al cuerno con la explicación a bocajarro de la voz en ‹off›.

De todas formas, Egoyan es perro viejo. Alguien con la sutileza necesaria para rodar El dulce porvenir y la desolación más absoluta o Exótica y el erotismo más triste del mundo, tiene que haber aprendido algún truco en su viaje como artista. Y en Seven Veils por momentos está ese Egoyan. ¿Acaso El dulce porvenir no era un trasunto de El flautista de Hamelín? Donde en su celebrada obra se hablaba de la perdida de la inocencia y el duelo, en Seven Veils se tocan asuntos como el trauma reprimido, y Jeanine va desvelando capas de su psique para luchar contra su pasado. Y como decía, por momentos funciona, o en el peor de los casos, se sigue con interés.

Tal vez estamos mal acostumbrados y hubiéramos necesitado que después de 45 minutos Amanda Seyfried apareciera con un hacha y comenzará, no sé, a cortar cabezas de críticos operísticos, que es el cine que se hace y que gusta, y exclamaríamos “claro, está malita de la cabeza, tiene mucha presión y está cortando cabezas como en la obra de Salomé, que ingenioso”. Por contra, tenemos algo tan a fuego lento que puede acabar el film y alguno puede preguntarse cuándo arranca la cosa.

De todas formas, con las chispas aquí y allá del director y con Amanda Seyfried por bandera, a la película le basta para acabar sin que se le pida la hora o sin que se le haga una pañolada al más puro estilo futbolístico. O tal vez es el cariño que le tengo al bueno del tito Egoyan lo que me impide atizarle más de la cuenta.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *