Sesión doble: Bloqueo (2006) / Beyond Zero: 1914-1918 (2014)

La historia desde el found footage: este es el nuevo reto que hemos impuesto en la sesión doble para pasar una tarde rodeados de baterías de imágenes en la que encontramos dos propuestas únicas como son Bloqueo, mediometraje documental del director ruso Sergei Loznitsa y Beyond Zero: 1914-1918, mediometraje documental dirigido por Bill Morrison. Dos opciones arriesgadas que no os podéis perder.

 

Bloqueo (Sergei Loznitsa)

El sitio de Leningrado comenzó en septiembre de 1941. La ciudad, asediada por las tropas alemanas, sufrió el cerco de los invasores durante más de dos años, hasta que fue liberada por un contraataque ruso en enero de 1943. Casi ochocientas mil personas murieron por el bloqueo. No hay libro, cuadro, o cualquier manifestación artística que puedan expresar todo ese horror, afortunadamente. Sin embargo, sí existen archivos audiovisuales que sirven como testimonio de aquel episodio de la Segunda Guerra Mundial. Este mediometraje del realizador ucraniano Sergei Loznitsa es la mejor prueba de lo sucedido.

Más allá del uso lúdico que se otorga al metraje encontrado o «found footage» —usando el término inglés que describe un material de archivo anónimo, rodado por personas no identificadas— también está el valor histórico que poseen estas películas rescatadas. Por una parte ya es conocido el método de rodar una película presentada como falso documental o cintas grabadas por amateurs que siguen dando forma a numerosas producciones de terror, cine fantástico e incluso comedias, aunque los casos de tales películas sean de recreación que imita las películas caseras, reportajes televisivos y otros ejemplos de grabaciones no profesionales.

Lo más curioso es que a pesar de la fuerza que poseen estas cintas como testimonio directo del contexto social e inmediato del lugar y acontecimiento que reflejan, el metraje hallado todavía no se ha empleado a fondo como instrumento didáctico. Tal vez Bloqueo supone un gran ejemplo para este cometido divulgativo. El cineasta recupera imágenes tomadas durante el largo asedio a Leningrado, las ordena en bloques desde la llegada de los militares topógrafos, los zapadores y varios prisioneros que llegan a la urbe. Los bombardeos posteriores. La destrucción de infraestructuras como el tranvía, bibliotecas y otros edificios públicos. Las colas para conseguir alimentos y otras necesidades básicas de la población, por el racionamiento. El forzado exilio de muchos habitantes en los trenes. Sumando la deprimente convivencia con cientos de cadáveres postrados en las calles.

La estructura se prolonga en apenas cincuenta minutos siguiendo esa línea causal de los acontecimientos, sin referencias cronológicas ni voces en off que sirvan de apoyo. Solo un texto final aclaratorio sobre los juicios en los que se condenó en enero de 1946 a los nazis responsables de tal barbarie. Las secuencias transcurren de manera lineal, sin más referencia temporal que la luz del día o la oscuridad nocturna. El sonido ambiente, sincrónico a las pisadas de los viandantes, las voces, murmullos, detonaciones, bombardeos y demás entorno acústico, logran una textura homogénea que prolonga esa sensación de inestabilidad, de no saber cuándo terminará el bloqueo. Un hallazgo formal que normaliza la situación bélica, extraordinaria, haciéndonos partícipes en una rutina más cotidiana que desesperada. Pero que también crea la necesidad de revisar los libros de Historia para revisar el episodio retratado.

Una de las razones que se daban a inicios del siglo veintiuno para la democratización de la imagen audiovisual era el abaratamiento de los equipos audiovisuales, así como la ligereza y prestaciones tanto de las cámaras profesionales como de las domésticas. Un buen ejemplo son los avances en las cámaras fotográficas de los teléfonos móviles. En realidad es el montaje de vídeo ese proceso de trabajo que ha popularizado de una forma clara el acceso al audiovisual por parte de cualquier aficionado. Ahora es posible conseguir resultados muy convincentes en la edición de una película en un ordenador personal sin necesidad de la cara y voluminosa infraestructura que se utilizaba hasta hace algo más de una década. Películas como esta de Loznitsa son un escalón superior en la evolución de una obra despojada de artificio, dramatismo, pretenciosidad o demagogia, además de una lección sobre cómo elaborar un documental sin fisuras.

Escrito por Pablo Vázquez Pérez

 

Beyond Zero: 1914-1918 (Bill Morrison)

El ámbito del «found footage» nos puede llevar a territorios insospechados algunas veces. Y es que hay personas que van más allá del común acercamiento Histórico, cultural o informativo que se suele dar a los fragmentos de película que fueron ideados con un fin muy alejado del arte del cinematógrafo. Retazos de imágenes propagandísticas, de anuncios televisivos o de descubrimientos arqueológicos, por ejemplo, son algunos de los más usados por documentalistas del montón a la hora de llenar espacios entre entrevista y entrevista. Pero hay algunos pocos que van más allá, como decíamos. Hay algunos que hacen con el material encontrado, arte.

El americano Bill Morrison tiene un número no muy elevado de documentales que utilizan «found footage» Histórico y uno de los más conocidos es Beyond Zero: 1914-1918, que mezcla imágenes dañadas de la primera guerra mundial al ritmo trágico y en ocasiones inquietante, de un cuarteto de cuerda. Consiguiendo una experiencia visual y sonora abrumadora contando con un recurso tan limitado a la realidad del momento como son las imágenes presentadas. Parece increíble que se pueda si quiera dilucidar una historia entre tanta abstracción. Pero es realmente fascinante ver cómo se consigue —y es que el objetivo de Morrison no es otro que el de contar un cuento— esa sensación de narratividad tan característica de su cine. Las escenas sueltas conforman una danza en la que nada se deja al azar y que, gracias al montaje, es capaz de crear un estado de absorción al espectador.

El hecho de que los archivos estén dañados (por descomposición orgánica y por la mano del director en según cuáles) supone una doble dimensión a la hora de leer la película. Por un lado, está la “primera capa” que es la referida al celuloide per se, a la masa de película táctil y manipulable, que proyectada, evoca una realidad alejada de la que las propias imágenes muestran. Un mundo, a veces fantasmal, otras acrílico, que muta con cada fotograma en movimiento. De este modo la “segunda capa” que es la idealizada, la historia que se nos cuenta, queda afectada totalmente por la primera. Todo varía si el medio en el que expones es distinto de cara al ojo humano, los significados son otros, la propia sensación que te produce es radicalmente diferente. Hay secuencias en Beyond Zero: 1914-1918 que casi no se pueden apreciar, debido a la corrosión del celuloide, y que sin embargo operan de manera que la imaginación asociativa irrumpe y ya no es sólo el ojo el que ve, sino también la mente. Se podría decir que allí donde la imagen no puede ser completamente percibida, nuestro cerebro la completa como lo hace en una de esas famosas ilusiones ópticas.

Al fin y al cabo, los hechos reales son tan solo una pequeña parte de éste docu-film. Las trincheras, los bombardeos, los aviones siendo derribados, toman un significado que escapa de lo convencional. Entre sus texturas y su poesía podemos tan solo admirar lo que vemos, sin esfuerzos innecesarios y sin juicios. Tan sólo reteniendo en nuestra retina eso que el propio cineasta llama “capas arqueológicas de tiempo” que se suceden, que hablan y que resultan, en según qué ocasiones, tan bellas como misteriosas.

Escrito por Borja Castillejo Calvo

 

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