Dios mío, ¿pero qué te hemos hecho? (Philippe de Chauveron)

Este fin de semana aterriza en los cines españoles la película más taquillera del cine francés de los últimos años, tan solo batida en términos monetarios por la aclamada Intocable. La película lleva por título el estrafalario Dios mío, ¿pero qué te hemos hecho?, presentándose como una de las comedias más divertidas y desenfadas producidas en nuestro país vecino. Ya de por sí resulta chocante que la premisa argumental tome como eje principal el tema del multiculturalismo y las diferencias, en este caso culturales —en otros casos recientes regionales como por ejemplo la hispana Ocho apellidos vascos o la también gala Bienvenidos al Norte como núcleo casi único para explotar la risotada fácil de un público no demasiado exigente en cuanto al contenido del chiste emitido y que por tanto únicamente busca pasar un rato hilarante sin que sea preciso estrujar en demasía el coco para captar las posibles intenciones soterradas del humor planteado.

Dios mio, ¿pero que te hemos hecho?

Así, el argumento se centra en narrar las vivencias de un veterano matrimonio de clase media alta y de RH positivo (vamos raza blanca indo-europea) admirador de las doctrinas Gaullistas (con ciertos tics próximos al fascismo emanado alrededor del Frente Nacional), que para su “deshonra” comprueba como tres de sus guapas hijas (pero qué guapas son las hijas de este matrimonio ejemplar, mira parece que no existen los granos, los lunares, los michelines ni las narices con forma de aguilucho) se han casado respectivamente con un abogado de origen musulmán, un comerciante sin muchas luces de religión judía y un empleado de banco de rasgos chinos. Como buenos católicos, esperan que su hija pequeña (otra rubia, con tipazo y ojos azules que perfectamente podría desfilar en cualquier pasarela internacional) pueda enmendar el error de sus retoñas mayores y se case por tanto con un joven blanco, católico y francés de pura cepa. Pero… ¡Ay! La muy atolondrada se ha enamorado de un negro de Costa de Marfil que trabaja como actor en Francia y… claro, por ello desea casarse con él. Eso sí, el africano es católico y tiene un padre que fue un antiguo miembro de la legión extranjera francesa que está forrado de dinero y además pertenece a la clase alta marfileña. Que bien. Seguro que hará buenas migas con su futurible suegro, ya que el padre del novio africano de la hija rubia del matrimonio racista ultracatólico francés, es tan ultra, racista y xenófobo como lo es su próximo pariente político europeo. ¡Viva la mezcla de culturas! Ahhh… Que no se me olvide que las hijas casadas del matrimonio (todas colocadas en buenos puestos, salvo la que celebró matrimonio con el yerno chino que es un tanto sensible y desequilibrada —claro es que tiene una profesión artística, es pintora, y eso es síntoma de que no debe estar muy bien de la cabeza—) han logrado que sus padres acepten a regañadientes a sus yernos no franceses, ya que éstos han sabido adecuar sus prejuicios racistas al entorno familiar (el judío odia al musulmán, el musulmán al judío y ambos al chino, mientras que éste último parece que es tan pelota que para no causar problemas acepta que los demás le odien mientras él no odia a nadie). Pues nada, una vez descubierto el pastel de que la hija pródiga ha decidido contraer matrimonio con un africano, la película versará sobre los conflictos raciales y culturales que la celebración de esta moda mestiza acarreará tanto a los europeos como a los subsaharianos, con los yernos ya asimilados a la cultura francesa intrigando para que el matrimonio no se celebre para que así sus suegros puedan obtener un respiro que les impida suicidarse ante la ausencia de un hijo político de raza blanca. Eso sí, todo de buen rollo, dibujado con humor (de trazo muy grueso) que… oye, ya que todas las razas son racistas vamos a llevarnos bien insultándonos y finalmente aceptando que pese a que no nos guste tener familiares de etnia no europea, esto es lo que hay y por tanto hay que aceptar la realidad de estas sociedades mestizas.

Dios mio, ¿pero que te hemos hecho?

La película seguro que gustará e interesará a todos los aficionados al cine a los que les guste esa comedia de brocha gorda sustentada en empalmar un gag tras otro caracterizado por un humor chabacano basado en deformar los estereotipos comúnmente aceptados por un sector de la sociedad. Las escenas cómicas huelen a ese humor de cine de barrio de película de Don Paco Martínez Soria o para enunciar un ejemplo más internacional a esas comedias negras protagonizadas por Eddie Murphy. Sí, afirmo que en el pase de prensa en el que tuve la oportunidad de visualizar el film las carcajadas del personal abundaron y en la salida del cine los comentarios más escuchados por un servidor del resto de compañeros fueron que la película pareció un divertimento total y muy entretenido. Desgraciadamente, no es este el tipo de cine que personalmente me agrada. ¿Por qué? Porque me da miedo que en la Europa actual cada vez más se ironice con la diferencia, de modo que la risa torpe y nada trabajada triunfe sobre la inteligencia y la reflexión. Este tipo de comedias que no encaran de frente el problema esbozado, sino que optan por pintar con simples clichés el argumento humorístico planteado, inducen a fabricar un producto muy peligroso, reduciendo el debate del racismo a un simple asunto sin importancia.

Parece que en la Vieja Europa está emanando una atmósfera de tolerancia a la intolerancia, siendo esto quizás una excusa que nos hace sentir más cómodos, ya que gracias a la existencia de estas películas tendremos un paraguas al que acudir para tranquilizar nuestros prejuicios si en algún momento sentimos odio hacia una persona de otra raza. Nos sentimos mejor admitiendo la caricatura y la broma pedestre, y por tanto nos tomamos a la ligera un tema que para nada debe ser tratado ligeramente. En este sentido, la película está ideada para gustar a un público muy concreto, siendo tejida para convertirse en un éxito rotundo de taquilla en una sociedad, como lo es la Europa actual, más preocupada por el corto plazo que por el largo, necesitada a su vez de un mensaje condescendiente con la política doctrinal autóctona, aunque ésta sea un obstáculo para la convivencia armónica de culturas. Y es que la parodia en el cine actual parece haber sufrido una deformación que ha alterado la ironía y la sátira en una hipócrita burla, eso sí, generadora de rimbombantes y abundantes risas.

Dios mio, ¿pero que te hemos hecho?

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