Vincent n’a pas d’écailles (Thomas Salvador)

Vincent es un tipo normal, casi vulgar, que parece fundirse con la naturaleza por convicción más que por necesidad. Sabemos de él que pasa horas nadando, que sus contactos con los seres humanos parecen más bien escasos y que trabaja en la construcción. Su identidad real, oprimida por la sociedad, sale a la luz cuando conoce el amor. Y la imagen que tenemos de él, así como el subtexto de la película, también se transforma.

Como dice el título, una perfecta síntesis de su discurso, Vincent no tiene escamas que puedan hacer visible su diferencia para los demás. Pero sí poderes físicos que se intensifican con el agua, un secreto para nosotros que libera al conocer a Lucie, de la que se enamora. Su marginalidad, su capacidad para fundirse con lo etéreo, se desvanece en ese momento. Y desde entonces no tiene secretos, por lo que sólo le queda asumir la revelación de su condición y huir consigo mismo a otro lugar. Utiliza sus poderes en beneficio de los demás y del sistema: gracias a ellos, la versión más humana jamás vista del genial concepto de superhéroe mierder derriba tabiques y apila ladrillos.

Vincent n'a pas d'écailles

Contada en el párrafo anterior casi haciendo uso de detalles, Vincent n’a pas d’écailles se agota enseguida. A su primerizo director y protagonista Thomas Salvador le ocurre algo parecido: aunque maneja una idea y un personaje realmente brillantes, la plasma en pantalla con una precisa puesta en escena minimalista y consigue hacer real a un tipo que podría lucir tanto en una película de Shyamalan como en un «sketch» de La hora Chanante, no puede evitar que caiga presa de la reiteración y el esquematismo. Pero el encanto y potencial del personaje, unido a las lecturas sobre la marginación que ofrece, la terminan convirtiendo en una consistente ópera prima.

La represión parece un concepto inexistente para Vincent, pero no deja de ser palpable en ningún momento. Se trata de alguien con cualidades físicas sobrehumanas que necesita de lo más puro, del agua, para revelarse como quien realmente es en una sociedad que persigue al diferente. Lo mejor de su retrato es que, como quien no quiere la cosa, en él no hay villanos ni perversidad, únicamente gente normal que encaja la brusca revelación de su diferencia oculta como una anomalía. Incluso, después de una eterna persecución, acaba tratando con un policía fascinado por sus cualidades. Seguramente disfrutaría siendo un tipo tan anodino como aparenta, pero tiene que optar por la escapada. En la efectiva persecución central, busca agua en el paisaje urbano para distraer a los policías; esto es, necesita hallar la pureza absoluta para poder sobrellevar su carga.

Vincent n'a pas d'écailles

Aunque Salvador demuestra precisión de cirujano en su dibujo, también parece espaciar en exceso los tremendos golpes de humor absurdo y opta por difuminar el fondo para convertir en transparente esta relación con lo natural. Fundamentando su discurso en un sencillo tono de comedia amable y cándida, palpable tanto en el retrato del descubrimiento como en la historia de amor con Lucie —encarnada por Vimala Pons, la encantadora revelación de La chica del 14 de julio—, Vincent n’a pas d’écailles no deja de tener claras las connotaciones de sus personajes y tampoco renuncia a los puntuales guiños paródicos al espectador. Una reconstrucción del concepto social de héroe imperfecta e irregular, pero de esencia francamente estimulante.

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