Suro (Mikel Gurrea)

Propiedad y etnocentrismo

El festival l’Alternativa 2022 queda oficialmente inaugurado con Suro, el último largometraje del cineasta donostiarra Mikel Gurrea. La sesión ha tenido lugar en el teatro del Centre de Cultura Contemporània de Barcelona, que ha dado pistoletazo de salida a una edición que se prevé muy diversa, estimulante y polifacética.

La película Suro, que sufre de una cierta hipertrofia narrativa y sus momentos risibles le restan interés, gana en energía en su núcleo, cuando articula el discurso en base a las relaciones de poder. Es sin duda una de las películas con un carácter político más marcado desde que concluyó el verano. No pretende desde luego ser hermana de Alcarràs a la hora de ilustrar al espectador sobre las vicisitudes de la vida campestre, pero sí una fiel compañera de la celebrada As bestas. Declina los momentos de tensión sostenida, que Rodrigo Sorogoyen filma con tanta astucia, en favor de una noción de impacto que por momentos logra conmocionar al espectador. Para ponernos en situación, Suro sigue a una pareja que espera un hijo, interpretados por Pol López y Vicky Luengo. Ambos se mudan a una casa de campo cuya anterior propietaria era la tía de la segunda, y no tardarán en inmiscuirse en los inoportunos asuntos laborales que les rodean. Tardan poco en conocer a uno de los capataces de la región, cuando todavía no se han instalado del todo, aún están decidiendo las reformas de la casa y apenas han sido advertidos de los peligros de los incendios. Las sensaciones que el hombre les transmite son de todo menos positivas, pues tiene a su servicio a un grupo de inmigrantes a los que exige trabajar cada día a pleno rendimiento y excusándose con la falta de tiempo, la meteorología y la urgencia de la productividad para menospreciarlos constantemente.

No es un asunto sencillo que el racismo y la explotación laboral sean algunos de los temas que graviten alrededor del film, manifestándose a lo largo del relato mientras el grado de tensión aumenta sin que nos percatemos. Gurrea es firme en su enfoque y muy consciente de la posición desde la que nos habla, además de contar una dupla de actores con los que establece una sugestiva complicidad. En ningún momento la energía que desprenden los cuerpos se ubica en la epidermis de las imágenes, pues estas apuntan hacia un lado y los propios cuerpos hacia otro. Es un thriller que parece que no quiera serlo, o que le duele serlo. Y eso es muy interesante.

El punto de vista a través del matrimonio, que trastabilla a causa de la situación, es de gran ayuda para la verosimilitud de la historia, y Vicky Luengo está estupenda. Pol López aporta también un grado de intensidad dramática que compensa los pequeños desperfectos en el ritmo. Gurrea filma a sus intérpretes desde una frontalidad que refleja su falta de complejos y su actitud convencida y convincente. Rueda con pulso y valentía, y si bien su prometedora carrera adquirirá más importancia si logra afinar más con el guión y el montaje; la fotografía y la puesta en escena ya son resultado de un primoroso trabajo de dirección cinematográfica y actoral.

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