Rúnar Rúnarsson… a examen

Hace poco menos de un año, Sparrows (Gorriones) se llevaba la Concha de Oro del Festival de San Sebastián. Si bien la sección oficial de aquella edición fue calificada por muchos como de un nivel bastante más bajo de lo habitual, triunfar en un evento de este estilo hace que inmediatamente el panorama cinéfilo gire la cabeza para preguntarse quién está detrás de tal logro. En este caso el responsable fue Rúnar Rúnarsson, un tipo que ya había cosechado notables opiniones con sus trabajos previos en el corto y con su ópera prima Volcán (Eldfjall), primera de las dos películas que hasta el momento conforman su filmografía.

Volcán nos sitúa en un momento decisivo de la vida de Hannes y de cualquier persona: su jubilación. El veterano bedel de instituto recibe una pequeña fiesta en su honor antes de retirarse a vivir a su hogar en una localidad cercana al volcán Sneffels. Precisamente volcánico es el carácter que exhibirá Hannes a partir de entonces, ya que sus gestos y palabras gruñonas no caerán bien en su mujer y mucho menos en sus dos hijos, que ven cómo su progenitora no es tratada con todo el amor que merecería por parte de su cónyuge. Al menos, hasta que una desgraciada circunstancia termina por unirles de una manera mucho más férrea de la que todos habían podido imaginar.

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Una vez vista la ópera prima de Rúnarsson, parece como si esta y Sparrows formasen un díptico tan distante en sus protagonistas como similar en sus pretensiones. Las dos películas tratan el tema del cambio, de cómo un giro radical en la vida del ser humano puede trastocar su personalidad y no precisamente para hacerla más agradable. Hannes y Ari (el adolescente de Sparrows) son dos individuos que, para protegerse del nuevo escenario que se abre ante ellos, optan por refugiarse en sí mismos y rechazar, con mayor o menor excusa, los gestos de cariño que intentan sus allegados. Los dos films optan entonces por seguir un camino centrado en el aspecto emocional de los personajes, aunque este enfoque se nota mucho más en Volcán que en su sucesora, más fría y punzante en ciertas escenas.

Los largometrajes de Rúnarsson tampoco difieren demasiado uno del otro en su estructura narrativa. Aquí es inevitable que la mente acuda a sus respectivos desenlaces. El de Volcán es algo previsible, no porque el relato se hubiera encargado de anticiparlo sino por la lógica racional y emocional que lleva a Hannes a tomar esa decisión. En el de Sparrows, más sorprendente y contundente, su protagonista también se ve obligado a elegir uno de los dos caminos que ante él se abren. Pero lo atractivo de estos finales, como ya comentábamos recientemente, no reside en su mayor o menor calidad o previsibilidad, sino en la habilidad que tiene el director islandés para que no podamos calificarlos de optimistas o pesimistas y tengamos que conformarnos con señalar que los designios de la vida obligan a tomar decisiones en las que no sabemos si ganamos o perdemos. Esa sensación es la que veríamos en Hannes y Ari si pudiéramos escrutar su interior al final de las películas.

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Buena senda cinematográfica la que por el momento está recorriendo este islandés de 39 años. La evolución de Volcán a Sparrows es palpable, tanto en ambición como en recursos visuales. Aunque entre ambos trabajos se hayan perdido también algunas virtudes que hacían fuerte a su ópera prima (el intimismo que rodea la casa de Hannes o la sutileza con la que se narran diversos pasajes de la obra), es destacable cómo Rúnarsson consigue diferenciar dos productos que parecen muy similares en su planteamiento y evolución, como si una madeja lograse otorgar hilos de varios colores. Habrá que estar atentos a su próximo proyecto.

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