Si el cine de superhéroes, por su propia idiosincrasia, tiende a satisfacer el afán escapista de un público deseoso de creer durante un par de horas en lo imposible y sobrenatural, cuando nos referimos al cine superheroico venido de Hong Kong, los niveles de «sense of wonder» suelen dispararse drásticamente: no es sólo que, en un plano argumental, esté muy por delante del cine USA en cuanto a desvergüenza e imaginación, sino que, también a un nivel formal y narrativo, resulta apabullantemente más creativo que la mayoría de producciones fantásticas que se hacen en Occidente (ahora mismo, sólo el Darkman de Raimi me parece que está a un nivel similar en cuanto a frescura e inventiva). Con The Heroic Trio no nos hallamos ante una excepción: hay que tener valor para mezclar, en una misma película, a una superheroína enigmática, una cazarrecompensas maciza y una guerrera mística al servicio del Mal (maravillosas Anita Mui, Maggie Cheung y Michelle Yeoh), con una trama disparatada que incluye secuestros de recién nacidos, mad doctors de buen corazón y brujos malvados que operan bajo tierra, y hacerlo, además, sin caer en el más absoluto de los ridículos. Johnnie To, que por aquel entonces aún no había definido su personalidad (y cuya filmografía, de hecho, se movía entre la comedia y el cine fantástico y de artes marciales, sin hincar el diente aún al cine de yakuzas que le ha reportado fama y prestigio), pone su generoso talento al servicio de este desaforado divertimento cinematográfico que, lejos de inventar, lo que hace más bien es engrosar un determinado tipo de cine popular hongkonés cuyas claves, a poco que se haya profundizado en él, parecen radicar tanto en su ritmo endiablado como en su asumida falta de mesura (en un sentido absoluto, me atrevería a decir).
De este modo, lo que primero llama la atención (y constituye uno de los atributos más gratificantes de la función) es lo desprejuiciado de su misma concepción: The Heroic Trio no va dirigida específicamente ni a niños, ni a jóvenes, ni a adultos, pero combina motivos que pueden no sólo entusiasmar, sino también irritar y hasta escandalizar a todos y cada uno de ellos, haciendo del filme un producto híbrido enormemente desconcertante… pero, sin duda, también valioso y libérrimo. La negativa a autocensurarse (a diferencia de lo que suele hacer el cine estadounidense, que en su ansia de satisfacer a todos los públicos por igual cae a menudo en una blancura decepcionante) lleva a sus responsables a trufar la narración de una serie de elementos que resultan casi antitéticos, verbigracia un humor que se diría dirigido a preadolescentes con unos elementos de chocante violencia (y hasta de crueldad) que llegan a provocar cierto estupor. Citemos, por ejemplo, el artilugio para cercenar cabezas, la muerte de seres inocentes (incluido un bebé) o la estampa de los niños alimentándose de carne humana (por no hablar de aquel otro detalle escabroso de mostrar a los infantes orinándose mientras agonizan). Esta combinación de humor chorra, ligereza narrativa y salvajismo inesperado, supone uno de los activos más llamativos de la película, si bien no es el único. Su alternancia de tonos pasa también por un sentimentalismo exacerbado cuya ingenuidad, de puro honesta (y henchida de humildad y despojada de toda pretensión), acaba convirtiéndose casi en una virtud, matizando con chillones colores kitsch una cinta ya de por sí inclinada a lo delirante.
En cierto sentido, el filme de To se diría el sueño húmedo de un adolescente (ávido devorador de cómics) plasmado en la pantalla tal cual lo imaginó, e imbuido, además, de un espíritu feminista (el guión lo escribe una tal Sandy Shaw, que presumo debe ser mujer) tan estimulante como raro de ver en este género. Sin miedo al qué dirán, esta fantasía bizarre transforma esta citada ingenuidad en combustible de una historia demencial y atrapante, haciendo que detalles tan deliciosos como el de los cables entrevistos durante las escenas de vuelo no sólo no repercutan negativamente en el conjunto, sino que potencien el regusto artesanal de una obra que rechaza frontalmente cualquier forma de realismo, algo perceptible también en un diseño de producción sumamente artificial, capaz de levantar escenarios tan irreales e imaginarios (la iluminación de fuertes contrastes tanto en interiores como en exteriores, las alcantarillas utilizadas casi como portales a una realidad paralela) como lo fuera Gotham City en los Batman de Tim Burton (en una escala mucho más modesta y sin la sobrecarga expresionista, por supuesto). De este modo, The Heroic Trio hace clara su voluntad de ubicarse en un plano de neta fantasía, dentro del cual todo parece estar permitido (incluso lo más estrafalario) y todo, sorprendentemente (y no es fácil), funciona a la suma perfección, incluyendo, por supuesto, ese clímax final avasallador con esqueleto harryhauseniano de propina.
En unos tiempos en los que se ha sobreexplotado el cine de superhéroes, pero sin que la variedad tonal o la riqueza creativa sean precisamente la tónica dominante dentro de dicho subgénero, no está de más recuperar una cinta como la firmada por Johnnie To. Que, es cierto, no tiene nada que ver con el que cine que ha hecho célebre a su autor por estas tierras (la frivolidad, el delirio y una energía apabullante sustituyen a la cerebral y estilizadísima puesta en escena de sus películas sobre mafias), pero que, siendo casi opuesta a lo que suele hacer ahora, resulta en sí misma brillante hasta casi rozar lo magistral. Una joyita del cine fantástico más imaginativo que sólo exige una cosa al espectador: no tomársela demasiado en serio y disfrutarla como lo que es, una frenética fantasía escapista cuya capacidad para sorprender y atiborrar de estímulos al espectador no decae en ninguno de los ochenta y pocos minutos que dura.