Güeros (Alonso Ruizpalacios)

La juventud; esa época de sangre caliente, de espíritu aventurero, de amores y desamores, de insensateces, de oportunidades aprovechadas o desaprovechadas. De labrarse un futuro, pero también de sueños rotos y falsas esperanzas. No es extraño que la fogosidad física y mental que se desprende en esta etapa de la vida de un ser humano haya protagonizado actos de elevada relevancia histórica (mayo del 68, y no nos pongamos trascendentales), como tampoco debe extrañar que el cine la haya utilizado en innumerables ocasiones. Güeros, de Alonso Ruizpalacios, es una muestra más de ese particular interés que muchos cineastas han mostrado por la juventud, pese a que el protagonista de esta historia todavía no haya alcanzado tal período.

En efecto, la película se abre con una secuencia que nos muestra a dos típicos adolescentes gamberros cuyo pasatiempo es arrojar globos de agua desde el tejado. Uno de ellos, Tomás, de tez blanca y pelo rubio, lo que se conoce como güero, es castigado por su madre a irse a vivir con su hermano Federico, más conocido como Sombra, a México DF, con la esperanza de que así reconduzca su vida. Pero todo es peor de lo que podía abarcar la imaginación, ya que Sombra y su compañero de piso Santos pasan los días sumidos en la mediocridad: desayunan basura, comen aún peor, roban la electricidad al vecino y, para colmo, son más que ásperos en el trato personal. A partir de ahí, los hermanos se lanzarán a la búsqueda de una vieja estrella del rock, cuyas cintas de cassette constituyen todo el recuerdo que les queda de su ausente padre.

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Todo ello nos lo cuenta Ruizpalacios bajo el marco de una atmósfera revolucionaria, con los estudiantes atrincherados en la UNAM. Para ello, el recurso empleado por el cineasta no podía haber sido mejor: una deliciosa fotografía en blanco y negro que nos traslada inmediatamente al núcleo de lo que se nos quiere contar, tal y como desarrollaron obras recientes del palo de Oh Boy o Frances Ha. Actitudes decadentes muestra de la crisis de la juventud actual, ante la falta de metas sólidas de cara al futuro, entre las que podemos incluir el claro desapego a la hora de formar una familia, cosa perfectamente observable con la extraña relación entre Sombra y su agitadora novia.

Güeros avanza con alegría en su pulso narrativo, de tal manera que podamos empatizar con los personajes por mucho que nos creamos alejados respecto de sus actitudes. Ésta, además de la mencionada fotografía, es la clave de éxito principal de la obra: pese a lo peculiar de los protagonistas y lo absurdo de varias de las situaciones en las que se ven inmersos, Ruizpalacios consigue vehicular a través de ellos todo el sentido dramático de la cinta, consiguiendo que cada escena tenga sentido y la película, en su globalidad, propicie la reflexión sobre aspectos que en muchos casos no están tan alejados respecto de lo que sucede en España.

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Pese a que tampoco sería acertado hablar de road movie en sentido estricto (y que nos perdonen algunos la banalidad de hablar de géneros, cosa que en este arte carece de lógica en innumerables ocasiones), lo cierto es que la acción se traslada de un sitio a otro con una gracia particular y desarrollando situaciones más que variadas, algunas incluso con un punto de tensión que al espectador le viene fenomenal para evitar perder conexión emocional con lo que se está contando. Aquí observamos otro de los puntos fuertes de la obra: comicidad y dramatismo se dan de la mano para hacer que la historia avance, tal y como sucede en la vida misma. No pocos momentos de Güeros nos recuerdan, por ejemplo, a pasajes de la novela On the Road, pese a lo distante de sus respectivas sociedades.

Notable ópera prima del mexicano Ruizpalacios, que conoce a la perfección cómo generar un ambiente interesante en una ciudad con vida propia y también escribir unos personajes con un fuerte carisma, pese a que sobre el papel pudieran pecar de una excesiva vacuidad. Una pieza que descompone y analiza las (escasas) motivaciones de la juventud actual con firmeza pero también mostrando cierta amabilidad hacia el espectador, quien tendrá muy complicado desapegarse emocionalmente de lo que le están contando a poco que le interese este tipo de relatos, especialmente si de alguna manera se siente identificado con ellos. Güeros justifica sus pretensiones desde el frenético comienzo hasta una última toma que esconde un significado mayor de lo que parece aparentar.

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