Sesión doble: El arpa birmana (1956) / La presa (1961)

Entre todas las miradas que interpretan las distintas posiciones que tomaron los países en la II Guerra Mundial, hoy nos fijamos en la reverencia con la que lo representa el cine japonés, con dos piezas imprescindibles en este tema. La primera es El arpa birmana de Kon Ichikawa, dirigida en 1956. Le sigue La presa de Nagisa Oshima, que el director dio a conocer en 1961. Esta es nuestra sesión doble:

 

El arpa birmana (Kon Ichikawa)

La Segunda Guerra Mundial posicionó en la memoria histórica a dos bandos claramente diferenciados. Por un lado estaban «los buenos», que eran los países Aliados y en donde estaban la ex URSS, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña. Por otra parte, estaban «los malos», constituidos por las Potencias del Eje, es decir, Alemania, Italia y Japón. Esta categorización tuvo un sustento real si se consideran los objetivos y grado de beligerancia del segundo grupo, debido a la posición radical de sus máximos líderes. Nadie puede dudar que extremismos ideológicos como el nazismo y el fascismo a más del afán expansionista del imperio nipón atentaban gravemente a la dignidad humana y hasta a la propia supervivencia de poblaciones enteras.

El cine de Occidente, sobre todo el de Hollywood, se encargó de resaltar aún más esta situación dando protagonismo heroico y sensible a los soldados del “lado bueno” e ignorando o tergiversando el sentir de las tropas del bando de “los malos”, sin considerar que en esos grupos también se vivió un terrible drama con consecuencias fatales.

Algunos realizadores orientales se han atrevido a abordar esta situación y han desarrollado propuestas cinematográficas considerando la perspectiva y sentir de quienes perdieron la gran batalla. El Arpa Birmana, rodada por Kon Ichikawa en 1956, desmenuzó aún más este criterio y dio relevancia no solo a los sobrevivientes sino a los muertos, a aquellos soldados acribillados que fueron abandonados y cuyos cuerpos se descomponían al aire libre.

Esta magnífica película no solo retrató la situación de las tropas japonesas en los frentes de batalla, sino que destacó el sagrado concepto del honor, tanto individual como colectivo, en donde la muerte era la mejor opción antes que la rendición por más que su propio país se había declarado oficialmente perdedor.

La historia se circunscribe en la travesía que realiza un destacamento del ejército del imperio japonés de Birmania hacia Tailandia, en donde el canto parece ser el único aliciente para levantar la moral. Mizushima, uno de los integrantes del batallón, será quien lidere este ritual entonando un arpa artesanal si saber nada de música. Su accionar emerge por la necesidad de redescubrir este arte con una connotación mística.

El gran imperio oriental se ha rendido ante los Aliados y es momento de que los soldados retornen a casa para reconstruir el país devastado por la guerra. Hay un grupo que no quiere hacerlo y que prefiere morir. Mizuhima tendrá la misión de convencerlos de que se rindan, pero fracasa y el ejército inglés ejecuta una masacre total de los rebeldes. Él logra sobrevivir y se convertirá al budismo cambiando su perspectiva de vida.

Desde este instante, el filme adquiere significados filosóficos. El recorrido que realiza Mizushima por las tierras abandonadas le causa horror, al ver que solo quedan los cadáveres de los caídos que ya son presa de los buitres.

Descubrió la necesidad de reparar lo irreparable y tratar de honrar a los muertos. Su gran deseo de volver a su país y estar con sus parientes fue sustituido por la misión espiritual que se impuso de sepultar los cuerpos inertes.

Cruzará montañas y ríos evidenciando la destrucción causada por la guerra y tratando de descifrar el comportamiento y la indiferencia de los humanos. Emergerán dentro de él varias dudas, no se siente capaz de llevar compasión donde solo existió crueldad, pero su objetivo es seguir hasta volver a creer en la caridad de los hombres y darles a los muertos en la guerra un espacio en la memoria de la historia.

El arpa birmana está construida con una espectacular fotografía, tanto en los planos abiertos como cerrados. Icónicas escenas que rayan lo poético, como aquella cuando Mizhima, ya convertido en monje budista, sin decir palabra alguna se despide de sus amigos entonando una melodía del adiós con su arpa para luego perderse en la niebla en medio de los monumentos característicos de Birmania.

La cinta de Ichikawa es una buena experiencia para reflexionar sobre las consecuencias de la guerra y para comprender que la trascendencia del espíritu de un humano radica en desprendimientos personales que se traducen en intentar darle dignidad a ese soldado desconocido que ha caído en combate y que ha sido olvidado hasta por sus propios compañeros.

Escrito por Víctor Carvajal Celi

 

La presa (Nagisa Oshima)

La presa se presenta como una de las primeras grandes obras maestras del genial Nagisa Oshima, realizada durante los primeros años de su magnífica carrera. Se trata de una obra extraña, enclavada en unos años revolucionarios para el cine japonés como fueron los inicios de la década de los sesenta, pero que a diferencia de las primeras criaturas filmadas por el autor de El imperio de los sentidos guarda una cierta distancia con respecto a otros filmes dirigidos por Oshima en aquellos años en los que sí se podía atisbar esa rabia irreverente y rebeldía propia de uno de los fundadores de la Nueva Ola del Cine Japonés.

Puesto que nos hallamos ante una obra de confección bastante ortodoxa en cuanto a montaje y técnica cinematográfica en la que Oshima deja de lado sus habituales vicios vanguardistas para sentar las bases de su fotografía en un cierto academicismo poseedor de un poderoso influjo hipnótico. Oshima decidió indagar en una temática que ya había sido cosechada con gran éxito por algunos colegas de su generación: la mirada al decadente Frente Japonés en los albores de su derrota en los estertores de la II Guerra Mundial.

Lejos de lanzar una mirada revanchista y acomplejada, Oshima decidió apostar por estudiar la psicología y actitudes presentes en esa población japonesa sitiada por la guerra y absolutamente enajenada de la realidad, intentando estudiar las causas que llevaron a la nación asiática a ser derrotada por el enemigo. Todo esto a través de la historia de un soldado americano de etnia afroamericana que será apresado por una partida de campesinos y hecho cautivo en la destartalada casa del jefe del poblado.

Lo que en un principio se muestra como un acto heroico que será recompensado en un futuro cuando el Ejército del Emperador acuda al poblado a llevarse al prisionero, pronto se convertirá en una odisea kafkiana en la que la presa adoptará la figura de víctima de los vicios, depravaciones, egoísmo, inhumanidad y codicia de un pueblo que tratará sacar partido en su propio beneficio del cautiverio, saliendo a la luz las viejas rencillas vecinales y envidias que otean los tejados de las casas de los lugareños.

Con mucha inteligencia y saber hacer en cuanto a narrativa cinematográfica, el maestro Oshima forjó un retrato atroz de los habitantes de ese pequeño microcosmos rural que por arte de magia recogerá las miserias y desgracias de una sociedad japonesa incapaz de colaborar para obtener el objetivo común. El maestro tejerá un cuadro dantesco que exhibe a los propios ciudadanos japoneses como el enemigo a batir. Unos seres ambiciosos, miserables, rastreros, manipuladores, crueles, desconfiados y resentidos que no dudarán en clavar el puñal por la espalda a su propio vecino. De este modo la sociedad japonesa aparecerá como un ente amorfo en el que existen pocos lazos de unión y sí de ruptura, siendo el único hecho que parece conectar a jóvenes, niños y ancianos su racismo frente a la presencia del extranjero de otro color.

Estos son los mimbres empleados por el maestro para cocinar un plato poderoso, y terriblemente amargo, que destila un retrato desalmado y violento de una comunidad salvaje que se comporta como un lobo más que como un colectivo perteneciente a la raza humana. Un pueblo que, gracias a la sabiduría y carga metafórica propia de un Oshima en su contorno más contenido, se mimetiza con ese país del Sol Naciente presa de sus inmoralidades y corrupciones interiores que se alzaron como la principal causa de la derrota del Japón en un conflicto bélico que bautizaría posteriormente al enemigo como un socio capaz de martillear los cimientos de las ancestrales tradiciones niponas.

Escrito por Rubén Redondo

 

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