Oleg Nikoláyevich Karavaichuk es la única persona autorizada a tocar piano del Zar Nicolás II, un piano de oro, que se encuentra en el museo Hermitage de San Peterseburgo. A lo largo de su vida Oleg ha compuesto la banda sonora de más de 300 películas, entre ellas se encuentra A Long Goodbye de Kira Muratova por la cual Andrés Duque descubre a este genio ruso y despierta en él, la necesidad de descubrir más sobre su obra y su persona. Cuando observa unos videos de Oleg, tocando el piano con la cabeza metida en un saco, toma la decisión de viajar a Rusia a intentar conocerlo en persona, a pesar de las dificultades idiomáticas.
Con un plano fijo aparece Oleg por primera vez en pantalla, desenvolviéndose con naturalidad mientras expresa distintas ideas inconexas y difíciles de comprender, pero manifestadas con sentimiento. El personaje consigue dejar perplejo al espectador, con una estética y personalidad única, como llegado de otro espacio/tiempo, pero es imposible no sentirse atrapado entre sus redes. Con extrañeza lo observamos y escuchamos, sin comprender ni una palabra, hasta que se sienta y desliza sus manos por las teclas del piano, en ese momento, todo comienza a cobrar sentido. Nos encontramos ante un genio, que consigue hipnotizar con cada nota. Sin necesidad de partitura, sus manos se desplazan por el piano sin titubear, no necesitan saber, sino sentir las notas. Oleg dice dejarse llevar por la energía que transmite el entorno, convirtiendo la fría roca en pura emoción. No estamos acostumbrados a observar y a sentir, estamos demasiado preocupados en “hacer”, tanto que nos hemos olvidado de “mirar”. Podemos decir que Oleg acierta al preguntar «¿por qué la gente no puede dejar las cosas a un lado, sentarse en una silla y contemplar el horizonte en la Historia?”».
A sus 88 años transmite la experiencia de la vejez y la energía de la juventud, surfeando entre el delirio y la genialidad consigue deslumbrar con su personalidad y es que Andrés Duque nos muestra a un personaje único. Aislado de una sociedad que no comprende y que no le comprende, vive intentando captar las notas que transmite el mundo. Viviendo entre dos lugares sagrados para él, el salón del museo donde toca el piano del Zar y su pueblo. Oleg reta a Duque, negándole el derecho a entrar a estos dos sitios, pero la impertinencia del director al romper la regla, provoca una identificación mutua. Dos personas que se compenetran a la perfección, un español y un ruso, uno delante de la cámara y el otro detrás, pero que en todo momento a lo largo del documental se muestran unidos por una extraña conexión.
La habilidad única de Andrés Duque de plasmar con total naturalidad a los personajes más carismáticos. La capacidad de perfilar con gran sensibilidad y sencillez el retrato de un personaje complejo como si estuviera pintando un cuadro a base de suaves pinceladas a lo largo de 70 minutos. Duque demuestra una gran empatía, con la que consigue transmitir al espectador, su misma mirada de comprensión y asombro. Oleg es un incomprendido, pero en esta incomprensión esta su genialidad. En su capacidad de romper con las reglas y la normalidad, aunque esto incomode. Eso es el arte, como decía Oleg, sus canciones son incomodas y eso las hace brillantes.