31 (Rob Zombie)

«Seems to me
You don’t wanna talk about it
Seems to me
You just turn your pretty head and walk away»

James Gang — Walk Away

Rob Zombie ha vuelto a convertir el circo en un baño de sangre. Hay directores con lo que no hay un corte, desaparece la intolerancia y te presentas ante sus películas con la seguridad de disfrutar lo que ideen. Rob Zombie es uno de ellos en mi mundo, uno de esos realizadores a los que te enganchas y te predispones para sorprenderte con cualquier hazaña o nimiedad, del mismo modo que agradeces que vuelva al punto de inicio. No todo el mismo efecto, pero sí es tremendamente disfrutable.

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The Lords of Salem fue su aullido, su apuesta por aceptar la madurez de su cine, sus amigos, la suya propia. Consiguió una gran conversión de la brujería, la manipuló para desatar una locura en un relato sosegado que estallaba en color y endemoniadas formas. Algo para lo que muchos fans de la casquería no estaban preparados, algo por lo que muchos respondieron con otros gritos, los que deseaban un Zombie aferrado a sus raíces que se dejara de experimentos. Los experimentos con gaseosa pide la mayoría, pero qué mejor medio para jugar con las imágenes que este arte.

Admito que no hubo recelo a la hora de ver 31 pese a su «freak clown show» que prometía todo lo que conocimos con anterioridad, quizá porque sé que Zombie es de esas personas que no distorsionan mi siniestra visión de los payasos, siempre más cercana al terror que al espectáculo.

Rob Zombie no podía resistirse al sonido festivo, el maquillaje emborronado, a la sangre impropia. El salvajismo de una carretera perdida llevada al extremo. La casa de los 1000 cadáveres era su propia expresión de casa de terror como divertimento macabro, en sus remakes de Halloween no obviaba los tristes disfraces de payaso y con el paso de los años, cada nuevo rodaje añadía un nuevo amigo dispuesto a morir por él en la gran pantalla. Todo ello se reúne en 31, un reencuentro, una bacanal, un inapropiado júbilo ante la crueldad.

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Anclado en los 70, el grano en la imagen y la pigmentación excesiva nos subimos a una caravana donde la música suena y la fiesta es permanente. Un cabaret, artistas de camino a su propio espectáculo y esa decadente gasolinera de dueño sucio y desdentado frente a unos foráneos atrevidos, eruditos de la supervivencia, de vuelta de todas las cosas. Como si de un homenaje a sus compañeros de viaje durante todos estos años se tratara, encontramos a sus actores fetiche capitaneados soslayadamente por la indispensable y siempre sexy Sheri Moon Zombie, capaz de ser madre de asesinos, desfasada verdugo o víctima sin que sus cabellos dorados dejen de resplandecer. Pero es quizá la música el personaje estrella, también ataviado de botas campestres y percusiones rockeras, los 70 musicales también se suben a este vehículo de destino truncado.

Sabe ser tajante para introducirnos en otra realidad, es Halloween y los monstruos tienen vía libre. Es cuando todo se vuelve turbio, seco, duro e incómodo. Sin perder su gusto por el espectáculo comienza un relato episódico, donde parece que avancemos por escenarios a cada cual más cruel y peligroso donde estos invitados de excepción se van encontrando con expertos torturadores de disfraz ajado y con un nuevo aliciente: el dinero. Ya no hay espacio para paletos, rednecks ni personajes de psiquiátrico (bueno, un poco sí), es el momento de subir la apuesta de lo sórdido. Cada cierre de capítulo se acompañaba de un plano congelado hasta la distorsión, como ya hizo en Halloween, el origen para diferenciar una fase clave del joven Myers, en esta ocasión un contador que debe quedar a cero.

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Sí, con Rob Zombie todo queda en casa, como ese deleznable personaje que aparece al inicio de Halloween II (H2), apenas una anécdota en la historia pero perseverante en el recuerdo. Ese fue Michael Drake —apodado DoomHead en el macabro juego de 31— que se convierte en el cazador más pesadillesco de todos los que aparecen en la película, un villano potencial que oscurece ese equilibrio entre la broma y la lucha por la que se rigen sus compañeros. Porque aquí la camaradería se vive en dos direcciones con resultados un tanto inquietantes, cuando no hay tiempo para perfilar personajes antagonistas, recordemos que esto es un revival de psychokillers. Al derramar la primera gota de sangre ya no hay respiro, toda realidad se deforma para contemplar un único vencendor: la supervivencia.

Hay imágenes icónicas asociadas a finales de fiesta cruentos que se mantienen en nuestras cabezas como lo ocurrido en La casa de los 1000 cadáveres, homenaje a La matanza de Texas o la desquiciada imagen final de Masacre en Texas 2 (todas ellas presentes en la que nos ocupa en cierto modo). 31 sabe prolongar el desconcierto unos minutos más, un puño furioso se cierra y apaga la cámara, porque no todo es un éxtasis, hasta en un desaforado manual de sangre y vísceras se debe dejar tiempo para paladear el show. Rob Zombie rememora sus inicios, pero lo calibra a otro nivel, para permitirnos descubrir sus filias una vez más.

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«Sing with me, sing for the year
Sing for the laughter, sing for the tear
Sing with me if it’s just for today
Maybe tomorrow the good Lord will take you away»

Aerosmith — Dream On

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