Xavier Giannoli… a examen (II)

Los hechos reales pueden constituir en sí mismos una base extraordinaria para la ficción, pero es la aproximación discursiva del relato y su intención dramática lo que define por completo el sentido final, según quien los interpreta. Un caso muy claro podría ser el mismo que adapta a la pantalla el largometraje À l’origine (Xavier Giannoli, 2009) de una de las múltiples estafas del impostor profesional Philippe Berre, que en 1997 se hizo pasar por un ingeniero civil e impulsó la construcción de un tramo de autopista cerca de Saint-Marceau, Sarthe, en el noroeste de Francia. La película de Giannoli le muestra a través de François Cluzet como un hombre solitario del que apenas sabemos nada. Ejecuta pequeños fraudes haciéndose pasar por representante de empresas para hacerse con material que vende a Abel (Gérard Depardieu), un ratero al que acaba por traicionar. Su eterna huida hacia delante le lleva a un pequeño pueblo en el que hace años se canceló la construcción de una autopista que había ilusionado a todos sus habitantes. Viendo la oportunidad de hacerse con las jugosas comisiones de los proveedores de la zona, seguirá engañando a todos con su ardid.

Pronto aprendemos que su ingenio no reside tanto en la capacidad para falsificar documentos, logotipos y crear una empresa imaginaria desde las apariencias, sino que demuestra su habilidad principalmente aprovechándose de las esperanzas y las ganas de trabajar de los vecinos del lugar. A partir de personajes en situaciones muy reconocibles de la clase trabajadora, que van desde la precariedad a la marginación, el director perfila un drama social con apariencia de thriller criminal. Los efectos de la deslocalización a otros países con costes laborales más bajos, la corrupción corporativa en las obras públicas, el abandono y la falta de interés de la administración en sacar adelante el proyecto… Todo esto deja a Monika (Soko) —la joven madre soltera que trabaja de camarera de piso en el hotel donde se aloja—, su novio Nicolas (Vincent Rottiers), la alcaldesa Stéphane (Emmanuelle Devos) o los distintos trabajadores de la construcción, sin nada que construir, en una eterna frustración de expectativas y falta de fe en el futuro. Una fe que recuperan a partir de una mentira que Philippe va extendiendo cada vez a más gente y prolonga durante más tiempo.

En el filme, los vínculos creados con la comunidad y a nivel personal acaban por afectar al protagonista y, dispuesto a no decepcionarles, continúa con el proyecto hasta que pueda terminarlo en la fecha límite, en la que todos los pagos deben realizarse y su estafa sería descubierta. En la realidad, el delincuente fue detenido por las sospechas de uno de sus proveedores y, años después, tras salir de la cárcel, se hizo pasar por un oficial del ministerio de agricultura que coordinaba las ayudas para la reconstrucción de los efectos del ciclón Xynthia, lucrándose con contratos que firmaba en su nombre. Pero la cinta de Giannoli busca otro ángulo al personaje: su reconexión con la sociedad y su propia humanidad a través de la red de afectos y amistad que teje en el pueblo le transforman. Por primera vez quiere crear algo auténtico, tangible, aunque esté basado también en falsedades, en pos del bien colectivo. Algo que sirve tanto para el tramo de autopista como para su incipiente relación amorosa con la alcaldesa o la responsabilidad hacia los trabajadores a su cargo. Pero todo conceptualmente no supone más que una experiencia estética, una performance colaborativa —de la que se desprende un aprendizaje—, tal como À l’origine elabora un discurso de redención sobre las acciones del estafador real proyectadas en su alter ego cinematográfico.

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