Come, duerme, muere (Gabriela Pichler)

Bergman ha muerto. Esta implacable afirmación apocalíptica podría remitir a cierto gurú fascista, de infausto recuerdo, pero no es este caso. El fallecimiento del genio sueco supuso el fin de un cuasi monopolio personal de su industria nacional durante varias décadas, donde cosechó una gama tan amplia de recursos y procedimientos cinematográficos que le han convertido en una de las leyendas más intachables del siglo XX, en su país y en todo el mundo.

Pese a que su legado es omnipresente, desde hace una década para acá se viene mostrando un renovador soplo de aire liberador por parte de nuevos y jóvenes realizadores con tendencias hacia el modernismo y el estilo de vida que nos está tocando vivir en esta coyuntura histórica actual. El cine independiente sueco es la vertiente que más carne está poniendo en el asador en este aspecto, solidificando algunos de los planteamientos espirituales de Bergman pero adaptados a las claves del cine más reciente.

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A saber, Gabriela Pichler y su obra Come, duerme, muere consiguen recordarnos al maestro en los siguientes aspectos: establecer un apego existencial a la vida tratada como misterio insondable e inabarcable análisis sobre la condición humana, sus contradicciones y el eco en la cueva de su abstracta y eterna complejidad. Ofrece una profunda reflexión sobre el constante conflicto interno, tratando de ahondar en nuestros miedos, de entender los por qué de nuestra naturaleza caduca y liviana. La sombra del dramaturgo Strindberg es alargada, pues este rechazaba la ampulosidad y abogaba por representaciones caracterizadas por la crueldad, la crispación interior y el simbolismo cotidiano.

Pichler se muestra continuista de los elementos característicos bergmanianos al trazar un relato donde se hace patente la ausencia de héroes. No existe la heroicidad ni la épica, pues todos sus personajes presentan signos de desazón y angustia por una búsqueda o un anhelo. Presenta a unos caracteres muy contradictorios con facetas susceptibles de evolución que actúan como péndulo en su vaivén. Así mismo, rompe de forma brusca la continuidad del discurso narrativo articulado con estridencias musicales y atajos de subtramas.

La realizadora sueca observa con cierta distancia el entorno social y el comportamiento muñequizado de las creaciones sobre las que más aversión deposita para crear una doble función moral de creador y juez. Esta posición de compromiso con su ficción la reafirma en la constante búsqueda del feísmo y la morbidez en zonas periféricas inhóspitas y desoladas. Emerge, por su propia naturalidad, la miseria como encuentro entre la melancolía impresionista y la voracidad de la degradación, física y mental. Esta comunión la ejecuta con la intensidad y el dinamismo de su incesante cámara en mano, constituyendo una filosofía de trabajo basada en la relación entre ética y estética.

La puesta en escena se sostiene en una estética despojada de ornamentos y abalorios. La ausencia de música extradiegética acompañante y su añejo dispositivo técnico tienen un lugar esencial como creadores de tensión y lazo caótico en la interioridad de los personajes. Alrededor de estos, la cámara parece perseguirlos más que guiarlos, filmando y mostrando acciones y modos de vivir que otros realizadores más pulcros desecharían: el trabajo de los jóvenes, la desocupación o el eterno problema de la inmigración. Todo está recreado con una suciedad y una aspereza que resulta del todo incómoda, pero que ayuda a dar máxima credibilidad a la marginalidad económica de los personajes, el reflejo de sus adversidades y la lucha diaria por la supervivencia.

Una película, en definitiva, con la que Gabriela Pichler firma todo un ejemplo de cine alérgico a la obviedad, malsano e improcedente como cualquier injusticia diaria, sustentado en la dureza y la ternura de sus escenas, que se van alternando con espontaneidad e imprevisibilidad, y pregonado por una actriz de piel hiperrealista y carácter penetrante: Nermina Lukac. Todo ello conforma un robusto conglomerado con voluntad de denuncia y hechuras del mejor cine independiente europeo. Un título a tener muy en cuenta.

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