Falbalas (Jacques Becker)

Jacques Becker fue uno de esos directores franceses clásicos a los que el surgimiento de la Nouvelle Vague postergó a un más que inmerecido segundo plano en lo que respecta a popularidad cinéfila. Sí, es cierto que suya es una de las películas más conocidas del cine francés de todos los tiempos (La evasión), y que también lleva estampada su firma una de las cintas más bellas, poéticas y aclamadas de nuestro país vecino de los años cincuenta (París, bajos fondos), pero igualmente es cierto que más allá de estas dos obras imperecederas la filmografía de Becker resulta una gran desconocida, siendo ciertamente complicado localizar algún aficionado al cine clásico que haya disfrutado las obras más ocultas y atractivas de este fantástico autor. La carrera de Becker quedó marcada por su estrecha colaboración junto al maestro Jean Renoir, con el que inició sus pasos en el largometraje tanto prestando servicios como guionista (en la hipnótica El crimen del Sr. Lange), como igualmente realizando labores de ayudante de dirección en las más prestigiosas obras dirigidas por el genio galo en los años treinta como por ejemplo Una partida en el campo, Bajos fondos, La Marsellesa o La gran ilusión.

Falbalas

Las enseñanzas adquiridas en ese trabajo mano a mano con Renoir, le posibilitó iniciar una interesante carrera como realizador durante la época de la ocupación Nazi, debutando con una película bastante oculta titulada Dernier Atout, para posteriormente dar un paso de gigante en su posterior trabajo titulado Goupi Mains rouges, sin duda su primera obra maestra en la que ya se plasmaron las principales particularidades del cine de Becker como esa elegancia a la hora de fotografiar cuidadosamente y al detalle cada uno de los planos que engarzan el desarrollo de la historia o ese estilo naturalista ganado en su etapa de ayudante de su mentor Jean Renoir. Tras la liberación de París, Becker desplegó una carrera de gran éxito rodando películas de la talla de Se escapó la suerte, Calle de la Estrapada, la ya mencionada París, Bajos fondos, No toquéis la pasta o Los amantes de Montparnasse, culminando su brillante trayectoria trágicamente falleciendo a la temprana edad de 56 años sin llegar a ver estrenar la que a día de hoy es considerada su obra maestra y a la par póstuma: La evasión.

Para recordar a esta figura de primer orden del cine francés, hemos decidido reseñar una de sus primeras películas y no me cabe duda, un perfecto ejemplo que constata la forma de hacer cine de Becker: la melodramática y extremadamente romántica Falbalas. Y es que no hay mejor ejemplo para radiografiar con precisión y acierto esas obsesiones y preferencias de estilo que sellaron el itinerario profesional de Becker que esta primeriza obra culminada justo el año de la liberación parisina por parte del bando aliado. Lo primero que llama la atención de esta magnífica película es su arranque, en el cual Becker ya da muestras de su talante apasionado con ciertas querencias a las reminiscencias trágicas, mostrando el cuerpo de un hombre y de una inerte mujer yaciendo muertos en el jardín de una mansión rodeados por un enjambre de mujeres, que más adelante descubriremos se tratan de las empleadas del fallecido, que recitan en voz alta su sorpresa ante la observación del cadáver de su patrón y su acompañante. Esta impactante escena dará paso, con un elegante movimiento de cámara que desplaza lentamente el objetivo desde el lugar del deceso hasta fijar la atención en las pausadas ramas de un árbol que crece próximo al lugar de la defunción, a un magnético flash-back que nos iluminará acerca de los acontecimientos que provocaron el acto de muerte que da inicio al film.

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Así, con este recurso tan romántico y poético, Becker narrará la historia de Philippe Clarence (Raymond Roleau), un prestigioso modisto dueño de una céntrica casa de modas parisina poseedor de un carácter dictatorial desde el punto de vista laboral, a la vez que irresponsable, insensato, impulsivo, infiel en su adicción a las mujeres y por tanto con un irremediable miedo al compromiso en lo que respecta a su vida amorosa. Philippe se halla inmerso en el diseño de la nueva colección para la próxima temporada, peleando por insertar su criterio con su socia, la veterana Solange, y también dando bandazos para librarse de las redes de su secretaria y también amante Anne-Marie, la cual trata de asentar la cabeza del modisto conocedora de su azaroso e inabarcable historial amoroso pasado. Sin embargo, un hecho romperá su estresante rutina laboral: la aparición de la prometida de su mejor y único amigo Daniel llamada Micheline, una mujer de rostro angelical poseedora de una belleza felina y pura que encandilará a primera vista al sátiro de Philippe. A pesar de la amistad que le une a Daniel, el diseñador no dudará en traicionar la confianza de su leal compañero así como la relación amorosa que mantiene con su secretaria, iniciando una treta de asalto con el objeto de conquistar el amor de la preciosa Micheline, para de este modo apuntarse un nuevo triunfo en el armario de sus recuerdos amorosos, en el cual el modisto guarda con nombre de mujer los trajes que asocia a sus amantes pasadas, así como la figura de los maniquíes que representan a imagen y semejanza el semblante ingenuo y confiado de sus víctimas amatorias.

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Sin embargo, el plácido camino romántico inicial tomado por Philippe se irá complicando, por un lado por las extenuantes exigencias laborales que el mundo de la moda conlleva, y por otro por las dificultades que Micheline impondrá en el curso de los intentos de conquista amorosa desempeñados por Philippe, hecho que provocará que el diseñador sienta por primera vez en su vida los efectos de la atracción verdadera, irracional e indeleble, lo que provocará un viaje sin retorno de trágicos resultados del modisto hacia el universo de la desdicha, la muerte y el dolor emanado por el coercitivo aroma del amor salvaje y animal.

Becker logra trazar una fábula que podría haber caído en los terrenos de la demagogia moralista, con una maestría lírica innata de la que brota un romanticismo pesimista desolador. Si hay una palabra que describe a la perfección al film esa es sin duda la elegancia. Elegancia en cuanto al dibujo de los planos (bellos, limpios, perfectamente planificados sin que apenas seamos conscientes de los cortes de montaje que conectan las distintas escenas fotografiadas), pero pulcritud también en cuanto a esa perfecta dirección de actores marca de la casa que vierten unas interpretaciones primitivas, sensibles y pasionales, pero sin derrotar hacia el histrionismo teatral. La película ostenta un equilibrio para nada fácil de lograr entre el esbozo psicológico de cada uno de los personajes protagonistas de la trama y la ejecución melodramática de un guión que pese a ostentar ciertos guiños folletinescos, servirá para sacar a la luz las miserias de unos comediantes derrotados por la pasión, las mentiras y su atracción por la traición para colmar sus más bajos instintos sexuales.

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En este sentido resultará extraordinario el dibujo de ese ególatra, presumido y necio aspirante a maestro del hilo y la aguja que es Philippe. Así, Becker aprovechará el carácter inconsciente e inestable de este personaje para tejer en base a su talante el avance idiomático inserto en el film. De este modo, a medida que Philippe comienza a sentirse derrotado por su atracción instintiva hacia la novia de su mejor amigo, el resto de personajes que pivotan alrededor de la vida del modisto comenzarán a sentir los efectos autodestructivos que empiezan a surgir desde la conducta del patrón de la casa de modas. Ello producirá un cataclismo suicida en torno a Anne-Marie (la novia y secretaria de Philippe) al tomar consciencia de su derrota ante la bella Micheline, e igualmente provocará que Solange deba tomar el mando de la empresa que comparte con su socio ante el abandono de éste de su responsabilidad como administrador. E igualmente, estimulará la hecatombe de nuestro anti-héroe en el momento en que éste perciba que su amor inconsciente ha sido un simple espejismo, ya que al igual que sus víctimas pasadas, él mismo ha sido herido de muerte por el juego de seducción de una amante para la que únicamente ha significado una marca más en su diario amatorio.

La perfecta disección de personajes llevada a cabo por Becker se acompaña de una narración de estilo muy naturalista en la que se siente la influencia de Jean Renoir así como de los grandes cineastas franceses de los años treinta (Marcel Carné, Yves Allegret, etc). Y es que Falbalas podría llevar plasmado el sello del director de La gran ilusión sin ninguna duda gracias a esa sapiencia capaz de captar con la simple mirada de unos actores en estado de gracia, los sentimientos más profundos e inciertos del ser humano en los instantes en los que éste se enfrenta sin red de por medio a ese gran misterio vital que es el amor insano y enfermizo. Y la cinta demostrará que este sentimiento desquiciado nos conducirá a un círculo en el que, como Becker decidió narrar su epopeya, todo tiene un principio y un final ubicado en el mismo punto de partida en el que comenzó nuestra locura, en el que la muerte y la tragedia nos esperará con su mortífera guadaña.

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