Los amores cobardes (Carmen Blanco)

Son las vacaciones de verano. Eva vuelve a Málaga, seis años después de irse de allí. Se instala en una casa de su familia en el centro de la ciudad. Recupera el contacto con sus amigos Gema y Hugo. Visita de vez en cuando a su madre. Trata de olvidar las malas experiencias personales que la hicieron alejarse de todos. Aunque lo peor es que también recupera el contacto con Rubén, su mejor amigo. Una contradicción.

El primer largometraje dirigido y escrito por Carmen Blanco es un buen pretexto para comentar algunas formas de producción actuales en la industria cinematográfica española, porque los factores económicos marcan tanto —quizá más— que la historia que se quiere llevar a pantalla. Desde principios de la década hay un número importante de estrenos que acaparan páginas en periódicos, revistas especializadas y otras de distintos ámbitos, grandes producciones que ocupan programas televisivos y noticias destacadas en telediarios. Son producciones respaldadas por grandes grupos audiovisuales como Mediaset o Atresmedia que gracias a sus coberturas informativas y presupuestarias suponen éxitos de taquilla, ventas a canales de pago y distribución extranjera. Directores como Alejandro Amenábar, Daniel Monzón o Juan Antonio Bayona, estrenan sus trabajos más recientes con estos avales. Pedro Almodóvar y Álex de la Iglesia serían cineastas que podrían añadirse a este apartado según la repercusión de sus estrenos.

A esta categoría «premium» se añade una serie intermedia de películas de menor presupuesto, aunque situado en un arco económico amplio que puede rozar los anteriores y llegar a films mucho más discretos. En este gran grupo de producciones se implica Radio Televisión Española, en la mayor parte de los casos, además de productoras medianas en capacidad, con largo recorrido profesional o bien creadas para el estreno en cuestión. Este es el cine que triunfa en premios como los Goya. También el que después se corta, envasa y presenta en miniseries televisivas. Tiene más prestigio artístico y apoya las carreras de realizadores como Isabel Coixet, Icíar Bollaín, Julio Medem, Enrique Urbizu, Alberto Rodríguez, Jaime Rosales, Rodrigo Sorogoyen y muchos más. Es el caso de muchas producciones de tamaño medio en las que se implican como productores ejecutivos, los ya citados de la Iglesia y Almodóvar o compañeros como Guillermo del Toro.

Es evidente que, después de ver Los amores cobardes, la ópera prima de Carmen Blanco no se ubica en esos apartados, sino en otro muy extendido actualmente como es el de producciones independientes financiadas por el propio equipo técnico y artístico. Películas empujadas por plataformas de micromecenazgo existentes desde hace poco más de un lustro. Sitios como Verkami o Lánzanos que han sido tan necesarios como impulsos virales en la red, para su llegada a los cines comerciales. Tal vez sean salas minoritarias o especializadas en una corriente más marginal, otras que deben cubrir una cuota de estrenos europeos o bien festivales de cine de circuitos más humildes. Pero carreras como las de Carlos Vermut, Elena Trapé y el mismo Sorogoyen deben mucho a estos medios de financiación. La división es simple, teniendo en cuenta que esta reseña obvia a la ESCAC, otras escuelas o academias de cine, además de colectivos profesionales que han producido cintas destacables. Pero es un vistazo rápido a un panorama de producción que cambiará con la dinámica imparable de canales de streaming en el circuito cinematográfico mundial, los casos de Netflix o Amazon como ejemplos para no eternizar este recorrido.

Los amores cobardes parte de un cortometraje anterior de la cineasta, titulado Eva regresa, que se puede ver en Youtube y en la página de la película. Es un corto que comparte a Eva, la misma protagonista del largo, encarnada por Blanca Parés. Aunque la acción sucede antes como si se tratara de una precuela, la producción es posterior a la de Los amores cobardes. Eso sí, en su cometido de suscitar el interés para llamar la atención sobre el film que se estrena en cines, es efectiva.

La cinta tiene la peculiaridad de comenzar su metraje con cinco minutos sin diálogos, con la cámara que describe las acciones, carácter y pensamientos de Eva al llegar a su antigua casa. Aunque sí haya sonido y algún texto escrito defina esa mirada pausada, pero atenta, a la mujer que protagoniza el film. Este es un buen comienzo que no se mantiene después a la misma altura. Sin embargo la solvencia de la directora sostiene una duración convencional de hora y media, aunque podría ser menor por el interés narrativo, de la propia historia. La razón es que la capacidad descriptiva audiovisual de la realizadora, un factor que supera las limitaciones presupuestarias, aprovechando un número corto de localizaciones que se reparten entre los interiores del apartamento de Eva; el chalet de su madre y algunos exteriores de Málaga. En su contra juega un guión que no deja lagunas, pero utiliza diálogos opacos que pretenden dar más entidad trágica a unas situaciones personales de roles jóvenes, superados por el desamor o la pérdida de amistades. Aunque asume el riesgo de no debutar con una comedia, la cineasta pierde la ocasión de usar una comicidad más patente, un humor que surge por momentos en la voz, gestos y acciones de Rubén, interpretado por Ignacio Montes. También junto a Tusti de las Heras en el papel de madre. Ese tono de comedia romántica quizás habría servido mejor como sostén para un guión que resulta flojo en su visión de la imposibilidad de amistad entre dos personas heterosexuales.

Lo atractivo del film es la sensación de hallarnos ante una ópera prima en toda regla, con el riesgo de usar el melodrama como vehículo narrativo —con el inconveniente en su resultado final—. Los titubeos formales que se echan en falta en otras obras primerizas como son la conversación entre la protagonista y su madre, filmada en plano y contraplano pero completada con unos encuadres en escorzo general que parecen rodados a posteriori, algo lógico teniendo en cuenta el bajo presupuesto de la producción, en justicia muy bien aprovechado. Tampoco ayudan algún ralentizado o momento musical en las escenas románticas.

A favor está la fotografía que captura la textura lumínica de la ciudad costera, un ambiente que reflejan mucho mejor con su carácter vitalista los personajes secundarios frente a Eva. La inclusión de varias canciones en la banda sonora compuesta por el grupo pop McEnroe, como es la llamada El último unicornio. De hecho ese era el título previsto para el largo, antes de estrenarlo en el Festival de Málaga con el actual, más literario y sólido narrativamente. Como dicen los versos finales de la canción: «recuerda que me dijiste que era imposible que terminara». Así el film se cierra con una secuencia de tono amargo, justificada por su empeño pero no sustentada por la morosidad en el ritmo, la repetición de sucesos que retrasa esa dinámica que podría ser más fluida si sus artífices hubieran optado por traicionar el texto escrito en el guión.

De todas formas es un buen ejemplo de película financiada en parte por esta vía productiva, ese micromecenazgo o crowfunding colectivo que consigue la ilusión compartida de estrenar el film en pantalla grande. Una obra con Málaga al fondo, no en los cuerpos de los personajes, rodeados por una ciudad tan abierta al mar y al extraño, que no deja indiferente a sus habitantes. Una propuesta interesante que seguramente impulse con fuerza el próximo trabajo de Carmen Blanco y un equipo capaz de sacar adelante films futuros.

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