Retrospectiva “An Oceanic Feeling” Vol. 2-3

El mar silente es la perspectiva de la segunda parte de la retrospectiva oceánica del Festival Punto de Vista. Contando con dos obras del cine de los años veinte, pioneras en concepto y acercamiento documental y absolutamente apasionantes, el tema de la humanidad en la mar es abordado de maneras ambiguas y poéticas.

Comenzando la sesión con el cortometraje La pieuvre de Jean Painlevé, proyectado en la versión original de 16 mm —un tanto dañada en los primeros minutos, pero aun así conservando su belleza primaria— mientras el traqueteo del proyector acompaña el silencio sepulcral de la obra, se elabora un diálogo con las aguas y las criaturas que las pueblan. El director francés filma a unos cuantos cefalópodos en su entorno, fijándose en primer lugar en sus movimientos más generales situando la cámara con el objetivo centrado en las rocas o en la arena, siendo el pulpo algo que “huye” del plano. En este sistema de captar los movimientos del animal se elabora un juego de trampas en la que el plano es la jaula y el fuera de campo la intimidad. Una vez logra “coger al pulpo, la cámara escudriña sus otros movimientos: los particulares. Se acentúa la observación mediante primeros planos, primero a los ojos cerrados, después a los ojos abiertos que —según Painlevé— se asemejan a los de un ser humano, hasta fijarse y obnubilarse con la respiración bifocal del animal. En un proceso hipnótico, la curiosa forma del pulpo despierta admiración por su desconocida fisiología y la repetición de sus inhalaciones y exhalaciones genera una atención casi sobrenatural.

Tras admirar una obra de corta duración, se presenta un largometraje del maestro Jean Epstein, otro francés que, en vez de introducirse en las profundidades marinas, trabaja la solidez de las olas en ‹ralentí› mientras cuenta una historia. Finis Terrae (1929) trae a la retrospectiva a un nombre imprescindible en el tema del mar y su inconmensurable atracción fatal, y, aunque no se trate de su obra capital —Le Tempestaire (1947) ocuparía ese puesto— esta obra de pausada y precisa narración y de belleza etérea se coloca entre lo mejor del festival. En una espiral de profunda calma que se torna lamento nervioso, se aprecia la inmersión que hace la propia película en los límites horizontales del mar, aludiendo de manera preciosa a ese “sentimiento oceánico”. En Finis Terrae, las olas van a ser el motivo que anuncie lo peor mientras que la figura de faro generará un advenimiento profético en una isla llamada Bannec.

Esta sesión finaliza, pero una última proyección a cargo de esta retrospectiva tiene lugar a las 22:00, cuando ya llevamos —algunos más que otros— dos largometrajes y un sinfín de cortos en nuestra memoria visual. Minamata: The Shiranui Sea (Noriaki Tsuchimoto, 1975), un documental apasionante sobre la calamidad que asoló las aguas de una región japonesa en los cincuenta. Debido a unos vertidos tóxicos por parte de una empresa, el agua y los animales que allí se encontraban se contaminaron, haciendo que los pescadores enfermasen por el exceso de mercurio en sus organismos y deviniesen deformes e incapaces de desarrollarse con normalidad. Tsuchimoto indaga haciendo entrevistas a varios testigos en la isla más afectada, haciendo gala de una mirada política y al mismo tiempo desgarradora.

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