Razzia (Nabil Ayouch)

Abdalah es un poeta y profesor que da clases a los niños en una aldea del territorio del Monte Atlas. Es el año 1982. La vida transcurre con placidez en un entorno rural, tal vez paradisíaco. Hasta que llega un delegado enviado por el Ministerio de educación marroquí. Su misión es que los alumnos aprendan y utilicen el árabe como lengua en la escuela. También en la vida diaria. El cometido del maestro se complica porque allí todos los habitantes se comunican con el bereber como lengua oficial, un léxico que para los representantes políticos resulta poco menos que un dialecto atávico. El tutor no soporta el cambio de rumbo en su carrera por las imposiciones burocráticas. En lugar de luchar contra las mismas, emigra del poblado, dejando allí a su querida Yto y al hijo de ella, Ilyas. Es un prólogo que conecta con algunos personajes, situaciones y consecuencias de lo que sucederá con las vidas de tres hombres y tres mujeres. Seis personalidades que por extensión, podrían representar a todo Marruecos, más de tres décadas después.

Nabil Ayouch es un cineasta francés que vive en Casablanca, ciudad en la que sitúa la historia de Razzia. Demuestra su solvencia narrativa al seguir la evolución de varios personajes que se conocen o coinciden en escena durante el metraje del film, sin necesidad de trazar laberintos, descomponer un rompecabezas que los aleje o aproxime. Ni tampoco remarcar la sincronía de casi todos en una coda final que los relaciona. El director demuestra su veteranía en el campo de la ficción, gracias a una realización que no resulta confusa en el desarrollo de las tramas que protagonizan cada uno de los cinco personajes principales, ayudado por la labor del montaje en el juego de acciones consecutivas, sin recurrir al montaje paralelo, salvo en el tercio final.

El resultado es un largometraje solvente desde un punto de vista comercial, de puro entretenimiento con vocación de reflexión social, no solo como denuncia, sino como un dibujo colectivo de varios personajes. Tal vez sea la inversión de capital francés y belga la que impone un acabado propio del cine de nuestro continente, aspecto que redunda en lo formal, atento al tempo occidental antes que a la dilatación temporal o lentitud más propia de la industria cinematográfica del continente africano. Esto es algo común al cine contemporáneo en casi todas partes del planeta, sin embargo resulta contraproducente al logro del clímax que busca la cinta. Una progresión que marcan las revueltas de fondo de las manifestaciones en Casablanca, que acompaña, en tono dramático, como un contexto en tensión creciente para los roles de los implicados.

Otro de los elementos que lastran la fuerza de Razzia reside en una banda sonora musical del compositor galo Guillaume Poncelet, que abusa del sonido atmosférico grabado con sintetizadores, en lugar de una sonoridad más sencilla en su instrumentación, una simplicidad que retumba en breves ocasiones pero no logra la intimidad deseada para retratar las situaciones expuestas.

Según declaraciones del director y coguionista —junto a Maryam Touzani, también actriz principal en el papel de Salima— su objetivo era un acercamiento a personajes marginales que no tienen voz ni vidas respetadas en la comunidad de su país. Ella es una mujer embarazada que no se acomoda a las costumbres machistas de Marruecos, aunque viva con su marido, un profesional con trabajo muy bien remunerado, esposo que parece estar en un estado de maltratador latente. Mientras que los demás miembros del elenco representan situaciones cuestionadas por una sociedad inmovilista, ya sea la el origen judío del dueño de un restaurante, Joe; la apariencia libre del músico Hakim, gran admirador de Freddie Mercury, pero repudiado por su padre; o las dudas en los gustos sexuales de Inès, hija adolescente de una familia rica, una joven que se siente más atraída por sus amigas que por sus compañeros de clase. Ellos, junto a los personajes provenientes del pasado que relata el prólogo, son las cinco puntas de un pentágono que resulta equilibrado en apariciones y salidas de escena, pero tal representación no sirve como columna vertebral dramática, para llegar con fortuna hasta ese epílogo catalizador de todos los implicados.

El proverbio bereber que abre por sobreimpresión el comienzo del film: «Dichoso aquel que puede actuar de acuerdo a sus deseos», es una cita que funciona como reflejo del infortunio de los caracteres interpretados por todo el reparto. Pero también supone un reflejo de la película que pretendía llevar a cabo el director, sin llegar a conseguir esa obra climática que se intuye por momentos. Puede que sea rica en esos veinte minutos iniciales, arropados por la fotogenia y espectacularidad del paisaje del Atlas. Incluso funciona por la naturalidad de unas actrices y actores volcados en sus personajes. Pero pierde su esencia cuando ese clímax prometido se reparte entre la fiesta de cumpleaños y la toma de conciencia de Salima, dos fuerzas opuestas que rompen la estructura en lugar de mantener el equilibrio deseado.

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