Voir du pays (Delphine Coulin, Muriel Coulin)

Durante todo el Festival de Cine Europeo de Sevilla hemos asistido a una serie de películas con una poderosa mirada femenina sobre los personajes o las historias donde también destaca una cierta masculinidad patética, misógina, vieja y desfasada. Todo esto encaja a la perfección en un certamen con una sección feminista llamada «Yo no soy esa» y donde desde hace años se hace patente la crítica visión que se tiene sobre el universo masculino.

Tal vez sea una película como Voir du pays donde mejor pueda observarse todo lo anterior comentado. La cinta de Delphine y Muriel Coulin sigue a un grupo de soldados de regreso tras seis meses en Afganistán. Pero antes de volver a la amada patria deberán pasar tres días de «descompresión» en un hotel de lujo a pie de playa en Chipre.

Seguimos a dos amigas de la infancia, Aurore y Marine, enroladas en el ejercito por motivos diferentes y que tras una traumática experiencia en primera línea de fuego “disfrutan” de unos días de ensueño. El contraste, por tanto, está servido desde el inicio de la obra, con los soldados desfilando con sus bártulos entre bikinis y copas. Pronto descubrimos que nada es idílico en ese grupo de soldados, que hay fantasmas y secretos que merece la pena no desenterrar.

La película juega en un inicio la contraposición entre el lugar y los soldados. Tal vez sea demasiado obvio y reiterativo en sus análisis, donde destaca las sesiones de terapia a la que se ven sometidos todos los integrantes de la manada, porque así parecen retratados, como una tribu donde pronto queda claro que las mujeres no tienen su lugar. Unas sesiones de terapia que acaban por destruir el núcleo familiar de los integrantes.

Justo cuando parece que la obra comienza a agotarse, cuando la reiteración de ideas pide a gritos un cambio de rumbo, éste sucede. Lo que acontece entonces es un descenso a las profundidades de las secuelas de la guerra, donde el enemigo es cualquiera que pase por allí. Así, Voir du pays disfruta de una mirada al ámbito militar desde el punto de dos mujeres soldados, acarreando un sin fin de detalles que no hacen sino confirmar el machismo imperante no sólo en la institución militar, también en la sociedad.

Es una lástima que muchas de las observaciones que vemos en pantalla acaban por ser verbalizadas por las propias protagonistas. En ocasiones parece que sus realizadoras no confíen lo suficiente en la propia inteligencia del espectador. Sin embargo el relato es lo suficientemente potente y sus aciertos y detalles están tan bien trazados que la cinta no acaba de hundirse en ningún momento.

La obra se sustenta en varias ideas. La primera, la más obvia, es la mirada femenina y la crítica a una masculinidad que es retratada llena de machismo donde las mujeres no son más que objetos de decoración a pesar de sufrir los mismos traumas que ellos. Es más, en ocasiones y como se ve al final de la obra, son ellas quienes más parecen llevarse la peor parte simplemente por el hecho de ser mujeres. Es destacable como sin tan siquiera ser conscientes de ellos, casi todos los hombres van soltando comentarios y frases hirientes y despectivas para con ellas. Algunos de los soldados consideran que las mujeres sólo hacen su trabajo más difícil, y los civiles entienden de primeras que una mujer en el ejercito solo está capacitada para ser enfermera.

Abandonando esta trama, que ocupa toda la cinta y es el auténtico motor de la historia, nos encontramos a su vez con el regreso de una serie de personas totalmente hundidas, llenas de una violencia que no pueden controlar. Es interesante resaltar como todos los soldados pasan sus tres días de “descompresión” en un hotel de lujo de dos maneras: o se pasan toda la mañana en el gimnasio o por las noches salen a emborracharse y molestar a cualquiera que pase por ahí. Son como animales heridos e incomprendidos incapaces de comunicarse de otra manera que no sea mediante la violencia. Son, simplemente, personas que ya llevan la guerra por dentro y no pueden deshacerse tan fácilmente de ella.

La obra también destaca por una mirada muy crítica y en segundo plano sobre la misión encomendada a los soldados. Tiene su miga que estos luchadores por la libertad, el mundo libre y Europa acaben en un hotel en la zona griega de Chipre, país totalmente sacudido por la crisis económica, una guerra que no puede combatirse con fusiles y que asola al continente. De hecho uno de los lugareños que se acerca a nuestras protagonistas en un profesor en paro y en algunos momentos se observa un autobús de refugiados (me aventuro a predecir que sirios) atravesando la línea divisoria entre Turquía y Grecia.

Todo esto explota en un final donde la violencia queda al descubierto, donde los hombres buscan y ansían un enemigo al que combatir, sean turistas, lugareños o quien pase por ahí. Donde «lo que pasó en Afganistán, se queda en Afganistán» sin derecho a réplica.

La guerra sigue latente y no habrá hotel de cinco estrellas que lo cambie. El odio se transmite sin fin, la violencia es la única respuesta que parece estar disponible y al final no hay esperanza para el cambio.

Voir du pays nos indica que la llamada guerra contra el terror se puede estar ganando, pero el precio va a ser muy alto.

Porque tras tres días y unas sesiones absurdas de terapia, puede que la guerra quede un poco más lejos, pero se sigue llevando por dentro. Al corazón de Francia.

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