Convicto – Starred Up (David Mackenzie)

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Al fin podemos decir que ha llegado. Una de aquellas películas ante las que uno sencillamente se rinde. Disfruta. Gracias, David. Al fin podemos bajar la guardia y sonreír sin tomar precauciones. Nada de desviar la atención para cuestionarnos incongruencias argumentales. Nada de perder el tiempo tratando de justificar qué es exactamente lo que no funciona. O pronunciar las manidas palabras “todo muy bonito, pero algo desentona”. Aquí todo está en su justa medida. Una planificación en acorde con un guión estupendo, nada fantasioso y sorprendentemente creíble. Una dirección contenida que apela al método de las cuatro pinceladas, para ir añadiendo complejidad a una historia que abarca multitud de personajes igualmente complejos. Y todo ello transmitiendo esta sensación de sencillez, haciéndonos creer que se trata de una película hecha con toda facilidad.

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Casi se podría decir que al aire lúgubre y opresivo que se respira en el entorno del personaje protagonista (un adolescente que ingresa en prisión nada más empezar la película) actúa como contrapunto de la ligereza con que se desenvuelve el relato. Es decir, dos elementos radicalmente distintos que, lejos de chocar, se complementan. Porque todo pasa con tal fluidez, con tal naturalidad, que uno no tiene tiempo (ni voluntad) de cuestionarse la veracidad del argumento. Sencillamente funciona. Y lo que es más: si a pesar de todo uno hace el ejercicio de planteárselo, probablemente no encuentre hueco alguno (tal vez con la salvedad de un pequeño detalle que tiene lugar en el tercer acto, que aquí nos guardaremos de mencionar). David Mackenzie nos ofrece el asiento mejor situado para visionar su espectáculo, y una vez se ha asegurado de nuestra comodidad, procede a contarnos su triste historia.

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Triste, si bien tampoco pesimista. En todo caso, una historia que ve a las personas como seres radicalmente complejos, motivo por el cual no siempre encajan en un sistema tan trivial, capaz de reducirlo todo a “se es bueno” o “se es malo”. Esta complejidad queda perfectamente plasmada, por ejemplo, en las sesiones de terapia a las que asiste el joven protagonista. En ellas descubrimos a múltiples personalidades tan interesantes como contradictorias, todas ellas con su parte más humana y su (sobreestimulado) instinto de supervivencia. Pero lo más interesante es que la película jamás pierde de vista el delicado juego de equilibrios emocionales que hacen los reclusos: observamos su esfuerzo en corregir su conducta violenta, pero también percibimos la persistencia de esta tendencia agresiva; que si bien no resta mérito al esfuerzo, sigue estando ahí. Y a pesar de todo, el director no pierde oportunidad de arrancarnos alguna sonrisa mediante los brillantes y en ocasiones divertidos diálogos que se dan en dichas secuencias.

Jack O'Connell as Eric in a film still from Starred Up

Y todo ello narrado con absoluta naturalidad. Casi sin esfuerzo. Todo fluye en un guión que, no debemos olvidarlo, a pesar de contar una historia realista, está dotado de casi todos los elementos propios del sistema clásico: estructura en tres actos, protagonista y antagonista, giros de guión, objetivos que chocan contra obstáculos… vamos, aquellos elementos que tanto se agradecen cuando están bien empleados. Como una suerte de receta casera que va adquiriendo complejidad poco a poco, sumando más y más ingredientes, que enriquecen el sabor sin marchitar la esencia del plato. Algo que nos proporciona la dulzura necesaria para ablandar sensibilidades pero también la acidez requerida para que no resulte empalagoso. Un plato casi perfecto que cuenta con los elementos narrativos más característicos del dispositivo cinematográfico al tiempo que reivindica su propio carácter reivindicativo. Ojalá un logro como este fuera tan fácil como David Mackenzie nos hace creer.

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