Retorno a Seúl (Davy Chou)

Retorno a Seúl es un viaje en múltiples direcciones que no solo mide las distancias, también se implica en el paso del tiempo de una pequeña déspota llamada Frédérique Benoît. De entrada suena horrible, pero es imposible plantearse de otro modo al personaje que con tanto mimo interpreta Park Ji-min, siendo esta una postura que sirve de coraza frente a una situación que no siempre puede controlar.

A través de distintos apartados vamos conociendo la evolución de lo que comienza como un viaje a primera vista improvisado. Una chica magnética y entregada a la diversión que encuentra un camino para curiosear sobre sus orígenes en Corea del sur, país al que vuelve tras su adopción en la infancia, y que necesitará pisar en más de una ocasión a posteriori.

Del mismo modo que David Chou sabe hilar con ingenio la música para acompañar sus intenciones, hay una escena en la que despoja a Freddie de toda la presión que comienza a envolverla para mimetizarla con la música en un desenfrenado baile adentro y afuera de un local musical donde contrasta con ese cuadriculado saber estar con el que conviven los coreanos en sociedad. Ella es la chica francesa con unas facciones mimetizadas con la antigua belleza coreana, la ‹rara avis› que engancha a aquellos que se acercan, aunque no esté dispuesta a dejar que eso suceda durante más tiempo del que a ella le interesa. Es la chispa que arde en un entorno correcto, ordenado y peculiar como es la Corea del sur que nos llega desde las películas de Hong Sang-soo.

«¿Eres consciente de que podría borrarte de mi vida en un segundo?» le dice a una persona que aparentemente representa un pilar fundamental en esa vida de la que tanto recela. Freddie es poliédrica, el centro de toda la atención del film, es esa chica a quien le nace la repentina curiosidad por saber de dónde procede, quiénes son los responsables de su existencia y tal vez desgranar el porqué —y esta pregunta siempre tiene demasiadas implicaciones—. Pero al mismo tiempo se despiertan constantemente miedos y reticencias ante un pasado que podría ser inexistente para ella, lo que nos hace presenciar su actitud intensa e imprevisible ante cualquier situación por la que se sienta sobrepasada.

Retorno a Seúl es algo más que un choque de culturas. No se centra únicamente en esa mujer de costumbres occidentales que se anima a ingerir enormes cantidades de ‹soju›, que observa como pez fuera del agua a la familia de su padre biológico o que intenta imponer sus caprichos al sentido común. La película sobrevuela ese incógnito duelo de quien ha sido abandonado en su niñez para reconstruir a Freddie a través del ardiente contacto que mantiene con su país natal, como un modo de encontrarse a sí misma devorando las experiencias, sin capacidad para adaptarse o disfrutarlas, encerrando un íntimo camino de perdición escondido entre las múltiples capas que conforman a la protagonista. Aunque parezca capaz de enfrentarse en solitario a su pasado, las circunstancias le ofrecen la opción de aferrarse momentáneamente a personas que desechar en cada etapa, con personalidades enfrentadas siempre al estilo de la joven, siempre aportando algo de luz con la que contrastar sus airados cambios de humor.

Con los distintos viajes que se suceden en la película se va perdiendo la energía primigenia, no tanto por la maduración del personaje, que sigue siendo un tema interesantísimo, sino que al acotar tanto estas nuevas incursiones se emborrona la magia de una primera vez, dejando de lado la intensidad de Freddie para favorecer su equilibrio y reconstrucción de un modo demasiado rápido en comparación con el detallista primer viaje. Retorno a Seúl se mantiene como un extraño acecho a la intimidad de una persona hermética, capaz de quebrar sus propias corazas ante las incógnitas de su propio pasado, en una película liviana en sus formas pero intensísima en su carácter.

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