Spiritwalker (Yoon Jae-geun)

En Spiritwalker, la producción surcoreana que llega a nuestras pantallas el 18 de febrero, un hombre despierta herido en lo que parece ser la escena de un accidente de coche, sin recordar lo que ha ocurrido y sin saber quién es. Una situación que empeora un poco más cuando, unas horas después, cambia de cuerpo y con él de lugar, teniendo que volver a averiguar quién es y dónde está. Pero por si fuera poco misterio ya, también tendrá que averiguar qué conexión hay detrás de tanta posesión de cuerpos, investigando a contrarreloj lo que parece ser un caso policial y personal al mismo tiempo. Es decir, una película en la que tanto el espectador como el protagonista parten de la misma posición de salida.

Cuando hablamos de posesiones de cuerpos, normalmente nos referimos a demonios o fantasmas que entran en los vivos hasta hacerlos suyos, necesitando de exorcismos, conversaciones íntimas o de entierros dignos para echar al intruso y volver a traer el alma a su lugar. Aquí, en Spiritwalker, parece que la cosa va por otros derroteros, a pesar de un título que habla de un caminante espiritual o un espíritu errante. En cualquier caso, la duda sigue ahí. ¿Dónde está el alma que han desposeído de su cuerpo? Depende de a quién le preguntes, supongo. Si te responde James Wan, te dirá que estaba en un mundo espiritual tenebroso y oscuro entre muertos; si te responde Oda Mae Brown, te dirá que lo ha notado todo y ha sido desagradable, como si convivieran de malas maneras. ¿En el caso de Spiritwalker? Sólo tenemos una perspectiva, porque los poseídos —que dejan de estarlo tras 12 horas contadas— no recuerdan nada, ni tampoco parece que haber pasado tanto tiempo en un fundido a negro les trastoque demasiado el pensamiento. En realidad, no importa demasiado, porque la película va al meollo con su ritmo trepidante y dejando claro desde su comienzo que, si bien la premisa es fantasía 100%, el 90% de la misma es thriller, persecuciones y pegarse buenas toñas como manda el canon de los thrillers coreanos.

Y la verdad es que yo no tengo nada en contra, porque me lo paso bien con lo que veo, y me lo paso bien con lo que me cuestiono, porque sé que he suspendido toda incredulidad y acepto lo que hay en pro de un planteamiento que pinta a flipada y es en eso donde está la gracia, mientras en mi cerebro una voz pregunta cómo puede ser que esté pasando todo lo que está pasando: ¿por qué el protagonista entra en los cuerpos de personas conectadas entre sí?, más allá de lo que queramos aceptar como normal, ¿qué o quién lo decide? ¿Es el mismo protagonista desde un subconsciente de buen policía? ¿Por qué la aparición de una droga súper potente parece que va a explicarnos que ese es el motivo de las posesiones, pero luego no? ¿Qué pasa con la memoria USB al final? Igual allí se esconden las almas de todos. ¿A qué viene esa fuerza sobrehumana a pesar de la droga que te medio mata? ¿Escucharemos o leeremos el típico chiste de que los asiáticos resultan casi iguales para los occidentales y que así Spiritwalker resulta aún más confusa? Pero claro, lo cierto es que Spiritwalker tiene más que ver con Big (1988) o incluso con Este cuerpo no es el mío (2002), que con posesiones, fantasmas o exorcismos, de ahí que recomiende al espectador potencial que se tome el visionado con menos seriedad de la que se toma la propia cinta sobre sí misma.

Porque, en resumen, posiblemente ese sea su principal error: partir de una idea llamativa, pero tomándola tan en serio que al final no puede escapar de ella, sabiéndose insostenible dentro de sus propios términos. ¿Respecto a todo lo demás? Bastante bien. Después de todo, estamos ante una de las cosas que mejor saben hacer los cineastas, actores y actrices coreanos desde hace más de dos décadas: ser potencia mundial en cuanto al thriller. Si ya en los 2000 dieron con una fórmula precisa para el género, agregaron ingredientes nuevos y perfeccionaron los que había en ese entonces, hasta el punto de romper las fronteras de la industria cinematográfica más allá incluso del género, en Spiritwalker no hacen más que seguir los pasos que tan buenos resultados siguen dando. Esto es, entregar un producto con un acabado notable, pensado para ofrecer un buen rato lleno de emociones con el clásico juego del gato y el ratón, con momentos en los que nadie sabe en quién puede confiar realmente. ¿La lástima? Que, entre el desarrollo, la progresión y el final, el guion parezca haberse descuidado. ¿La alegría? Que, aun así, el ritmo y la acción mantienen siempre un buen nivel.

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