Sesión doble: El secreto de Esma (2006) / Snow (2008)

Algo queda tras las guerras… en la mayoría de casos, una extensa colección de films que retratan los estragos y consecuencias de estas luchas. Pero no todo es una Segunda Guerra Mundial, los conflictos siguen y nos centramos en esta ocasión en el cine Bosnio tras la guerra, con Grbavica, el secreto de Esma, de Jasmila Zbanic y Snow de Aida Begic.

 

Grbavica, el secreto de Esma (Jasmila Zbanic)

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La guerra y sus efectos. Sin duda un paradigma que ha seducido a infinidad de autores de diversas disciplinas (literarias, pictóricas, cinematográficas…) en un intento por tratar de comprender que llevó a un determinado grupo en una determinada ubicación a perpetrar ese genocidio que atenta contra los más simples dictados de la racionalidad. Sin duda la Guerra de Bosnia debido a su proximidad geográfica y temporal supone un hábitat muy presente en el cine balcánico de finales del siglo XX, dando lugar a una serie de obras de diverso talante y estilo que se alzan como unas inspiradas fábulas morales que describen la inhumanidad innata en el mal llamado ser humano.

En este sentido El secreto de Esma constituye uno de los capítulos más sugestivos, demoledores y melancólicos de esa aberración que dinamitó la convivencia multicultural y etnológica que definió a la extinta Yugoslavia construida desde la peculiar visión del comunismo ideada por el Mariscal Tito. La película a pesar de alzarse con el Oso de Oro en el Festival de Berlín del año 2006 sigue siendo una de esas joyas ocultas para el gran público (no así para los cinéfilos más aguerridos) que gracias al indispensable efecto del paso del tiempo se ha despojado de sus impurezas y de esas imperfecciones que tanto gusta comentar a los críticos más sesudos (la falta de innovación y la repetición rutinaria de un filón muy explotado en el cine ex yugoslavo de finales de los noventa y principios de los dos mil podría ser una de ellas).

La película narra la historia de una viuda de guerra llamada Esma y su lucha por criar a su hija Sara nacida durante los años más duros del conflicto. La rebeldía propia a la adolescencia de Sara desenterrará un secreto que Esma se encargó de no revelar a su retoña y que la celebración de una excursión gratuita para los hijos de los héroes caídos en el campo de batalla organizada por el colegio de la infante sacará a la luz para endurecer los tiernos ojos de la misma: la verdadera identidad de su padre.

Con esta sencilla premisa argumental, El secreto de Esma hilvana una profunda y humanista historia que toca múltiples conceptos asociados a las penurias y desgracias que emergen en el desarrollo de todo evento armado. Así la culpa, las secuelas que acompañan a las víctimas inocentes, la tragedia que supone la pérdida de los seres queridos, el desamparo que acompaña los duros años de posguerra y sobre todo el amor materno como metáfora del perdón y la piedad que debe afrontar toda una generación de jóvenes balcánicos se hallan más que presentes en el vestido formal y argumental de un melodrama que va desgarrando su aparentemente contenido complaciente para adoptar a medida que va destapándose el secreto que da título al film un tono ciertamente doloroso y fatalista.

Acreedora de un ritmo pausado y poético pleno de esa melancolía que profundiza en el ambiente característico del melodrama con una sensibilidad ciertamente fascinante, así como de una bella fotografía que capta con un inspirado simbolismo esa alegoría que conecta los edificios devastados por las destructivas bombas con la modernidad que el progreso y la regeneración posbélica traen consigo, El secreto de Esma se beneficia de la enorme interpretación tanto de Mirjana Karanovic en el rol de la sufrida Esma como de la bella Luna Mijovic en el papel de la rebelde Sara que adopta la semblanza de esa nueva generación de ex yugoslavos que deben hacer frente al futuro marcados por las secuelas y derivaciones inherentes a la Memoria Histórica. Sin duda, el maravilloso tramo final del film se alza como uno de los más bellos cantos a favor de la paz y la esperanza forjados desde las trincheras del cine bosnio: las heridas se cicatrizan únicamente desde ese amor espontáneo y sin concesiones surgido desde el corazón de una madre.

Escrito por Rubén Redondo

 

Snow (Aida Begic)

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Las cineastas Aida Begic y Jasmila Zbanic son dos de los rostros más populares de la cinematografía bosnia, que han detenido su mirada en las consecuencias de la guerra y la identidad de su pueblo a través de una poderosa mirada femenina. De la misma manera, por mucho que compartan ciertos aspectos en común (sus inicios en el documental, la cultura musulmana, el humanismo que se desprende de sus cinta, la mirada femenina, etc) sus miradas divergen en cuanto a la laicizad de Jasmila o la religiosidad de Aida. Sin embargo puede que sea por esto que sus películas se complementen tan bien, completando un mosaico envidiable sobre la Bosnia posterior a la guerra, estando siempre preocupada en el presente sin poder desprenderse ni olvidarse el pasado.

Por eso desde Cine Maldito hablamos hoy de las películas Snijeg (Snow, Aida Begic, 2008) y Grbavica (Grbavica, el secreto de Esma, Jasmila Zbanic, 2006).

Lo cineastas bosnios tienden a usar dos poderosas herramientas a la hora de reflejar el país: la primera de ellas es un uso del humor bastante negro como reflejo de la sociedad y que sirve parar abordar temas que de otra manera serían demasiado difíciles (Gori Vatra, En tierra de nadie, Nafaka y un sin fin de propuestas más). La otra herramienta es hacer películas que parecen hechas por alguien en estado catatónico, traumatizado, que no puede usar palabras para hacer entender el trauma que sufre. Obviamente las formas acompañan a esta manera de rodar, por lo que se suele jugar a dosificar la información y a tratar los temas con mucha delicadeza, con mimo y cariño por los personajes, sin prisas. Como debe ser. Snow se engloba en este segundo grupo de películas.

Estamos en un pueblo llamado Slavno dos años después del final de la guerra de Bosnia. Todos los hombres han sido asesinados o están desaparecidos. El poblado sólo es habitado por mujeres y ancianas, a parte de un niño huérfano y un derviche. Es un pueblo fantasma, en su significado más amplio, pues está lleno de fantasmas, de pequeños detalles que recuerdan a los seres queridos que ya nunca volverán. El pueblo además, parece perdido tanto geográficamente como temporalmente. Funciona como una especie de estado mental catatónico. El tiempo realmente está detenido. Y pronto llegaran las nevadas, haciendo que el pueblo quede aún más aislado de todo, siendo especialmente grave porque la única fuente de ingresos de las mujeres es la mermelada que venden en una carretera cercana.

Con mucho mimo y respeto, huyendo de la pornografía sentimental y del dramatismo, su directora consigue hablar con sumo tacto del conflicto moral que se presenta a los supervivientes cuando tienen ante ellos la oportunidad de salir adelante si venden sus casas «al enemigo», aunque ello significará destrozar sus almas.

Aunque coral, la cinta se detiene sobre todo en Alma, una joven dispuesta a salir adelante a pesar de todo. Al igual que pasaría luego en Children of Sarajevo, ella abraza la religión como salvación moral ante el derrumbe de la sociedad a su alrededor. No es extraño pues que para la directora la religión sea algo positivo desde el punto de vista humanista y ante la situación tan lamentable que vive el país, aunque sin imponer a los demás; es una decisión personal, ni mejor ni peor, de las protagonistas de las dos películas de Aida, que luchan para no traicionarse ni quebrar su moral.

Estamos en una cinta de gestos y miradas que dicen lo que las palabras no podrían explicar sin caer en el tremendismo. Está muy cuidado este aspecto que puede exasperar a más de uno por una cadencia de planos que intenta que el espectador palpe la desolación después de la batalla y donde finalmente, y es todo un acierto, la directora ofrece un final abierto a interpretaciones pero que un servidor cree atibar cierto optimismo.

Una película con momento duros, como es perder la esperanza en que tus seres queridos vuelvan. Pero donde las víctimas, las que lo han perdido todo, demuestran tener una moral inquebrantable (como también se ve en Belvedere, de Ahmed Imamovic, donde un grupo de mujeres viven en un centro de refugiados a las afueras de Srebrenica y que siguen residiendo ahí buscando los cuerpos de sus familiares ante el desprecio total de la ciudad, donde hoy los asesinos viven negando lo ocurrido) y que no podrán ser doblegadas, gracias a su identidad como personas, como musulmanas o como bosnias.

Escrito por Pablo García Márquez

 

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