Xavier Dolan… a examen

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A veces una no sabe si prima la lógica cuando del director que elegimos cada semana se trata, o tal vez sea más importante el deleite personal para exprimir realmente filias y fobias junto al autor en cuestión. Lo cierto es que soy tremendamente indecisa y en estos casos son los propios directores los que disponen y a su vez proponen por donde debo seguir.

En este caso, un joven Xavier Dolan me tiene absolutamente atrapada en sus redes y no es capaz de arrojar luz a este problema: Madonna o Adonis. Se traduce en lo que por lógica sería un guiño al estreno que nos ocupa, Mommy, o lo que parece llenar de matices la pantalla. Pero al mismo tiempo, mientras elijo sobre la marcha, soy totalmente consciente de la constante. Dolan nos habla de amor, las condiciones las ponen las experiencias personales. Al final se odia tanto a una madre que es imposible no quererla, se ama tanto a un desconocido que irremediablemente terminarás odiándole. El amor está ahí, latente y furioso. Dolan, tengo un problema.

Bien, hablemos de Xavier Dolan (poer el camino perdió a Tadros en su vida artística). Joven tremendamente joven, a sus 25 años ya lleva un variado surtido de películas sobre sus hombros, que más que pesarle, se integran en su ropa como flores impresas. Cada vez que alguien le nombra tienen la necesidad de acompañarlo con un “enfant terrible”, el enfant terrible del cine canadiense. Me cuestiono en ocasiones de la utilidad de al término, cuando convierte al que lo sufre en un ser infravalorado por todo o perfeccionista hasta límites insospechados. No hay lugar para medias tintas porque seguidores y detractores se convierten en talibanes de la verdad, su verdad, una tan parcial como los gustos personales. Esta es la marca exterior de Dolan, la primera que vemos. Tal vez esa marca exterior debiera fijarse en algún aspecto físico, ya que hasta la llegada de Mommy su acertada preferencia fue dirigirse a sí mismo como protagonista de sus propios escritos. Y sí, la tiene, es su sonrisa, que en sus distintas variantes se descubre que cuanto más amplia se vuelve, mayor es la timidez que dibuja en sus ojos. ¿No es un delicado detalle mostrar físicamente tu propia debilidad? También es fácil fijarse en sus uñas, casi inexistentes, un nervio propio y expuesto.

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Como todo joven realizador qu entra por la puerta grande, las comparativas con otros pesos pesados son también inevitables, pero para qué exagerar: si el primer paso para el diseño siempre fue el plagio inconsciente, en el cine las referencias son tan necesarias como respirar.

Volvamos al adolescente francófono, amante sin reparo de Alfred de Musset, un poeta muerto que tan bien narró para él pasajes de su propia vida. J’ai tué ma mère (Yo maté a mi madre) es odio en estado puro, una declaración de amor hacia esa mediocre persona que le gestó en sus entrañas, y por tanto un intento de adorar a la madre que fue la base de su existencia. Nos centramos en el adolescente porque fue con 16 años cuando conformó su historia. En esta primera película encierra a sus personajes para enfrentar la falta de diálogo, se vale de textos superpuestos para pensar en voz alta lo que lee o redacta, utiliza el bombardeo de imágenes para condicionar sus sentimientos; cualquier conflicto materno queda enfocado por alguna pintura en particular que nos recuerda siempre la relación destacada: madre e hijo unidos en una comunión perfecta — Klimt, te tengo calado—. Dolan no se conforma con los gritos, discusiones y controversias que surgen entre ambos.

Nos influye en su odio con ese modo de recrear la imagen de la madre, todo es kitsch y a la vez anodino a su alrededor, un aspecto recargado que desnuda cada vez que la arropa de soledad, mostrando hábilmente el sufrimiento materno ante lo que más quiere. Siempre apoyado en los detalles visuales, encuadra a los interlocutores para que haya una distancia entre ellos y su entorno, dando margen a toda incertidumbre, o simplemente mostrando un complejo y estudiado decorado, las paredes color salmón siempre merecen protagonismo.

Él aporta su propia irritación, peina sus rizos y vive en lo que es un extremo, la monoparentalidad no es la excusa, lo es descubrir el mundo que se encuentra ahí fuera, con la rabia y energía que ofrece la juventud.

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En 2010 llegó su segunda película, Les amours imaginaires (Los amores imaginarios), que es amor es amor en estado puro, uno tan fuerte que duele hasta emitir gritos sordos de agonía, y preocuparse de otra cosa. Xavier Dolan ha crecido, ha cambiado de dirección sus rizos, putualizando su indumentaria y agudizado su ingenio a la hora de narrar. Tiene aspecto de dandy pero en el fondo es el mismo. Su sonrisa sigue escondiendo l conquista del mundo, el bombardeo es intermitente y la belleza un emotivo paseo por las claves de la seducción. Se sigue rodeando de sus elementos conocidos y los hace de nuevo suyos, más si cabe que la vez anterior.

Aquí aparece el Adonis, las proporciones griegas siempre fueron las mejores para enamorar y el actor Niels Schneider tiene las perfectas para Dolan, ya que él mismo encarnó la tentación en el film anterior. Xavier comparte protagonismo con Monia Chokri, noche y día, inseparables pero de una fuerza inusitada, arrolladoras ambas opciones. Conocen al chico recién llegado del campo y aunque lo puedan negar, ambos tienen un objetivo que alcanzar. ¡Ay! Amor de juventud…

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«Hello, I love you, won’t you tell me your name?
Hello, I love you, let me jump in your game»

Las imágenes palpitaban a otro ritmo, al fin y al cabo, el juego de seducción no permite prisas, siempre elaborado y excitante. Dolan admite que sobre el amor hablen otros, directas conversaciones con el espectador donde un día todo fue bonito y ahora es anecdótico —el café lo ponemos nosotros—. Los protagonistas, en cambio, se dedican a sentir, a vivir lo que otros ya pasaron, a conocer la emoción, la ilusión, el furor que se esconde tras el enamoramiento involutario, con todo lo que rodea al «quizá el también…»

Lo que aporta un trío amoroso son múltiples formas de vivir una misma historia, y en este aso, hombre y mujer (si un sentimiento lascivo que intervenga entre ellos) comparten sensaciones similares que soportan de un modo contrario. Ella esquiva e inteligente, él intimista, ambos arpías construidas con azúcar.

Todo modo de amar en secreto se evidencia pero admite pequeñas parcelas en las que posicionar a cada uno. Así, ella fuma tras un escarceo de dormitorio, mientras él derrama lágrimas en el lecho para después dejarse querer bajo luces imposibles.

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Musset no desaparece de la ecuación, aunque ya no sea una incógnita, más bien un vehículo que habla por los demás.

«Madre, confieso ante ti
los escollos de un mundo embustero.
Aleja mi débil barca
quiero deberle toda mi felicidad
a la ternura maternal»

Alfred de Musset en J’ai tué ma mère (Yo maté a mi madre)

«La única verdad en el mundo es el amor,
más allá de la razón»

Alfred de Musset en Les amours imaginaires (Los amores imaginarios)

Y mamá, que hace acto de presencia una vez he descubierto las intenciones de Dolan, nuestro joven héroe que quiere redimir sus pecados en nuestros recuerdos. Mamá es igualmente acaparadora de amor y errores, aunque el registro sea contrario a una vez anterior.

El amor irrefutable está en los detalles, y cualquier evento en este film es un explosivo concepto que observar con detenimiento, ya sea la acción de peinarse, de vestirse, un paseo o el humo exhalado tras una calada. Todo más allá del anacronismo tildado de vintage o modernismo “tangerine”, siempre queda la afable sonrisa de Adonis, franca y despreocupada, que recuerda a la inocencia de alguien que nunca eres tú.

Si la amistad se encuentra entre las hojas de un libro sobre la Bauhaus o bajo un paraguas, puedo admitir que sí, este amor de Dolan es el que me encandiló, pero era consciente de la necesidad de darle presencia a la figura de la Madonna que sufre y protege ante Mommy.

El amor es universal pero siempre condicionado por aquel que lo siente o lo padece. Hemos descubierto algunos de los ideales de amor de Xavier Dolan aunque puedo asegurar que cada una de sus películas es una ria materia que más allá de estudiar, se debe disfrutar, sumergirse y desconectar, y así, sólo como posibilidad, descubrir más allá de eso del “enfant terrible” que remite a…

Hoy es un día de fiesta, han explotado una bomba de color y confetis rojos ruedan por las calles, y por eso no decido, todo está bien.

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