Queridos vecinos (Damiano D’Innocenzo, Fabio D’Innocenzo)

Salirse del tiesto sin privarse de la bucólica normalidad. ¿Quién renunciaría a este gozoso disfrute?

La clase media acomodada en idénticas viviendas adosadas, lo suficientemente grandes para sentirse ricos, lo suficientemente cerca unas a otras para sentirse intrusos y vigilados, un “demasiado lejos, demasiado cerca” de manual que da una irritante seguridad de familia unida entre extraños. Este es el escenario elegido para los hermanos D’Innocenzo, que desde un inicio nos hablan de una historia real y a la vez inventada en la que basar unos vagos apuntes sobre la paternidad y la sociedad enfangando a unos y a otros con sus ocurrencias.

Su título original, Favolacce, hace referencia a esos peligrosos cuentos de hadas que enturbiaron nuestros sueños infantiles. Algo así ocurre en la película, una comunidad de padres todavía jóvenes, con niños silenciosos que observan los movimientos de esos falsos adultos que dominan el día a día. Todo es perfecto, pero se siente algo que carga el ambiente, unas vibraciones ocultas que van a contracorriente de esa imagen idílica que aparece en pantalla. Porque la escena es luminosa, espaciada y brillante. Huele a verano e inocencia. Hay soltura y comodidad… hasta que descubres las dobleces.

D’Innocenzo utilizan esa sensación de juego infantil para ensuciar la dudosa integridad de la sociedad al completo. Va con su cuchillo y se planta frente a una familia italiana, cualquiera, da igual, para desgarrar sus vergüenzas y presentarlas al público como un divertimento excepcional, hasta convencernos de lo “bonito” que es lo macabro.

Su título español, Queridos vecinos, ofrece promesas engañosas, donde nos advierte que además de los preciosistas y estilizados cuentos de hadas, hay una relación cercana entre habitantes de un mismo barrio. «Quien te quiere te hará llorar» es el subtexto que no conocemos de cerca sobre la película, puesto que los personajes estiran el chicle de la cordialidad para comportarse como animales que, lejanos a esa moda actual cinematográfica donde parece que nadie siente nada ante la crueldad reinante entre iguales, aquí se palpa la vena hinchada en el cuello en todo momento, asoma la crueldad citada y también la reacción rabiosa o lacrimal exagerada y dolorosa, demostrando que todos sienten y, además, padecen.

Es lo bueno de Favolacce, el pan y circo de cada día se lleva a límites grotescos sin perder un ápice de claridad. Sabemos que inventa, sin estar lejos de lo que ocurre a diario, y fuerza un drama sibilino donde la mirada infantil se diluye en todos los personajes, en una búsqueda constante de aprobación que nos supera con creces.

Ágil y perversa, la película es clarividente y nos succiona en esta especie de limbo estival donde el formato adosado de las viviendas nos introduce en historias independientes paralelas que tienen un mismo desenlace, siempre el peor imaginable que igualmente es satisfactorio pese a su irracionalidad. Niños que toman el mando reflejando sus actos con lo estipulado, padres incapaces de conservar su integridad dando asco, todos locos y con una motivación que les lleva a ello. ¿No es magnífico y sumamente verídico el mundo al revés? Ser incongruente es lo más. No hay que perderse Favolacce, así nos desprenderemos del miedo a soñar despiertos con el apocalipsis vespertino más idealizado. Eso sí, a la italiana, que no se diluya la esencia ni tampoco el detalle.

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